Flavio Herrera (1895-1968) es conocido por su Trilogía del trópico, como ha dado en llamarse a sus tres novelas básicas: El tigre, La tempestad y Caos. También fue poeta y practicó cuentos. En 1918 terminó sus estudios universitarios de abogado y viajó a Europa, como era la costumbre entonces de estudiantes y escritores ilusionados, con posibilidades. Luis Cardoza y Aragón eligió París, ciudad en donde reinaba nuestro cronista Enrique Gómez Carrillo, y estaba Miguel Ángel Asturias escribiendo su Señor Presidente, pero Flavio Herrera continuó los estudios legales en Leipzig, donde la vocación de la literatura se le evidenció, y flechado se trasladó a Roma, la ciudad milenaria del Trastevere, y luego a Madrid, atraído por el idioma materno, feliz en la bulliciosa calle de Alcalá, y tuvo la dicha de acuidir a la tertulia bohemia de Ramón Gómez de la Serna y la escuela tutelar de don Ramón del Valle Inclán.
Pero llegó el momento de volver a la patria. Otros se quedaron para siempre o anduvieron trashumantes, perdidos en el mundo, mientras los más asombrados, como César Brañas, regresaron resignados a enterrarse en vida. Flavio Herrera ya no se pudo recuperar de la experiencia descubierta en el viejo mundo, y se sumergió en la Guatemala rural, adaptado como administrador de fincas familiares, y se puso a vivir entre gente que le resultaba misteriosa, aturdido por tanto canto de pájaros y desvelado por el necio trabajo de los grillos que se raspan las patas con todo el tedio del mundo. Era joven, soñador, encantado con la idea de la gloria literaria, refundido en Bulbuxyá, una paradisíaca finca calurosa de San Antonio Suchitepéquez. Algo muy similar sufrió Alfredo Balsells Rivera, efecto que se percibe en su narrativa. A Flavio Herrera se le concedió tocar por un breve período de tiempo la cima de la civilización del siglo XX y, luego, sin oportunidad de respirar, retorno al pasado.
El autor es generalmente clasificado como integrante de la Generación del cometa Halley o de 1910, aunque quizá le corresponda la de los autores del terremoto de 1917, que agarró niños a unos y jóvenes a otros, y les sembró el mal cosmopolita, durante el cambio de Modernismo a Vanguardias, de lo cual resultó la veta del criollismo. Herrera vivió el famoso terremoto de la Navidad del 1917, antes de marcharse al Viejo Mundo tras el final de la Primera Guerra Mundial, y eligió como destino para su experiencia vital la Alemania destruida y vencida.
En 1923, aparece en Leipzig, bajo el sello de la legendaria editorial Bernhard Tauchnitz el libro Cenizas, en la colección de bolsillo Biblioteca rojo y azul. La editorial alemana le apostó al joven y desconocido guatemalteco.
Cenizas está compuesto por diez cuentos de juventud, donde se pueden apreciar las primeras preocupaciones. Los protagonistas son hombres solteros y mundanos, educados en Europa, que se expresan como superiores a los demás, parte de una clase privilegiada, condenados a aguantar a los jayanes ignorantes, a los pobres, a los indios sin educación. Son propietarios de fincas, y han tenido que dejar la buena vida, la champaña y el buen vestir, para dedicarse al trabajo en el campo, a actividades rentables pero aburridas, que aceptan resignados como una condena.

La temática de los cuentos abunda en la pasión y las traiciones melodramáticas y universales, donde los hombres abandonan a las mujeres y cambian de amantes como de sábanas, atraídos por las mujeres casadas en cuanto encarnan el pecado, porque la transgresión en lo erótico suple otras renuncias.
Los cuentos están surcados por la vergüenza y la culpa, porque con el tiempo los protagonistas deben asumir la indignidad de no ser hombres, en el sentido de la época del término, por no haber cumplido como se esperaba de ellos y de sus talentos, por ser débiles ante la carne y las necesidades materiales.
