Tulsa time (Novela negra)

Tulsa se convirtió con los años en una ciudad prospera por la explotación del petróleo, pero el oro negro no ha podido borrar del inconsciente colectivo la marca de la masacre. Hay como un enigma con Tusla. Un tiempo perdido, una época congelada.

Jaime Barrios Carrillo     octubre 20, 2024

Última actualización: octubre 19, 2024 8:13 pm

Shani Evans sería el personaje central de una novela imaginada titulada Tulsa time, escrita por una supuesta Klara Ford, sobre la vida de Shani Evans, nacida en la ciudad de Tulsa el día de Navidad de 1914, hija de un próspero fotógrafo negro, Raphael Evans, quien tendría su estudio en el floreciente distrito de Greenwood conocido entonces como el Wall Street Negro por la cantidad de negocios y establecimientos comerciales. La trama de esta inventada novela tiene su base un suceso real: la masacre de Tulsa.

La población negra era minoritaria en Tulsa, pero a diferencia de la mayoría de las comunidades de afrodescendientes tenían un estándar económico alto, incluso superior al de muchos blancos. En la mañana del 30 de mayo de 1921, un limpiabotas afrodescendiente de 19 años, llamado Dick Rowland, coincidió en un ascensor con una mujer blanca de nombre Sarah Pag, de 17 años, que trabajaba de ascensorista. Rowland había pasado su infancia en un orfelinato a causa de una prematura orfandad.  Acorde a versiones posteriores, Rowland tropezó en el ascensor y estuvo a punto de caer, pero se salvó agarrándose del brazo de la ascensorista que comenzó a gritar. Un empleado que estaba en un piso cercano llamó a la policía y Rowland fue arrestado acusado de intento de robo y violación. La prensa local dio gran lugar al hecho y se fue creando una creciente indignación entre la población blanca que condujo al ataque contra los barrios de afrodescendientes. Hubo disparos y trifulcas y la guardia nacional atacó también a la comunidad afrodescendiente. Incluso aeroplanos tiraron bombas incendiarias. Una masacre cuyos cálculos de víctimas mortales oscila entre 50 y 300. 

El periodista Andrew Jackson Smitherman (1883-1961) cubrió la noticia con objetividad, alejado de favoritismo sensacionalista y de tergiversación. Fue acusado penalmente por eso y obligado a retirarse de Tulsa. Entre otras obras dejó un largo poema épico que describe con emisión e ironía lo sucedido en Tulsa: 

“Entonces el blanco entró en consejo, con la esperanza de repetir su pérdida, planeó la masacre que siguió, atreverse a ganar a toda costa. Primero de junio, a las cinco de la mañana se escucharon tres pitidos largos dando señal para la acción del concierto a ese rebaño sediento de sangre fría. A la señal del silbato se vieron volar aviones, lanzamiento de bombas y explosivos de alta potencia. El infierno caía del cielo”.

Tulsa se convirtió con los años en una ciudad prospera por la explotación del petróleo, pero el oro negro no ha podido borrar del inconsciente colectivo la marca de la masacre. Hay como un enigma con Tulsa. Un tiempo perdido, una época congelada.

En el mes de setiembre de 1978 se hospedaron el hotel Sheraton de Tulsa los músicos Don Williams y su amigo Danny Flowers. Hubo una nevada inesperada. Refugiados en su habitación miraban una popular serie de detectives en la televisión, The Rockford Files (Los casos de Rockford o Archivo confidencial). Una serie dicotómica, lucha del bien (representado por los detectives) con el mal encarnado por diversos caracteres de mafiosos y millonarios sin escrúpulos. Flowers comenzó a tararear un texto, Williams tomó la guitarra. Al rato Flowers tenía el esqueleto de una nueva canción: Tulsa Time (El tiempo de Tulsa) que se convirtió en un éxito de ventas, pronto interpretado también por Eric Clapton que había escuchado la canción directamente de Don Williams. Tulsa Time se inscribe dentro de country mezclado con blues. El texto apela a un personaje pobre que está dispuesto a hacer de su vida lo mejor posible (walk the line): “Y nadie estaría de duelo/ Ya ves que estoy en la hora de Tulsa”.

