Usualmente no tenemos el radar a la administración pública. De ordinario hablamos del gobierno, como si fueran sinónimos; pero no ponemos suficiente atención a los engranajes que hacen posible que los asuntos públicos se desarrollen (en ocasiones para solucionarlos, en otras para empeorar o simplemente para que todo pase y al final no pase nada).
La administración pública comprende una maraña de sistemas, redes y organizaciones, todas orientadas a la atención de los asuntos públicos. En tal sentido, su agenda es gigantesca porque “lo público” ocupa un lugar preferente en la vida en sociedad, guste a unos y disguste a otros. La administración pública es necesaria y fundamental. Incluye el conjunto de las instituciones, sean estas centralizadas o autónomas, pero también sus mecanismos de relacionamiento. También incorpora a las estructuras locales (las municipalidades).
El quehacer central de la administración pública se centra en responder a las demandas y necesidades de la ciudadanía; de allí que el recurso humano que representa el corazón del sistema sea denominado “servidores públicos”.
La administración pública es un inmenso laboratorio que permite identificar una diversidad de tendencias y fenómenos en ascenso. Usualmente se le señala de ineficiente, haciendo un uso equivocado del concepto burocracia. También se le relaciona como el espacio donde la corrupción y sus variadas expresiones toman fuerza y se amplifican. Pero ojo, su principal componente es el recurso humano donde actualmente proliferan los advenedizos.
Los advenedizos son las personas que no tienen idea ni les interesa conocer la naturaleza y capacidades que se requieren para integrar la administración pública. Simplemente les interesa el “chance” porque necesitan una fuente de ingresos fijos. Lejos han quedado los tiempos donde integrar la administración requería formaciones sumamente calificadas. Ahora reina el tráfico de influencias, los sobornos y otras prácticas para alcanzar un puesto en el estado). Pero en ocasiones, los incentivos son otros: alcanzar un puesto o cargo público para unirse a los que creen que lo “público” una gran piñata que salpica de beneficios económicos a los estén cerca. Es acá donde el adjetivo advenedizo toma sentido: es la persona que no le corresponde estar allí, pero que consigue una posición para la que no está capacitada, y encima de todo, tiene pretensiones desmedidas. Es el sinónimo de arribista o trepador.
Claro que en la administración pública aún quedan cuadros de personas bien calificadas, conocedoras y comprometidas con el servicio público, pero cada vez son menos. No dudo que el paso que vamos, en el mediano plazo, se convierta en una generación extinta. El deterioro institucional marcha a pasos agigantados y de momento, no hay nada que se oponga. El ascenso rápido en el escalafón económico y social, a costa de lo que sea (y de quien sea) es una preocupante tendencia, donde los eslabones públicos representan una importante plataforma para su concreción. Integrar la administración pública ha pasado a ser importante atractivo, en sustitución de la visión de satisfactor de necesidades humanas (sean individuales o colectivas). Los gobiernos nada hacen en revertir la situación; por el contrario, con rapidez repiten e incrementan los espacios en favor de los advenedizos.
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