Primeros años de don Manuel

Fue un niño solitario. Aprendió desde tempano a ocultar su origen. Su padre era un religioso monástico que decidió retirarse de los asuntos de la Iglesia cuando él nació. Nunca lo reconoció como su hijo.

Maria Elena Schlesinger     septiembre 22, 2024

Última actualización: septiembre 21, 2024 5:57 pm

Caída de Estrada Cabrera, pintura de Antulio Cajas

Manuel Estrada Cabrera nació en la ciudad de Quetzaltenango, el 21 de noviembre 1857, y falleció en situación de arresto, en la capital de Guatemala, el 24 de septiembre de 1924. 

Fue presidente de la República por espacio de 22 años, desde el 8 de febrero de 1898 al 15 de abril de 1920, cuando fue derrocado por el movimiento Unionista, después de que la Asamblea lo declarara mentalmente incapaz para presidir al país.

Gobernó al país y a sus habitantes como si le pertenecieran, de manera déspota, cruel y dictatorial. De pensamiento liberal, graduado como abogado y notario, fomentó la industria local, la inversión extranjera y la educación primaria, dejando relegados y a la buena de Dios a las grandes poblaciones indígenas del país.  

Le llamaban “El Señor Presidente”, “Su Excelencia”, “Benemérito de la Patria” y demás apelativos que alimentaban su ego y espíritu perturbado. 

Quienes lo conocieron, lo describían como una persona reservada, resentida y cruel, fanático de los ritos y celebraciones religiosas católicas, como procesiones, novenas y rezados, y también de los rituales y ceremonias ancestrales indígenas de su natal Quetzaltenango, las que practicaba su madre.  

Allegados al mandatario, aseguraban haber visto entrar a su casa particular en la finca la Palma, hoy zona 5 de la ciudad capital, a chamanes y agoreros indígenas, quienes entre ritos y bailes tenían la función de predecirle el futuro o de señalarle a sus enemigos políticos, temor que se incrementó después de los atentados que sufrió en su contra.

Creía en las ciencias ocultas y en la cábala, tan de moda entonces en Quetzaltenango.

Fue un niño solitario.  Aprendió desde tempano a ocultar su origen. Su padre era un religioso monástico que decidió retirarse de los asuntos de la Iglesia cuando él nació. Nunca lo reconoció como su hijo y fue su madre, doña Joaquina Cabrera, quien le dio su apellido, además de su amor incondicional, el cual fue mutuo, ya que Estrada Cabrera mostró siempre admiración y amor incondicional por su progenitora. Su figura fue ensalzada durante su mandato y a razón de su muerte fue declarado duelo nacional.

Retrato de Manuel Estrada Cabrera de niño

Estrada Cabrera fue un niño aventajado en los estudios, sensible para las artes manuales y para la caligrafía, materias en las que destacó.  Sin embargo, sufrió de acoso escolar debido a que sus compañeros de escuela le gritaban “bolitero”, pues su madre le daba para vender en el colegio las bolitas de miel de abeja que elaboraba en casa, empacándolas en tusa para que el niño las ofreciera a la hora del recreo. 

Ante el sonsonete de “bolitero, bolitero”, el pequeño dejaba el canasto lleno de dulces en el suelo y respondía con golpes de puño cerrado a sus compañeros, lleno de resentimiento y rabia.

Doña Joquina se ganaba la vida confeccionando dulces y frutas encurtidas, que vendía de puerta en puerta en las casas acomodadas de Quetzaltenango. Fue en ese entonces, cuando el niño Manuel fue testigo de un suceso que le provocaría gran dolor e indignación por la forma en que trataron a su madre.  En aquel tiempo era usual que las vendedoras de dulces, verduras y chocolate pasaran adelante en las casas, con su canasto de abastos y, muchas veces, recibían de cortesía en la cocina de la casa una taza de chocolate batido o un vasito con agua, para refrescarse de las tareas del día.  Doña Joaquina acudió a dejar un pedido a la casa de la familia Aparicio, y luego fue señalada y acusada del robo de un lote de cubiertos de plata. En una escena imaginada, vemos al niño con los ojos abiertos, impotente, en el momento en que los guardias su llevan a su madre a la bartolina.

Los cubiertos aparecieron más adelante, y doña Joaquina fue liberada, sin pedirle excusa del hecho, pero el mal sabor en la boca por la injusticia cometida a su madre, fermentaría el resentimiento de quien años después sería nombrado Presidente Vitalicio del país.

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