En Cenizas se descubre la vida urbana de los ladinos adinerados en la Guatemala de principios del Siglo XX, tras el terremoto que destruyó la capital. Una urbe pequeña integrada por una masa clasista y separatista, donde los intelectuales sufren por haber conocido la luz de la Civilización para luego regresar a someterse a la experiencia de la barbarie.
Es una obra valiosa que ayuda a entender la sensibilidad de la época y lo que vivió o experimentó emotivamente nuestro escritor en sus años de abandono, cuando “un naufragio me hubiera hecho feliz”. La narración despliega abulia, vida disipada y sibarita, la condena aceptada voluntariamente de vivir en el campo, entre paredes de tablas sin cepillar, como describe en El miedo, alejado del tradicional refinamiento del mundo desarrollado. Y con una impresionante capacidad para adivinar el futuro se describe desde su juventud, proyectado en uno de los protagonistas: “Soy como aquel solterón que nunca se casó por mujeriego y, ya en la triste madurez, cuando empiezan a nevar en el pelo los inviernos, se pasaba las horas, oyendo una vocecita musical y doliente, una dulce vocecita que gemía tras las bardas de su casa. (…) pero él ya había edificado un sueño a su modo. Procedía como algunos sabios arqueólogos que, por un detalle, una piedra, colijen y reconstruyen la arquitectura cabal de un monumento milenario”. Así prefigura la vida futura de viejo “reumático y saudoso”, en lo que más o menos se convirtió con el tiempo, escribiendo siempre, en una tierra donde los finqueros educados se entregaban a perseguir aventuras amorosas despiadadas con tal de “matar la murria del pueblón”. Ya entonces el joven escritor le planteaba a sus personajes la pregunta que le habrán hecho a él más tarde sus amigos: “Por qué no te casaste?”. Y la respuesta se encuentra vagando en la memoria de su vida en Europa, en aquello a lo que se habituó para renunciar.
El autor era joven cuando escribió Cenizas, y la imagen que nos presenta de la Guatemala de entonces es la del “tedio que le ahuecaba la vida”. ¿Qué podía hacer alguien educado y soñador sino “jactarse de mundano”? La falta de entusiasmo llena las páginas y las preocupaciones de Cenizas, una obra inicial de un autor que más tarde se llenó de Guatemala y escribió una hermosa trilogía novelesca.
En el cuento La pernada aparece una descripción de la situación urbana que tras el terremoto implicó cambios en la vida del personaje, llena quizá la anécdota de la propia vivencia, porque “Las rentas, ahora exiguas ya que los terremotos desplomaron las casas, las veinte casas de los abuelos. Volvió la mente a las fincas. Pensó que allá en las sierras quedaba algo: dos fincas en abandono y apenas recordadas de tarde en tarde por algún informe de administradores rapaces que vivían esquilmando los predios”. El terremoto le cambió la vida, tras los movimientos telúricos le tocó vivir Europa, para luego experimentar la necesidad de regresar a la patria y hacerse responsable de la tierra de sus padres. Esa vivencia vuelta literatura, y madurada en su narrativa con los años, labró al escritor que es para nosotros Flavio Herrera. Un hallazgo y una tumba, que nos obliga a redescubrir a nuestro escritor y a sentirnos profundamente emocionados ante su condición: “Iríase al campo. Presintió muy hondo el golpe de una trasposición tan ruda y triste. París… La selva! Una finca perdida en las montañas.” En ese reino se ubicó el escritor e inventó un mundo mágico. En Cenizas está planteado el dolor de la pérdida personal, como un lamento con notas de música de marimba.
El cuento inicial de Cenizas da motivo al título de la obra, y es una historia romántica en un navío que vuelve de Europa, y que hoy día se puede leer como un lamento del hombre que retorna para encarar el deterioro y la muerte.
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