Migrar es una palabra muy grande

Lucía Ixchiu

enero 5, 2025 - Actualizado enero 4, 2025
Lucía Ixchiu

Migrar es una palabra muy grande, y en lo ancho y basto de su significado cabemos todas las historias, cabemos todas las personas, cabemos los millones de estrellas y constelaciones que enfrentamos y vivimos esta realidad.

Escribo en este momento, mientras ocurren varios genocidios en el mundo. Hablo, reflexiono y escribo sobre esto, mientras cumplo cuatro años como migrante, exiliada y como periodista que, en medio de las circunstancias, ha tenido que seguir con su vida y que, en medio de la violencia política, ha tenido también que entender las fronteras y la transterritorialidad.

Las redes de solidaridad y acogida salvan vidas en medio de un contexto neoliberal capitalista de poderes patriarcales que nos imponen fronteras, que nos imponen violencia, que nos imponen distancia, que nos ponen unos sobre otros. Migrar es una palabra muy grande, migrar es salvar la vida, es escapar del hambre y la pobreza, de la violencia política, la persecución y la criminalización; es huir de la violencia machista y patriarcal en casa, es romper el miedo y el silencio, es escapar de un genocidio, de una guerra.

Migrar en las condiciones de empobrecimiento y persecución política no es salir a estudiar con una beca; migrar es un acto de rebeldía y dignidad; migrar no se hace desde un escritorio; migrar no es un simposio académico. Somos más que solo cifras, más que solo datos, somos más que solo remesas. Migrar es una palabra que me atraviesa la existencia.

Nadie sabe ni puede juzgar las razones por las cuales salimos de nuestros territorios; nadie tendría porque opinar, sin embargo, lo hacen, en nuestra propia familia, círculos de amigos y, lo más lamentable, entre gente que ni nos conoce y se cree con el derecho y la superioridad moral de opinar sobre las vidas de los demás.

Inclusive en el exilio, en mi país de origen hay gente que continúa difamando mi trabajo. Esto ha significado entender que la miseria humana y la insensibilidad han sido también parte de este proceso y que, sin querer, limpian el camino.

Muchas veces nos toca enfrentar la incomprensión de lo que es migrar; la incomprensión de lo que es estar exiliado. Nadie entiende la transterritorialidad hasta que la atraviesa, nadie entiende una frontera hasta que la cruza. Eso es migrar. No es un viaje de paseo ni de diversión y tampoco vacaciones. Muchas veces no es planificado, se sale con lo que se tiene, se sale con el corazón roto. Esto solo lo entendemos quienes lo hemos vivido.

Yo no quiero su empatía, mínimamente su respeto como ser humano.

Migrar es abrirse a lo desconocido y empezar de cero muchas veces; es abrirse a lo inesperado y aprender a navegar en la incertidumbre; es aprender todo tres veces o cuatro; es comer distinto, es caminar distinto. Migrar está en nuestros pies, está en el camino. Migrar es un acto natural de la biodiversidad, la naturaleza; la madre tierra es una sola como los ríos que fluyen.

Empezar estas letras para mí ha sido complicado; es hablar desde el corazón roto, como una contadora de historias que ya no vive en su casa, como una contadora de historias que ha tenido que aprender a entender que su territorio está en sí misma, y que esa mujer, esa persona que fui ya no existe.

Guatemala, el país donde nací, está situado en Centroamérica y tiene en la actualidad la segunda ciudad con más guatemaltecos en el mundo fuera de sus fronteras. Está en Los Ángeles, California. Ya no somos lo que éramos. Hay muchas ciudades en Estados Unidos donde los idiomas principales son idiomas mayas que vienen de mi ombligo, que vienen de nuestro territorio, y muchos de ellos pasaron de nuestro idioma originario a otro idioma colonial, el inglés.

Los migrantes somos la mayoría en el mundo, los desplazados, los exiliados, los refugiados por la violencia, por el empobrecimiento, por la imposición de fronteras, por el fanatismo religioso y supremacismos que hacen creer que un territorio es válido sobre otro.

Esos somos los caminantes. En la ciudad donde vivo ahora hay cientos de campamentos de migrantes de distintas partes del mundo: personas centroamericanas, hermanos de Guatemala, mayas como yo. En muchos lugares los sistemas de acogida son infames, indignos, muy a la talla de los Estados nación.

La Unión Europea y Estados Unidos tienen sistemas de acogida vergonzosos y carentes, son incapaces de comprender la complejidad de lo que significa migrar, no les interesa comprender lo que nos toca caminar, volar o nadar. Nos toca existir y nos toca respirar y probar que somos seres humanos.

Migrar es una palabra muy grande, migrar es también salir de la zona de confort; es una maestra, porque en esta historia no somos víctimas. Yo no soy una víctima, soy producto de mis circunstancias en el país donde me tocó nacer, donde no se tienen garantizados los derechos mínimos, donde el sentido común está extinto, donde tener que dar la cara implica tomar riesgos.  Ahora eso soy.

Migrar es un aprendizaje constante, migrar es abrazar el silencio, la nada, la oscuridad y encontrar el alivio. Ya no soy la persona que dejó mi país. Migrar es también la posibilidad de renacer y ser esa persona que siempre quisiste ser, pero en otro lugar, donde empezar de nuevo y reinventarse es parte del viaje.

A veces en este camino, lleno de tanta contradicción e incoherencia, he llegado a pensar que quizás empezar de nuevo donde nadie te conoce y nadie te juzga es seguir con el curso de la vida, donde nadie sabe que existes y es una forma de seguir, de vivir; al final, la naturaleza lo hace, se adapta, así como las mariposas, los búfalos, los ríos y las plantas; migramos nosotras y nosotros con ellos, nuestras vidas, nuestras historias y nuestros territorios. Migrar es una palabra muy grande.

Existimos sin su permiso y seguiremos migrando. Esto es por todas nosotras, mujeres migrantes en el mundo, por todas las que ya no están y por todas las que no faltan. No hablo en nombre de nadie, pero las nombro, porque narrarnos es hacernos justicia.

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