En un artículo que se encuentra en la plataforma arXiv, los profesores de Yale Matthew Burtell y Thomas Woodside relatan la historia de un ingeniero de Google, Blake Lemoine, quien, a partir de su interacción habitual con un chatbot llamado LaMDA, había llegado a convencerse de que este sistema era sentiente. La historia puede parecer chusca, pero estos profesores reflexionan acerca de los efectos persuasivos de un sistema de inteligencia artificial que es capaz de establecer una relación continua con un ser humano. De hecho, algunas investigaciones ya sugieren que estos programas pueden ser más persuasivos que los seres humanos.
Las repercusiones de este avance tecnológico son enormes debido a la configuración tecnológica del mundo social. Así las cosas, nuestra realidad se ve afectada de manera creciente por el carácter disruptivo del desarrollo de la inteligencia artificial (IA). La evolución de los respectivos sistemas ha sido tan acelerada que es difícil tener conciencia inmediata de las repercusiones que tienen dichas innovaciones. Cuando se empiezan a comprender los efectos de una tecnología, el escenario respectivo ya ha cambiado. Hace pocas semanas, por ejemplo, Sam Altman, CEO de OpenAI presentaba el sistema Chat GPT-4o, el cual permite interactuar no solo con textos, sino también con imágenes y voces. Con su cinismo peculiar, tan cercano al que exhibe Elon Musk, Sam Altman celebraba su logro, mientras afirmaba que también le preocupan sus usos negativos.
Ahora bien, una de las consecuencias ya reconocidas de que las redes sociales y los dispositivos tecnológicos es el descenso de las capacidades humanas que hacen posible la reflexión. Este descenso contribuye al declive de la esfera política. Y esto afecta a nuestro potencial por construir un mundo más racional y justo.
La evidencia de esta pérdida de reflexión se hace cada vez más evidente. En un artículo publicado en el New York Times (19 de mayo de 2024), el académico Jeremy White reproduce algunos de los mensajes desarrollados por los chatbots, tanto liberales como conservadores, para mostrar la rapidez con que estos diseminan la desinformación. Los ejemplos presentados por White reflejan la polarización de la sociedad norteamericana. Sin embargo, destaca la agresiva simplicidad de los mensajes conservadores, los cuales expresan la retórica del odio que se ha convertido en uno de los rasgos distintivos de los seguidores de Donald Trump. Los mensajes orquestados por la ultraderecha suelen apelar a las frustraciones que sienten los sectores empobrecidos de la sociedad norteamericana, los cuales suelen ver a los migrantes con una actitud de rechazo. Son mensajes tan simples como los likes de las redes sociales.
Los cambios, sin embargo, anuncian que la desinformación ya no es el problema, sino más el falseamiento de la misma estructura comunicativa de la sociedad. No hace mucho se reconocía el potencial emancipatorio de la razón comunicativa y se pensaba que las redes sociales mostraban su potencial con acontecimientos como la primavera árabe y Occupy Wall Street. Pero ahora ya sabemos del potencial negativo de una vida regida por algoritmos de los cuales tenemos poca conciencia. Y esto puede decirse sin menospreciar los usos positivos de las nuevas tecnologías.
Es necesario, por lo tanto, hacerse eco de la creciente conciencia de los riesgos políticos que representa para la humanidad el seguir viviendo dentro de las redes sociales. Uno de los ejemplos más ilustrativos es la forma en que Cambridge Analytica, con el auxilio de Facebook, influyó de forma significativa en las elecciones norteamericanas y en la salida del Reino Unido de la Unión Europea. ¿Puede extrañar que crezca el número de voces que denuncian la posible utilización de los recientes adelantos de la inteligencia artificial en las próximas elecciones norteamericanas?
Lo dicho lleva a la convicción de los peligros que asedian a la verdadera actividad política. Afortunadamente, cada vez se toma mayor conciencia de la necesidad de regular el ‘libre’ desarrollo tecnológico, tarea que, al final, no es del gusto de los barones de la tecnología. Sin embargo, mientras estos cambios llegan, debemos ser particularmente cautos. Los ciudadanos, que nunca podrán reducirse a simples usuarios, deben prestar atención a su involucramiento en las redes sociales y al entusiasmo alienante con los nuevos instrumentos digitales.
En Guatemala, tendemos a admirar, de manera poco crítica, las innovaciones tecnológicas. Se ansía cerrar la brecha tecnológica sin apenas prestar atención a las consecuencias negativas que suele traer la tecnología contemporánea. Debemos entender, sin embargo, que el uso negativo de la tecnología ya no está muy lejos de nuestra vida, puesto que los sectores que no quiere dejar de alimentarse de las crisis de nuestra sociedad tienen todos los medios para financiar el uso nocivo de estos adelantos en la vida nacional.
Así que no está de más prevenir a la sociedad guatemalteca de la intensificación de la manipulación política de las redes sociales. En la medida de lo posible, la comprensión de nuestra realidad no puede dejarse llevar por ciertas “opiniones” que son diseminadas por las redes sociales. Muchas personas pueden ser víctimas de los engaños que hace posible el desarrollo de la inteligencia artificial, Como guatemaltecos y ciudadanos del mundo, debemos intensificar los esfuerzos sociales para contrarrestar el efecto negativo de un desarrollo tecnológico que está llevando a la humanidad a terrenos insospechados.
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