José Domingo Montejo

Helmer Velásquez     junio 13, 2024

Última actualización: junio 12, 2024 7:30 pm
Helmer Velásquez

Como no encabronarse, cuando en un país como este, quizá por unos quetzales de sucia paga o una porción de tierra mal habida, se ordena el asesinato de un abogado, íntegro, joven aún, llegado desde el querido Huehuetenango a reivindicar voces y derechos campesinos. Labra carrera con la frente en alto y camina atado al porvenir de su familia. Risueño como los ángeles. Estudioso del Derecho Agrario, se ubica de voluntario en la esquina campesina, otorga generoso su sapiencia a organizaciones agrarias. Batalla contra muros de usurpadores, seres envilecidos por los dineros, usurpadores de tierra indígena y campesina. Humanoides venidos del averno, demencialmente enriquecidos por decretos militares o resoluciones judiciales. Seres que, aduciendo estrechez mental y para justificar su crimen, propalan que el Papa es comunista y afirman sin avergonzarse: que los ODS, son un símil de manifiesto comunista.  No habrá purgatorio para sus conciencias.

Es este un país asolado por el mal. Ese generoso caballero, algunas veces vestido de charreteras o con trajes de diseño, luce finos movimientos, boquilla de marfil y conversación agreste, disfrazada de soltura y sonrisa mefistofélica. Escaso de ideas, limitado de pensamiento.  Con José Domingo fuimos compañeros de jornadas, compartimos sonrisas y pensamientos. Ambos pensábamos que la justicia agraria nunca pasó por este país. Que el despojo agrario, patrocinado desde el Estado es la causa, más evidente de la miseria campesina. Que indígenas y campesinos en este país, merecen vida digna. Que el abogado del derecho debe asumir como propias las penas de la familia campesina, vivirlas y trabajar desde la ciencia y el derecho para transformarlas. Hay que decirlo, nacimos en una sociedad administrada por cúpulas intolerantes. Los campesinos acá no cuentan; a la niñez se le inculca que se trata de hijos de Dios venidos acá para vender frutos del campo y que comprándoles -con regateo- hacemos la buena obra del día, “que son felices en su pobreza”. Cuanta hipocresía en la sociedad. Estamos frente a seres humanos con dignidad y derechos. Con inteligencia como la suya y la mía, personas cuya contribución económica, política, social y cultural al país, ha hecho de este territorio un lugar conocido y admirado por el mundo.  En eso creía José Domingo, en eso se afirmaba, para bregar futuro para el campo. En eso empeño su vida.

Quiero abrazar a sus hijos, esposa y familia. He tratado de vadear la amargura, un ser como aquel, cargado de sonrisa no merece un epitafio de desesperanza, menos aún de lamento. Un personaje del derecho, calcado por los valores de ancestros en donde honor y solidaridad son la mejor acción de vida. A los criminales, intelectuales y materiales, siempre les reprocharemos haber apagado una luz de vida en esta oscuridad. Sin embargo, la luz del intelecto y la sonrisa de José Domingo, nunca la arrebatarán, su presencia en la justicia y alegatos agrarios, trascenderán. Un hombre que luchó consigo mismo por ser justo, que escribió en el alfabeto de la historia jornadas de justicia para la familia campesina e indígena. MI homenaje a la vida del afable compañero.  

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