Efectos de la lectura

El relato, aunque distante en la geografía, me remite a Guatemala, a nuestra historia del siglo XX. Pienso en las mujeres del pasado, las de mi parentesco de sangre y las ancestras políticas. Leer sobre esa familia azotada por los giros de la historia, me hace recordar a la bisabuela que amortajó con su vestido de casamiento a su marido fusilado por el dictador Estrada Cabrera.

Ana Cofiño     septiembre 15, 2024

Última actualización: septiembre 14, 2024 9:04 pm

La octava vida (para Brilka) de Nino Haratischwili (Tiflis,1983) es un libro grande que abarca la vida de una familia de Georgia, en el Cáucaso, a lo largo del siglo XX. Una historia larga basada en los relatos de Stasia, la bisabuela que quiso ser bailarina y transitó, junto con una familia sacudida por revoluciones y guerras, lo que la autora llama el Siglo Rojo… “que estafó y engañó a todos, a todos los que tenían esperanza.”

Gracias a una amiga entrañable, lectora y viajera incansable, llegué a Nino Haratischwili. Cuando vi el tamaño del libro lo dudé, pero confío en su criterio y las mil páginas se vinieron conmigo. Tardé veinte días en leerlo. Los insomnios tienen la ventaja de darnos más horas de lectura y cuando hay un buen libro, no importa el desvelo. Quería terminarlo para escribir esta especie de reseña que trata más bien sobre los efectos que me dejó esta lectura. 

Para empezar, la región, el idioma, la historia de esa parte del mundo de la que apenas sé algunas pocas cosas: que es un país más chiquito que Guatemala, cuya capital es Tiflis o Tbilisi, que hace frontera con Azerbayán, Armenia, Turquía y Rusia. Un territorio que la narradora describe como un país pequeño y hermoso con montañas y una costa rocosa junto al mar Negro. “El país en cuya lengua no hay género (lo que en absoluto puede confundirse con la igualdad).” Un país donde “el olvido también es muy posible, junto con la represión. La represión de las propias heridas, de los propios errores, pero también del dolor injustamente causado, de la opresión, de las pérdidas.”

En la introducción nos ubica no sólo en el espacio, sino en el sentir y las creencias de sus habitantes. En pocas líneas describe cómo actúa la gente, a su parecer perezosa y complaciente: “La aspiración a la libertad es como una búsqueda insensata de inciertas orillas” dice, observando también lo que ha sucedido después de la caída del socialismo. Con precisión resume los mandatos que dicta la patria: No causes problemas, reprodúcete, se creyente, ve a la iglesia, no hagas ninguna pregunta, no pienses por ti misma, no critiques nada que sea sagrado, no engañes nunca a tu marido y si tu marido te engaña, perdónale porque es un hombre. Concluye añadiendo que “a pesar de mis años de lucha por este país y con este país, no he conseguido sustituirlo, expulsarlo de mí como un mal espíritu que te asalta. Ningún ritual purificador, ningún exorcismo me ha servido hasta ahora, porque allá donde iba, alejándome cada vez más de este país, buscaba ese amor derrochado, esparcido a mi alrededor, despilfarrado y sin utilizar que he dejado allí.”

Tiflis, Georgia

El relato, aunque distante en la geografía, me remite a Guatemala, a nuestra historia del siglo XX. Pienso en las mujeres del pasado, las de mi parentesco de sangre y las ancestras políticas. Leer sobre esa familia azotada por los giros de la historia, me hace recordar a la bisabuela que amortajó con su vestido de casamiento a su marido fusilado por el dictador Estrada Cabrera. Pienso en las viudas y familiares de desaparecidos. En los hombres de la familia, en su poder y las formas de ejercerlo. Las familias enmarcadas en un orden que condena a las mujeres a ser víctimas. Pero también rebeldes insumisas.

Así como en Guatemala recurrimos a la imagen del tejido para describir las relaciones sociales, la autora escribe sobre un viejo tapiz comido de polillas heredado de la abuela que Stasia va a restaurar: “Lo viejo se vuelve nuevo, es decir distinto, nunca vuelve a ser exactamente lo que era, ni ese es el objetivo. Es mejor y más interesante que algo se transforme.” Y continúa explicándole a la niña: “Un tapiz es una historia. En él se ocultan innumerables historias.” “-Tú eres un hilo, yo soy un hilo, y juntas somos un pequeño adorno, y al juntarnos con muchos otros hilos damos un dibujo como resultado.” La explicación es más larga y hermosa. Pero nuevamente me resuenan las historias que nos conforman, las personas que nos transmiten saberes y que dejan huellas en nuestras vidas.

Georgia estuvo setenta años bajo el régimen socialista de la Unión Soviética. Esos años son vividos por la familia desde la clase dirigente, con privilegios que no todos tenían, pero con las consecuencias que conlleva mantenerse en los círculos de poder. El abuelo Kosta, un prestigioso militar cercano a la nomenclatura comunista es un personaje clave en el entramado. Ejerce su papel haciendo uso de todos sus recursos que en aquel contexto eran básicamente el dinero, los contactos y la violencia en contra de la disidencia, tanto la doméstica como la política. Con la autoridad autoasignada muy asumida, sus gestos prepotentes y apoyado en un gobierno encabezado por un verdugo, impone su voluntad o trata de hacerlo sobre sus amantes, su esposa, sus hijas y nietas. Parecido a los señores de por estas tierras que con violencia y amparados en una cultura machista, dirigen las vidas de sus mujeres.

Stasia, Christina, Daria, Nana y una larga lista de mujeres son personajes centrales de este libro. Sus vidas transcurren en tiempos de transformaciones profundas que marcan la cultura, las formas de ser. Kitty, la hermana de Kosta, después de sobrevivir a la represión ilimitada, tatuada sobre su cuerpo, traspone las fronteras y es una cantante famosa en Londres. Pero acarrea el dolor, las memorias y los fantasmas de la abuela y las propias. Su imagen es, para las generaciones que le siguen, un potente marcador. Como han sido en nuestras vidas las tías que se atrevieron a romper esquemas, las maestras que nos dieron libros, las amigas que nos llevaron a otros sitios.

El socialismo marcó definitivamente la historia de la humanidad. Guatemala fue víctima de la Guerra Fría. Una revolución que abría las puertas a las mujeres, a la libertad, a la justicia fue truncada por los conservadores anticomunistas que hasta hoy difunden sus patrañas y repiten las estupideces que sus antepasados esgrimieron contra toda propuesta de renovación. 

Las mujeres también somo sujetas históricas, personajes que dejan huellas, aunque la historia oficial intente borrarlas. ¿Qué significó para las mujeres la Revolución, cómo cambiaron sus vidas, que consecuencias quedaron? Las respuestas están en los relatos de las maestras, de las que se fueron al exilio, en las que se quedaron, de las mujeres que vivieron bajo la montaña, de las que se casaron y vivieron muy felices. Los amores, la cotidianidad, los conflictos, las enseñanzas, la sensibilidad, el cuidado son la parte de la historia que se ha intentado ocultar. Pero es la que nos constituye.

La lectura de un libro de este calibre da para mucho. Hace apenas unas horas que lo cerré y todavía estoy bajo los efectos de un ovillo de relatos integrado por varios hilos magistralmente hilvanados que me hacen formar parte de la tela. Tengo que digerir tanta imagen, tanta sabiduría expresada con certeza. Necesito un tiempo de silencio para dejar que se asienten esos relatos tan similares a los de acá. Se instala la orfandad que queda luego de leer un gran libro.

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