El Premio Nobel de Economía fue otorgado este lunes 14, a Daron Acemoglu, Simon Johnson y James A. Robinson, un grupo de expertos economistas, aclamados por sus investigaciones sobre las diferencias de prosperidad entre países, en concreto sobre cómo la colonización europea ha llevado a que algunas naciones sean ricas y otras no.
Según algunos, no solo destaca sus aportes académicos, sino que también promueve una reflexión significativa sobre el papel fundamental que desempeñan las instituciones en el progreso económico y social. Pero de acuerdo con comentarios de internautas —con los cuales comparto más—, les dieron un premio a lo ya descubierto. Descubrieron el agua en pleno siglo 21, decía un tuitero. «Los países con un pobre Estado de derecho e instituciones explotadoras no generan un crecimiento sostenible». Esa es la premisa principal del premio. Algo obvio.
Hace mucho tiempo atrás, como tarea escolar recuerdo que para la clase de Historia Universal, nos pidieron realizar un ensayo bajo esa misma premisa: ¿Por qué los países fracasan? Recuerdo que nos entregaron un extracto del libro de Acemoglu y Robinson, y en base a eso respondimos tal pregunta. Entre búsquedas exhaustivas por fin pude dar con dicho ensayo, que dicho sea de paso, no es ni siquiera de una página. No recuerdo si las instrucciones eran “Hacerlo en al menos una página con una cantidad específica de palabras”, o era algún tipo de ensayo libre.
Cualquiera que fuera el caso, ese aclamado “análisis” se queda corto a la redacción de tremendo libro. Gracias a esa maestra en específico —no tengo ni la menor idea si algún día lea este artículo o lo comparta, o si se recuerde de mí—, terminé fascinándome con dichos temas y he aquí escribiendo sobre ellos. Así que, muchas gracias Ale.
Una parte del ensayo escrito por un «yo» inexperimentado de más o menos 13-14 años:
Si respondemos a la pregunta del libro Por qué fracasan las naciones, la respuesta parece sencilla: el poder. Los pueblos indígenas de las Américas, tales como los mayas y aztecas, lucharon contra los conquistadores europeos, pero no lograron vencer. ¿Por qué? Porque las potencias europeas, con sus mayores recursos y tecnología, tenían un poder abrumador en comparación con las sociedades indígenas. Así de simple: tenían poder y autonomía.
Ahora, imaginemos un escenario alternativo en el que los pueblos latinoamericanos hubieran ganado esa lucha. Quizás seríamos hoy una región rica, comparable con otras potencias mundiales. Sin embargo, la realidad es que los gobiernos corruptos y mal gestionados han contribuido al fracaso y subdesarrollo de muchas naciones en América Latina. Esto lo hemos visto en las últimas décadas, donde la corrupción ha degradado la reputación y el progreso de países como Guatemala, El Salvador y México. Desde la Edad de la Exploración podemos observar cómo las decisiones de los gobiernos y los líderes han moldeado desgraciadamente el destino de las naciones. Y volviendo a la pregunta ¿Por qué fracasan las naciones?, la respuesta radica en gran medida en el mal gobierno y la mala gestión que han existido durante siglos.
Si soy completamente honesto, no recuerdo nada sobre lo que leí para llegar hasta esa conclusión. Uno de los puntos clave de la investigación radica en la idea de que las instituciones no solo surgen de procesos históricos, sino que también pueden ser modificadas y optimizadas mediante políticas y reformas. Esta postura refleja una visión optimista acerca del potencial de las sociedades para transformarse y mejorar su bienestar económico.
El trabajo de estos tres economistas ha sido crucial para comprender el vínculo entre las instituciones y la desigualdad. Han demostrado que instituciones que promueven la inclusión y equidad pueden disminuir las brechas económicas y fomentar una mayor cohesión social. Es esencial admitir que el camino hacia la creación de instituciones sólidas y equitativas no es fácil. Claro, es completamente comprensible. No espero que de un día para otro existan instituciones firmes. No tenemos ni siquiera medio gobierno firme. Requiere tiempo, esfuerzo y, sobre todo, la voluntad de los actores involucrados. ¿No? Algo obvio.
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