De todo lo que leído y escuchado en la última semana sobre Medio Oriente puedo sacar de sus sombríos embrollos alguna claridad: Entre las cartas perdedores de la conflictiva zona luego de la caída del autócrata Asad, que semejaba a la caída de la dinastía de Somoza, pues padre e hijo estuvieron cincuenta años en el poder, apoyados por Moscú, sea la URSS o la Federación Rusa, mientras que Teherán ayudó varias décadas ante el acecho que le tendió la CIA, Arabia e Israel, a la vez que Teherán financiaba y armaba a Hamas y Hezbolá, que han sido totalmente destruidos, además que Israel además dañó en serio las defensas de Irán.

También es claro que Turquía ayudó a los grupos yihadistas que alcanzaron el control de Damasco y dónde muchos se preguntan qué van a hacer si estos grupos eran considerados terroristas en Estados Unidos y Europa. Por eso Israel ha deshecho todas las armas del ejército y armada sirias para que no las tomen estos yihadistas, herederos de Al Qaeda y de Isis, mientras Rusia clama a estos que controlan Damasco que respeten su base naval y aérea en territorio sirio en el Mediterráneo y estaría dispuesto a negociar sobre su permanencia, ¿a cambio de qué? Todo dependerá de la reacción de Estados Unidos, que Biden considera como un éxito de política exterior, pero que tratará de salvar la cara por haber ayudado por la vía de Turquía a estos yihadistas para luego querer salir de ellos si se muestran como lo brutales que en realidad son, pero que ahora A. Blinken considera como “rebeldes” para poder negociar a su vez con esta que parece una insurrección interna y no como una intervención extranjera que derrocó a Sadam Husein en Irak hace dos décadas, o como fue el caso de Kadafi en Libia, derrocado por las armas de occidente, dejando al país en el caos como sucede por lo regular con las intervenciones extranjeras, más en Medio Oriente, donde el petróleo ha estado en el foco de todas las tensiones desde hace un siglo, y es un asunto que no se puede ni debe soslayarse.

Los dados han favorecido a Israel y a Estados Unidos, que vuelve a tener una presencia que se había desdibujado hace unos años con sus dos erráticas y crueles intervenciones en Irak, ante el vacío que ha dejado Rusia e Irán en la región. En ese movimiento telúrico Turquía renació con mayor presencia en la región. Erdogan deberá negociar en alguna forma con Estados Unidos en tanto que miembro de la OTAN sobre el devenir de la región, pero también con Netanyahu, si es que se logra salvar de ser enjuiciado por corrupción. En alguna forma, Líbano y Gaza son los grandes perdedores locales con sus pueblos afectados de manera más que violenta, mientras aún no se está claro el futuro de los cientos de miles de refugiados sirios en el exterior que han comenzado a volver a su tierra, sobre todo de Turquía, donde eran un peso demasiado grande de soportar para Erdogan, y ayudó a los yihadistas derribar a Asad para salir de ese brete.

La ayuda humanitaria tendrá que volcarse a los sirios por igual, mientras hay posibilidades que se abran las puertas a dicha ayuda en Gaza y Líbano porque ahora Israel se siente más seguro. En tanto en Estados Unidos se respira cierta confianza porque su objetivo era debilitar a Rusia con la trampa que le puso en Ucrania y el objetivo ha sido alcanzado: Putin ha sido humillado porque no pudo responder para ayudar a Asad como sucedió también con Irán. Rusia queda como un poder regional, mientras Irán ahora es solo un estado débil. Trump estaría dispuesto a bombardear sus instalaciones atómicas, mientras negociará con Putin un tratado favorable a Rusia en detrimento de Ucrania que se volvería neutral. Zelensky quedará huérfano. Entretanto, la lucha entre las facciones yihadistas en Siria ha comenzado y la pregunta que se hacen los expertos es si se sustituirá un régimen despótico por otro igual. Seguro que las guerras seguirán en la región.