Transcurrían pocos minutos después del atentado contra Donald Trump y después de saber que salió bien librado, estallaba la algarabía por estos lares. Los representantes del triunfalismo perverso percibieron que ese hecho, cierto o no, subiría los bonos del candidato presidencial y lo acerca como huésped reincidente de la Casa Blanca.
Las mafias, de distinto cuño, se lamen los bigotes. Esperan que pocas semanas después del ansiado triunfo y toma de posesión, los botones del tablero regresivo estén de su lado. El alineamiento de los planetas, ya en proceso, podría consolidarse con esa ansiada llegada. Desde el simplismo que suele dominar el pensamiento y las actuaciones de los actores criminales, creen que el cambio de mandatario en EE.UU se transformará, solo porque si, en el regreso triunfal de las huestes que dominaron el escenario en la última década, y que, ante el resultado electoral inesperado del año pasado, están ahora entre el desconcierto y la búsqueda de las venganzas.
Estos grupos, cuyas cabezas de playa están enquistados en diversas instituciones especialmente del sector justicia, añoran que se repita lo sucedido años atrás y se reviva lo que un medio nacional de la época colocó como titular de un interesante reportaje “Cómo Donald Trump dio luz verde a la corrupción en Guatemala y Ucrania”. El escenario de 2017 fue recreado en ese artículo de la siguiente forma “Al principio, los activistas en Guatemala llamaron a la calma: las políticas anticorrupción de EE. UU. eran bipartidistas, aseguraron. Republicanos y demócratas apoyarían por igual la lucha contra la corrupción. Pronto, vino el desengaño”. Veremos ahora si esas condiciones siguen siendo las mismas o han sido modificadas.
Si bien un supuesto de partida es considerar que el sistema político de EE.UU apunta hacia la estabilidad, resulta obvio considerar que Trump es un personaje anti esa corriente. Es un desestabilizador y rompe reglas por naturaleza. Si durante su gobierno dio amplia cabida a los actores contrario a la permanencia de la CICIG, respaldaron incondicionalmente el gobierno de J. Morales y mostraron apertura al lobby político-empresarial pro impunidad; ahora las coordenadas podría orientarse a reducir (inicialmente) y eliminar (posteriormente) el marco de respaldos al gobierno encabezado por Arévalo, respaldar el control pleno de los actores político-criminales en todo el entramado público, así como cerrar los diversos chorros de cooperación bilateral (excepto los que corresponden con las líneas que seguirán estando en la agenda: reducción sensible de la migración, combate a las expresiones del crimen organizado que estén fuera del cuadrante y control fronterizo).
En todo caso, los vientos no son favorables; no solo al gobierno central sino a la sociedad en su conjunto. Por mucho que los fans se desgañiten en anticipar la imposición de la banda presidencial en la nación del norte, los escenarios de corto y mediano plazo están orientados al recrudecimiento de las condiciones de hostilidad. No se trata que con los demócratas los vientos fuesen totalmente diferentes y cargados de optimismo. Nuestro presente y devenir no corren por los carriles promisorios, y además por acá nos esforzamos en agravar esas condiciones por la presencia de redes y expresiones fascinadas con hace pedazos cualquier posibilidad de mejora, por pequeña que esa sea.
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