El sentido de la esperanza

Jorge Mario Rodríguez     agosto 14, 2024

Última actualización: agosto 14, 2024 12:12 am
Jorge Mario Rodríguez

Cada época, cada mundo, cada país enfrenta sus preocupaciones acuciantes, sus propias incertidumbres, sus crisis y sus necesidades de cambio. Pero la época presente ofrece una constelación histórica en la que se muestra la necesidad de efectuar una transformación profunda en un intervalo histórico que cada vez se achica más. Sin descuidar la distopía tecnológica y otras amenazas, el cambio climático muestra la cercanía de un desastre que se antoja inevitable, más aún cuando se toma en cuenta la magnitud de la desinformación y la proliferación de los gobiernos autoritarios.

Sin embargo, en medio de un futuro tan oscuro, muchas personas empiezan a concebir la posibilidad de una transformación radical de nuestra vida en el planeta. Aunque Guatemala parezca siempre estar encarcelada en un tiempo cerrado, muchas personas, especialmente jóvenes, toman conciencia de que ya es hora de realizar las transformaciones requeridas para humanizar integralmente a nuestra sociedad.

Por eso, recibo con regocijo el nuevo libro del filósofo coreano-alemán Byun-Chul Han, El espíritu de la esperanza, el cual se ocupa de ese movimiento de la condición humana que nos hace esperar lo utópico aun en medio de la desesperación. La publicación de este libro es especialmente significativa porque su autor se ha destacado por denunciar, entre otras cosas, los profundos malestares que supone la condición digital de la humanidad actual. No se trata del patético optimismo que coloniza los anaqueles de cualquier librería y que refleja, de forma paradójica, la desesperanza de tantas personas.

Una de las reflexiones más significativas de este libro vincula la falta de esperanza con la sensación ubicua de miedo. Ya es un hecho conocido que el miedo paraliza y es capaz de inducir a la confusión. Por esta razón, el recurso del miedo es favorecido por los que usurpan el poder, quienes siempre se ayudan de las debilidades de los que se avienen a actuar como siervos. Han dice que se ha generado un “clima de miedo que mata todo germen de esperanza”.

La situación, desde luego, se ha vuelto más compleja en el mundo digital al cual hemos migrado sin apenas darnos cuenta. Existe evidencia apabullante al respecto, pero valga mencionar el auge anómalo del fascismo digital. El miedo se ha instalado en ese mundo de redes que más semejan telarañas en donde los incautos “usuarios” se dejan atrapar de manera inadvertida. Inclusive, se ha llegado al punto de que se siente temor a pensar. Tenemos miedo de disgustar, a juzgar por la creciente adicción a los “me gusta”.

Es hora de reconocer, sin embargo, que de la conciencia de la desesperanza también nace la posibilidad de la esperanza. La utopía es una dimensión inextirpable de la condición humana. Por esta razón, una sociedad se mutila espiritualmente cuando pierde el sentido de utopía. Uno de los grandes pensadores del siglo XX, Ernest Bloch, escribió su Principio Esperanza en medio de las más duras condiciones en la inhóspita América en la que se había refugiado para evitar la persecución nazi. Como lo hizo ver el mismo Bloch, para alcanzar este objetivo es necesario ir más allá de lo evidente y captar ese momento que nos hace soñar. Los seres humanos tenemos imaginación y en ella se inscribe el horizonte que no podemos ver si solo nos fijamos en lo presente.

La esperanza debe convocarnos a recuperar esta sociedad a pesar de los obstáculos que levantan esos patéticos deshumanizados que, a pesar de su monstruosa corrupción, no pueden anular la marcha hacia un futuro. Por eso, debemos unirnos en la tarea de deshacernos de su poder. Como lo dice Han la “esperanza no aísla, sino reconcilia, vincula y une”.

Por esta razón, la lucha contra las lacras de la necrocorrupción se vuelve una obligación moral de cada miembro de la sociedad guatemalteca. Debemos actuar con una conciencia de la necesidad de humanizar nuestro mundo. La esperanza es un movimiento fundamental del espíritu humano puesto que en ella confluyen las fuerzas que mueven al ser humano a superar las más adversas condiciones. La esperanza muestra que el dominio de los corruptos es una pesadilla, terrible, pero con poca substancia: una realidad que se instala en los miedos que no enfrentamos con decisión.

Si dejamos de tener esperanza, perdemos parte de nuestra humanidad. Los corruptos no tienen esperanza sino ambiciones desaforadas y esto los hace aún más inhumanos. No es concebible que un ser humano pueda vivir sin alzarse sobre sus pies para otear el horizonte. Eso no lo pueden suprimir esos homúnculos sin conciencia que ahora nos tienen presos en la cárcel de nuestros miedos. Recobrar el sentido de la esperanza es uno de los medios de romper las tinieblas que cubren a un país que siempre merecerá un futuro mejor.

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