Se quema la casa

Helmer Velásquez     abril 18, 2024

Última actualización: abril 17, 2024 10:47 pm
Helmer Velásquez

Guatemala arde por donde se le vea, no tenemos sosiego, vamos de fuego en fuego. Se quema nuestro bosque y la decrepita institucionalidad. Perdemos bosque, maleza y fauna. Se queman además los pilares de la democracia. No hay cuerpo de bomberos capaz de sofocar aquellos fuegos. El drama de Guatemala es que toda tragedia, es utilizada para obtener réditos políticos y ahora hasta para defenestrar al oponente. Los agentes de la decadencia y la corrupción, embozados de <oposición política> no son más
que resabios ruinosos, que, aprovechan las tribunas, para frenar la acción del Ejecutivo, sea ésta para combatir el fuego o remendar la institucionalidad. Se antepone el provecho del grupúsculo frente a la catástrofe ambiental y política.

Sobre el incendio de los bosques, no importó el irreparable daño que se causa a la naturaleza, parecieran solazarse con el sufrimiento de la población campesina, para quienes el acceso a los recursos del bosque es cuestión de vida. A todos nos afectará en algún momento, solo es cuestión de tiempo. El problema del país es que el juego <político> esta mediado estrictamente por intereses venales, revanchas y ausencia de postura ideológica. El debate ha ido desapareciendo. Se vocifera. Priva el interés particular sobre el colectivo, justamente lo contrario a lo que afirma la Constitución de la República. En ese escenario, el país, efectivamente arde. Desde la quema piromaníaca de los bosques, hasta la pira institucional. Los errores de procedimiento de una nobel administración pública, poco justificables, estoy de acuerdo. No debiesen ser la excusa para el sabotaje a la debilitada acción institucional; famélica, hay que señalarlo, luego de
veintitrés años -para solo contar este siglo- de un régimen sostenido en el desfalco, la mascarada democrática y el abandono de la función pública. Muchos de los actuales <opositores> son responsables directos, cómplices, herederos sanguíneos o políticos de quienes labraron la quiebra de las instituciones y son quienes, ahora, detienen el esfuerzo de -por lo menos- remendar la institucionalidad. Digo remendar, porque honestamente no creo que se tenga la fuerza política, para transformarla.

Así, vivimos un periodo sui generis en la política nacional, la democracia no consigue configurarse, al contrarío se desfigura. La burocracia asume el papel protagónico. El entramado burocrático, embozado en traje de monje, resultó celoso guardián de la letra muerta de la legalidad, letra que obviaron, cuando gestionaron el aparato público. Se recurre a la maniobra desleal, la diatriba, la güizachada como <argumento> contra cualquier atisbo de buen gobierno o avance democrático. La salida del atolladero está en arroparse el Ejecutivo en los cuerpos sociales, académicos, de los pueblos, dar de verdad voz a la gente y tomar acuerdos. Diálogo permanente y estructurado, hay que acudir a la sociedad organizada para cerrar paso al desgaste, al juego antidemocrático. Elevar los decibeles de la voz democrática, y en cuerda separada el Presidente de la República debe mantener una contundente interlocución con sus homólogos de los otros poderes, encarar los desencuentros, se trata de la gobernabilidad, inmovilizarse conduce al aislamiento y la debacle.

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