Una dura realidad

Mi’nawee’ López González

abril 27, 2024 - Actualizado abril 26, 2024
Mi’nawee’ López González

Desde niños, hemos soñado con un futuro lleno de mayores oportunidades para nuestro
desarrollo personal, profesional y colectivo. Crecemos soñando con estudiar esa carrera
que nos apasiona o encontrar ese trabajo que nos dé lo necesario para empezar a
construir nuestro futuro, porque nos han hecho cuestionarnos sobre ¿Qué queremos ser
cuando seamos grandes? O ¿Qué nos gustaría tener cuando trabajemos? Iniciamos una
vida de ilusión y muchos sueños, pero muy pocas veces dimensionamos las implicaciones
que ese sueño contrae y lo difícil que será ese camino.

Aún en la persistencia del anhelo y las ganas de seguir adelante en busca de
oportunidades, la realidad es mucho más compleja de lo que aparenta ser, no solo son
las ganas las que se van apagando, sino también empiezan a relucir las frustraciones,
miedos, inseguridades, ansiedad e incertidumbre de lo que no pudo ser, y de lo que se
debe de enfrentar en adelante.

Sobre todo, cuando vivimos en un municipio o aldea fuera de la ciudad, donde las
oportunidades son escasas y nada accesibles, porque la centralización se vuelve un
obstáculo para estudiar, trabajar y superarte. Teniendo como única opción, migrar a la
ciudad o la urbanidad en búsqueda de ese sueño que construimos en nuestro imaginario
desde la niñez.

La adaptabilidad se torna necesaria e indispensable para poder sobrevivir al cambio de lo
rural a lo urbano, a un ambiente de aceleración y poco disfrute del tiempo. Donde el
prever se vuelve parte de nosotros, porque debemos de tomar en cuenta los costos de
vivir en la ciudad, tener una mensualidad para sustentar el alquiler de un lugar donde
vivir, una alimentación, los servicios básicos y el transporte.

El tiempo y el costo se convierten en brújulas que guían nuestro accionar dentro de la
ciudad, porque esa vida acelerada a la que nos adentramos nos absorbe. El dormir poco
es rutinario, las madrugadas y llegadas tarde a nuestras casas es habitual, porque se nos
va la vida ahorrando tiempo y dinero. Ya no disfrutamos ni de la compañía porque el
agotamiento es notorio, y ese poco tiempo libre que llegamos a tener, lo invertimos en
estudiar o adelantar cosas pendientes.

Asimismo, tomar esta opción conlleva que las visitas a nuestros hogares sean menos
frecuentes, que la convivencia con la comunidad sea más difícil de consensuar por los
tiempos y disponibilidades, que el individualismo se haga notar por la frialdad de una
ciudad donde sobrevive quien puede y una identidad que se ve afectada por la
inseguridad al portar la indumentaria, hablar el idioma o visibilizar los valores y principios
de nuestra cultura o forma de vida.

Entendemos que de ambas formas sacrificamos algo, el quedarnos en nuestro entorno
seguro y no esperar grandes cosas en nuestra vida o nos adaptamos a una vida
acelerada y perdemos nuestro vínculo comunitario y colectivo. Un equilibrio sería lo ideal,
pero también requiere de voluntad y ganas de vivir algo mejor.

Por lo que al final, vivimos una realidad que no es ni un poco de lo que creíamos que iba
ser, y que debemos de empezar a asimilar desde la adolescencia, que tendremos que
caminar por un sendero lleno de subidas y bajadas, donde la expectativa sea la última en
llegar y la esperanza sea quien nos acompañe siempre.

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