La pandemia fue asunto mayor que afectó a todo el mundo. La alerta se encendió hace casi cinco años, en diciembre del 2019 cuando se detectaron casos en Wuhan, donde surgió el COVID 19 entre los vendedores de los puestos de mariscos por aparentemente comer murciélago, una práctica común. En cosa de tres meses ya estaba el mundo patas arriba, y la pesadilla duró hasta mayo del 2023, cuando se decretó el final.
El escándalo por la enfermedad nos mantuvo encerrados con miedo, desatando al principio un gran sentido de solidaridad, al mismo tiempo que se gestaba por afán de sobrevivencia una nueva conducta social, el distanciamiento. Recuerdo frente al supermercado haciendo cola con la mascarilla puesta, esperando el turno de breves minutos para llevar a casa lo necesario, en salidas furtivas y horario establecido. Todos lejos de todos. Pero tras una primera actitud amable, la gente empezó a tener hambre, a plantearse el pago de cuentas, y mientras aprendíamos a solicitar todo en línea, se reanudó el trabajo, porque gracias a la ciudad se desató la construcción. Los autobuses cerraron por decreto del Gobierno, y el primero en reanudar el servicio fue el Transmetro, exclusivo para quienes necesitaban trabajar, sentados aparte, en unidades vacías y al mismo precio. Otros descubrieron la ventaja de la moto, compraron la suya y llegaron rápido a su destino, sin temor al contagio, y como tampoco había tráfico, aprendieron a manejar sin estrés y volaron. Ahora ya son más de dos millones de motos en el país, acostumbrados y amañados a la independencia, y siguen aumentando las naves de dos ruedas, porque las venden en todos lados, al crédito en el comercio pequeño o en las grandes tiendas de electrodomésticos. Una estufa, un cuchillo y una moto, por favor. Ahora, hay que lidiar con los enjambres de motoristas, que se apoyan, organizan, realizan peregrinaciones, parrandas en la vía pública, carreras prohibidas, como si se tratara de los caballos del lejano oeste. Hay conductores a quienes les toca sufrir accidentes, y lo admiten con gallardía, pero por nada del mundo están dispuestos a cambiar su ventaja. Y gradualmente serán puestos en orden tantos vaqueros con caballos de metal.
¿Quién tuvo la culpa de la existencia de tantas motos? ¿Los que se comieron el murciélago infectado en Wuhan? Pues no hay que perder el tiempo echando culpas, lo que sucedió nos cambió la vida, nos motorizó y enseñó a ser desconfiados, intransigentes y a mantener la distancia. Ahora ya no viajamos tan juntos ni vivimos en casas múltiples, porque despertamos en una metrópoli que apunta a rascacielos, juntos pero separados, volando hacia arriba, a la vanguardia, producto de una tragedia mundial que ocasionó el apetito de un goloso que masticó mal algún murciélago infectado.
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