Raphael Evans iba todos los domingos al servicio de la Iglesia Presbiteriana acompañado de su esposa Kimani Douglas y los dos hijos de la pareja, Shani la mayor y Elon tres años menor. Shani Evans en la supuesta novela tenía entonces apenas seis años y recordaría el resto de su larga vida el ensordecedor ruido de los disparos, los gritos y las llamas consumiendo casas y establecimientos comerciales. Lo que más se repetiría en su mente, como un constante trauma postraumático, serían las voces agresivas de una docena de hombres blancos armados subiendo por las escaleras del edificio donde la familia Evans tenía su residencia, situada en el tercer piso de una torre de apartamentos desde donde su padre Raphael había fotografiado los incidentes. Los hombres destrozaron la puerta a patadas y Raphael alcanzó a esconder su cámara debajo de una cama antes que entraran y lo mataran a balazos junto a su esposa Kimani y su hermanito Elon. Shani se salvó por la milagrosa intervención de un alguacil blanco que alcanzó a subir al apartamento. Shani fue adoptada por Elroy el hermano del padre. Tuvo una infancia más bien cuidada por el esmero de su tío y su esposa Hilda. La pareja nunca tuvo hijos biológicos y Shani fue como una hija para ellos.

En la inventada novela de una tal Klara Ford, resulta Shani siendo ella misma una fotógrafa artística que se abre paso en un ambiente de racismo. Una exposición en París a finales de los años cincuenta la catapulta al éxito mundial. Sus fotos salen en las portadas de las principales revistas europeas y su presencia se hace inevitable en los Estados Unidos que siguen la tendencia europea. Pero Shani tiene un secreto. Durante décadas ha guardado las fotos que tomara su padre el día de la masacre de Tulsa. Constituyen un documento inapelable de la violencia de los grupos de blancos, incluyendo autoridades y policías, contra la comunidad negra. 

Henry Synborg es una de las pocas personas que han visto alguna vez las fotos. Shany tiene una relación sentimental, bastante tortuosa con Synborg, que es un agente publicitario nacido en Nueva York. Shani logra un contrato con una galería parisina. Se exhibirán sus propias fotos en conjunto con las de su padre. Ella ha fotografiado población menesterosa en Tulsa, gente afrodescendiente. Hombres y mujeres que duermen en la calle, drogadictos, gente que vive de lo que encuentra en los basureros. Pero también representa gente blanca, en especial personas que se mueven dentro de la órbita de la industria petrolera y las inversiones que produce la misma. Gerentes y sus esposas con ropa de lujo, automóviles extravagantes y último modelo, pieles, joyas, brindis con champan francés. Dos mundos que se excluyen pero que secretamente se tocan: la explotación de los negros es la llave de la riqueza de los blancos, escribe Shany en el catálogo. 

Henry Synborg rompe con Shany. Una ruptura esperada. Lo que Shany no sabe es que Synborg ha alertado a magnates petroleros sobre los contenidos de la exposición. La intriga se estira al máximo. Oscuros agentes de los magnates espían en secreto a Shany. Una noche entran al apartamento de la fotógrafa cuando Shany está en una fiesta. Roban todo el material del padre de Shany, quien al regresar y descubrirlo tiene un ataque rabia y después de pánico. Amanece muerta en su cama. Los forenses que hacen la autopsia dictaminan un suicidio con pastillas. Un amigo de infancia de Shany, Herbet Fraizer, que hasta ese momento ha sido un personaje secundario sospecha que se trata de un crimen. Está dispuesto a revelar la trama, está seguro de que se trata de un asesinato disfrazado de suicidio. Fraizer es un ex detective que perdió supuesto por no haberse comprometido con un negocio de drogas protegido por sus colegas. 

Herbert Fraizer interpela a Synborg que cuenta con el respaldo y protección de un tremendo aparato de inteligencia y seguridad. Se trata de una estructura financiada por los magnates del petróleo. En una ocasión Synborg lo insulta e intenta darle una bofetada que Fraizer esquiva y contrataca con un directo a la mandíbula que pone a Synborg de espaldas en el suelo. Synborg lo ve con odio mientras se soba la mandíbula. “Lo pagarás caro”, le dice a Fraizer que se encoge de hombros y da la media vuelta.

El final es previsible, Fraizer es atropellado por un automóvil furtivo. La novela terminaría con una escena de cóctel en la mansión de uno de los magnates. Brindis y abrazos, damas elegantes que caminan como danzando. Synborg recibe una palmada de un magnate. Al salir del cóctel se percata que alguien lo sigue. No es solo uno sino varios. Comienza a correr. Es seguido y llega hasta un alto puente el cual intenta cruzar, pero en la mitad se encuentra con que hay un grupo de matones que lo espera y otro detrás que lo persigue. Mira hacia abajo del puente que tiene más de treinta metros de altura. Abajo pasa un río, es invierno y el agua está helada. Synborg inicia un forcejeo con los hombres, pero pronto es levantado en vilo y lanzado al vacío.

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