La ultraderecha guatemalteca

Jorge Mario Rodríguez

agosto 21, 2024 - Actualizado agosto 20, 2024
Jorge Mario Rodríguez

En los últimos tiempos, el mundo ha presenciado una marcada radicalización de la derecha en todo el planeta, hasta el punto de que ya es visible lo que el pensador argentino Juan Gabriel Tokatilian llama la “Internacional Reaccionaria”. La derecha extrema, desde las más diversas posiciones, se ha engarzado en una guerra cultural diseñada según un interés más o menos compartido: la oposición a todo pensamiento emancipatorio.

Para pelear esta guerra cualquier recurso es válido: desde diversas manifestaciones de violencia hasta teorías conspiratorias, pasando por el negacionismo climático y la satanización de la diversidad sexual. Y siempre con la ayuda de la desinformación y las más descaradas mentiras, se demoniza a los migrantes, esos semejantes que, como lo hiciera ver Hannah Arendt, no tienen ni siquiera el derecho a tener derechos.

Uno de los rasgos principales de este fantasma que recorre el mundo entero es la manipulación de las crecientes cotas de descontento y frustración creadas por esa desigualdad cada día más espantosa. Esta manipulación se facilita por la acción corrosiva de las relaciones sociales digitalizadas. El espacio cibernético confirma a los miembros de la sociedad —ahora reducidos a “usuarios” que producen “perfiles” vendibles— en cualquier tipo de visión distorsionada del mundo.

La negación de problemas que proyectan una sombra sobre el futuro de la humanidad es uno de los tantos rasgos que prevalecen en la ultraderecha global y local. La última semana ofreció la oportunidad de presenciar la entrevista que Elon Musk le hizo a Donald Trump en la plataforma X propiedad del magnate surafricano. Esta entrevista se está convirtiendo en un recurso para ejemplificar las incoherencias de tales estrellas de la ultraderecha. No en balde dice el periodista David Smith, en un comentario de esta entrevista en The Guardian que, si estos son dos ególatras son de los hombres más poderosos del mundo, ya es tiempo para abordar el próximo cohete de SpaceX que se dirija a Marte.

Ahora bien, la marea ultraderechista mundial refleja la realidad histórica de un país como el nuestro. El jurista norteamericano Bernard Harcourt ha mostrado que una sociedad como la norteamericana ha llegado a tratar a sus ciudadanos siguiendo las líneas de las, para nosotros, muy conocidas tácticas de contrainsurgencia.

Y aquí las ignominias se concatenan. Por ejemplo, Isabel Wilkerson ha sacado a luz que los nazis se interesaron en la división racial en Estados Unidos para organizar sus propias políticas en Alemania. Por su parte, el escritor norteamericano J. K. Turner consideraba que la esclavitud norteamericana adquiría rasgos de benevolencia cuando se la comparaba con la situación de los mayas en Yucatán. Y aquí se puede ver el nivel de desvergüenza que ha configurado la insensibilidad de las elites dominantes de Guatemala. Al final, Guatemala no ha aprendido de su historia. Es como si Alemania después de su derrota siguiera siendo gobernada por los nazis.

Véase, si no, el espectáculo de los empresarios guatemaltecos que organizados en el Cacif privilegian sus intereses sobre las más básicas necesidades de la sociedad guatemalteca. Claro, esta tendencia es mundial. En un número reciente de Le Monde Diplomatiqué, el historiador francés Johann Chapoutot demuestra que Hitler se valió del rechazo que la burguesía alemana desarrolló contra el Estado social que se había desarrollado en la caótica República de Weimar. El “principal trauma de toda conciencia democrática”, como denomina Chapautot a la experiencia nazi, ha sido una constante en la historia de nuestro país.

Lo dicho lleva a un hecho que no por ser hiriente deja de ser verdadero. La experiencia hitleriana hizo patente que la catástrofe nazi no resiste la narrativa de un gobierno que secuestra a un pueblo inocente. Los abismos de inhumanidad de una sociedad -como el robo de los recursos del Estado guatemalteco durante la reciente pandemia- dependen de actitudes irreflexivas de los miembros de la sociedad. La sociedad guatemalteca ha internalizado el miedo, hasta el punto de que se puede vivir, aunque la conciencia carezca de oxígeno.

Un ejemplo vergonzoso de los extremos a los que se ha llegado es el hecho de que la Universidad de San Carlos de Guatemala esté muriendo frente a los ojos indiferentes de los que tienen alguna posibilidad de luchar por construir un nuevo orden institucional, uno acorde con los valores que le dan sentido a la vida social. Nada disculpa, sin embargo, la indolencia ciudadana.

La pregunta es el punto hasta el que las pulsiones de muerte seguirán gobernando el mundo y seguirán operando en Guatemala. ¿Qué pasará mañana cuando las consecuencias de la maldad e ignorancia humana acaben con el planeta? ¿Por qué tenemos que resignarnos a vivir en una sociedad de las que todos quieren escapar porque los reaccionarios guatemaltecos son tan irracionales?

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