Musicalmente inestables

Marcos Melchor Palencia

diciembre 21, 2024 - Actualizado diciembre 20, 2024
Marcos Melchor Palencia

Somos musicalmente inestables. O quizá solo sea yo, aunque mi último Spotify Wrapped me lo ha confirmado. Además, lo he notado en las historias de Instagram de los demás. Así que, sí, somos musicalmente inestables. Pero hoy, analicémoslo con más detalle.

Cada año, Spotify nos ofrece un resumen personalizado de nuestras canciones, artistas y géneros favoritos (hoy no lo he notado esto último), y este último año no ha sido la excepción. Algo tarde, pero lo ha dado. No diré quienes han sido mis artistas más escuchados pero mencionaré algunos dentro de este texto (serán 2 o 3 si mucho, no son reguetoneros o alguien de ese tipo, eso no lo soporto).

Como humanos, hemos descubierto que la libertad, el deseo y muchas otras cosas nos conectan entre nosotros. Entre ellas, la música. Ese lenguaje universal que trasciende fronteras vive hoy un momento de transformación constante. En esta era digital, las dinámicas de consumo y creación han cambiado radicalmente, y de forma notable.

Más que nunca, la respuesta está en el poder colectivo de grupos específicos que marcan tendencias y en los artistas que logran conectar con ellos. Así como se escucha. Si bien sabemos, la música siempre ha sido impulsada por las generaciones más jóvenes, pero hoy las plataformas digitales amplifican su impacto a gran escala.

TikTok y Spotify, se han convertido en los nuevos puntos de reunión públicos donde el gusto colectivo se convierte en virales. Triste, pero pasa. En TikTok, por ejemplo, un fragmento de menos de 15 segundos puede transformar a un artista desconocido en fenómenos globales, y lo que ocurre ahí frecuentemente se traslada a las listas de popularidad de Spotify.

Somos nosotros, los jóvenes (o al menos yo me considero joven), que encabezamos esta revolución. No solo consumimos música, sino que la curamos, mezclamos y le otorgamos un gran significado visual y cultural. Hasta incluso cuando no lo tenga. Esto, sumado al gran poder de las comunidades digitales —desde los fanáticos de géneros específicos hasta las leales “fandoms” de artistas como Taylor Swift—, redefine cómo entendemos el éxito musical. Incluso, por medio de TikTok he visto los últimos conciertos de The Eras Tour y su paso por Vancouver.

Artistas como Gracie Abrams o hasta la misma Swift, por ejemplo, siguen siendo una fuerza cultural porque sus letras encapsulan emociones universales con un toque profundamente personal. O tal vez solo sean bobadas con las que me identifico y la vida sigue adelante. No hay más.

En estos remotos tiempos, el poder de mover la música ya no está en manos de unos simples ejecutivos o grandes cadenas de radio. Ya casi nadie escucha radio. Hoy, está en los dedos de millones de usuarios que comparten canciones en redes sociales, que crean listas de reproducción colaborativas y que participan en comunidades digitales. Lo demás, ya ni importa.

Al final, quien mueve la música es quien la escucha, pero no de forma pasiva. Cambiamos de género como cambiamos de humor, o como cambiamos de ropa. Según mi propio resumen, he pasado de Fleetwood Mac a Phoebe Bridgers de la noche a la mañana, aunque ese afán venga desde hace mucho tiempo. Y quizás eso sea lo más “ameno” y “entrañable” de ser musicalmente inestables: no hay un «yo» estático. Hay muchos, solo que yo no los conozco aún.

Tal vez alguien me tenga que presentar a mis otros yo.

Así que, sí, somos musicalmente inestables.

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