En Guatemala y la gran mayoría de países de América Latina la pandemia del COVID-19 dejó profundas cicatrices sociales, políticas y económicas, pero aún sin habernos recuperado plenamente de la misma, una nueva amenaza surge sigilosamente, un virus silencioso que enferma a nuestra economía: la “shrinkflation”. Este fenómeno consiste básicamente en una práctica de las empresas en la que encogen el tamaño de los productos sin una disminución correspondiente del precio, convirtiéndose en un martirio para los consumidores quienes ven cómo su dinero va perdiendo valor casi de forma imperceptible.
Al recorrer los estantes de cualquier supermercado probablemente no hemos notado nada fuera de lo normal. La organización de los productos sigue siendo la misma, las marcas conocidas están presentes y no parece haber nada que nos haga sospechar de algún peligro al realizar las compras. No obstante, prestando especial atención a los detalles nos podremos dar cuenta que muchos productos que solemos adquirir están cambiando drásticamente. Las frutas y vegetales parecen ser más ligeramente menores de tamaño, las barras de chocolate se ven más delgadas, las bolsas de papas fritas contienen cada vez más aire y menos producto, el rollo de papel higiénico tiene menos hojas, los paquetes de granos ahora manejan números impares en su peso, en fin, la idea se entiende, la shrinkflation ya llegó y nos roba nuestro dinero ganado con tanto esfuerzo de forma constante sin darnos cuenta.
Las mayoría de empresas justifican esta shrinkflation alegando el aumento de los costos de producción, la escasez de materias primas y las complicaciones en la logística internacional y cadenas de suministro. Sin embargo, estas excusas parecen más un espejismo que una realidad tangible ya que nos hemos encontrado con dos curiosos elementos. Primero los precios de los productos se han mantenido o incluso aumentado, mientras que el tamaño o cantidad se han reducido. Segundo y de acuerdo con estimaciones del World Economic Forum para 2024, las regiones geográficas con mayor tendencia a la shrinkflation son África Subsahariana, América Latina, el Caribe y el Centro Oriental y Norte de África, presentando un claro contraste con las regiones a las que se les prevén los pronósticos más bajos de shrinkflation siendo estos Europa, Estados Unidos, Asia Pacífico y China. Esto sugiere que la shrinkflation no es solo una consecuencia inevitable de la crisis, sino también una estrategia deliberada de las empresas para aumentar sus ganancias a costa de los consumidores pertenecientes a las sociedades más pobres y desiguales.
Es aberrante la forma en que la shrinkflation toma como objetivo deliberado a las clases menos privilegiadas para que sufran las consecuencias en sus bolsillos y pagen el precio sus familias. Con cada producto que se reduce, el poder adquisitivo del consumidor promedio disminuye drásticamente, y la brecha de desigualdad se amplía radicalmente, concentrando la riqueza en las mismas minorías, élites, monopolios y oligopolios que por siglos han tratado de mantener a nuestros pueblos en la ignorancia y la miseria.
Ante los síntomas de shrinkflation que ya se presentan no podemos quedarnos de brazos cruzados. Es importante ser conscientes de este fenómeno y tomar medidas para proteger nuestros bolsillos. Estas medidas van desde la mejora en nuestros hábitos y prácticas de consumo hasta el exigir a nuestros “dignos” representantes en el poder político que se establezcan ya reformas legislativas que privilegien la competitividad para incentivar la entrada a mayor variedad de productos y limitar los abusos en los precios.
Es absurdo que en un país como Guatemala con un potencial productivo y de agricultura tan grande, se luche tanto por poder suplir a la población de una canasta básica asequible, accesible y digna. Por lo tanto, la información es la primera cura para prevenir el caos que esta enfermedad shrinkflation pueda generar, y compartiendo la misma en nuestros espacios, con colegas, camaradas, amigos, y familia podremos como sociedad desarrollar una cultura de consumo más responsable, alerta, pero sobre todo informada para exigir a cualquier empresa o gobierno el respeto irrestricto a nuestros derechos.
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