En los primeros 100 días del nuevo gobierno, tanto analistas como medios de comunicación se han dedicado a evaluar si la nueva administración ha cumplido con sus promesas. Sin embargo, la frase «rescatar la economía» que ha sido utilizada para describir este objetivo parece simplificar en exceso la complejidad de los desafíos económicos que enfrenta el país. Si bien puede tener un valor mercadológico en términos de comunicación política, no refleja completamente la realidad de la situación. La palabra «rescatar» implica una acción rápida y efectiva por parte del gobierno para liberar a la economía de amenazas y peligros. Sin embargo, la realidad es que el sector público enfrenta limitaciones estructurales y de capacidad que dificultan la implementación inmediata de soluciones. La sensación de urgencia implícita en la frase podría generar expectativas poco realistas en la población, ya que resolver los problemas económicos requiere de tiempo y esfuerzo continuo.
Este slogan, pues, refleja una simplificación excesiva de los problemas subyacentes que afectan el funcionamiento de la economía y de sus posibles soluciones. La sensación de urgencia que queda implícita en el slogan resulta contraproducente dadas las dificultades asociadas con alcanzar de manera efectiva los resultados ofrecidos. Culpar exclusivamente al nuevo gobierno por su falta de capacidad para cumplir con las expectativas puede ser injusto, ya que estas limitaciones son estructurales y difíciles de superar en un corto período de tiempo. Independientemente del color, el símbolo o la ideología de quien hubiera llegado al poder, nadie mejorar significativamente la capacidad estatal en 100 o 1,000 días. Cínicamente hablando, si a estas alturas de la historia todavía no han comprendido los electores que las promesas de campaña rara vez se cumplen, la culpa no la tienen quienes hacen las promesas sino quienes las creen. De tal cuenta, el principal problema no radica en la decepción que sufre la población cuando ve que las expectativas de mejora o cambio no se materializan, sino en seguir atribuyendo al sector público capacidades que no tiene o asumir que basta con cambiar a altas autoridades para que todo se “enderece”.
Es decir, reconocer que la devastación encontrada a todo nivel dentro del sector público supera lo que cualquier gobernante comprometido con tomar un camino distinto puede hacer en cuatro años; sobre todo, en condiciones de debilidad política frente a quienes han sido los grandes ganadores del debilitamiento y destrucción de la capacidad del Estado para hacer frente a sus funciones mínimas. Mejor sería aprender de W. Churchill, cuando públicamente reconoció ante su nación que no tenía “nada que ofrecer sino sangre, sudor y lágrimas”, que ofrecer una imagen simplificada de la realidad, que no refleja completamente la complejidad de los desafíos económicos. Es necesario adoptar un enfoque más realista y a largo plazo para abordar estos problemas de manera efectiva.
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