Un año de Desafíos y Aprendizajes

Hugo Maul R.

diciembre 30, 2024 - Actualizado diciembre 14, 2024
Hugo Maul R.

Este año ha sido una tormenta de retos inesperados, de verdades incómodas, de esperanzas frustradas y esperanzas que se resisten a morir. Los obstáculos no solo vinieron de fuera, sino también de adentro: decisiones equivocadas, oportunidades perdidas y unas brechas sociales y económicas que parecen inquebrantables. Uno de los desafíos más claros ha sido entender que no se combate la pobreza con discursos ni con fórmulas mágicas. La pobreza se combate con trabajo productivo y con políticas que fomenten el crecimiento, no con decisiones que destruyen empleos formales en nombre de una justicia que, en la práctica, deja a más personas en el abandono. Las decisiones económicas deben ser pragmáticas; mirar solo el presente sin considerar el futuro es una receta para perpetuar el estancamiento. No es suficiente querer ayudar; hay que saber cómo hacerlo.

El debate sobre las políticas públicas demostró que las soluciones fáciles suelen ser las menos efectivas y que el populismo puede ser un refugio tentador, pero insostenible. No basta con aumentar asignaciones presupuestarias si estas no se traducen en mejoras reales para quienes sostienen con su esfuerzo al país. La lección más clara fue la importancia de la prudencia: el desarrollo no se logra a través de decisiones impulsivas, sino de una planificación estratégica que equilibre lo urgente con lo importante.

En materia de infraestructura, su estado actual sigue reflejando las carencias más profundas del país: carreteras colapsadas, sistemas de transporte insuficientes y proyectos que nunca pasan del papel. Pero aquí también hubo una lección: así como Roma no se construyó en un día, tampoco su reconstrucción se puede hacer de la noche a la mañana. No basta con soñar que una nueva ley, un nuevo ministro o una nueva institución cambiarán todo. La verdadera transformación exige voluntad colectiva, técnica y responsabilidad, sin atajos ni intereses ocultos. El camino será largo, pero este año demostró que sin una base sólida, ninguna obra se sostiene.

En el ámbito social, fue un año para recordar que las divisiones y los conflictos no llevan a ninguna parte. El ascenso de discursos polarizantes, con luchas que olvidaron sus causas originales, y con una ciudadanía que, al perder de vista lo esencial, hace imposible construir una visión compartida. Ojalá la lección haya quedado clara: la verdadera fortaleza de una sociedad radica en su capacidad para dialogar, construir puentes y no permitir que las diferencias se conviertan en abismos insalvables. En caso contrario, iremos de Guatemala a Guatepeor.

En cuanto al combate a la corrupción y a la impunidad, queda claro que no son monstruos invencibles, pero que no basta con atacar sus sombras para destruirlos. También aprendimos que la corrupción no se erradica solo con denuncias y castigos. Se necesitan organizaciones públicas funcionales, estructuras de incentivos que premien el logro de resultados, una cultura de integridad, justicia pronta y eficaz, y un compromiso constante para evitar que lo podrido vuelva a crecer en silencio. Cada esfuerzo por combatirla, por pequeño que haya sido, demuestra que aún existe una reserva de dignidad y valentía en la sociedad.

Finalmente, quedó demostrado que el cambio no proviene de una gran acción heroica, sino de la acumulación de pequeños actos responsables. No basta con señalar lo que está mal; hay que estar dispuestos a involucrarse y a asumir cada quien su parte en la solución. Si algo nos dejó este año es la certeza de que el futuro no está escrito. Cada día es una oportunidad para corregir, aprender y avanzar un poco más en la dirección correcta. Que los errores y aciertos de este año sirvan para enfrentar el próximo con más claridad, compromiso y con una esperanza que, a pesar de todo, no se deja vencer.

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