La presente campaña de intimidación de la sociedad guatemalteca por parte de la ultraderecha corrupta parece reflejar la súbita transformación del clima electoral en los Estados Unidos. Enfrentadas al peligro, las fuerzas reaccionarias guatemaltecas acentúan un rasgo que comparten las diversas manifestaciones de la derecha radical: acudir a la violencia para consolidar el miedo y paralizar a la sociedad. Especialmente después de la Revolución francesa, los grupos reaccionarios han considerado a la violencia como un rasgo inherente a la política, el cual debe aplicarse a todo movimiento que busque transformar el orden social opresivo.
Quizás no es tan sorpresivo que la aparente carrera sin obstáculos de Donald Trump hacia la presidencia se esté desdibujando frente a un futuro que tiene rostro de mujer. Este fenómeno va más allá de la candidata demócrata: las mujeres han sido sistemáticamente ofendidas por los abanderados republicanos. En este caso, el descaro reaccionario se hace tan transparente que parece algo fantasmal. La escritora norteamericana Rebecca Solnit, por ejemplo, critica al vicepresidenciable de Trump, el cínico J. D. Vance, quien defiende a la familia argumentando que es mejor una familia violenta a la disolución de esta.
Al final, Kamala Harris revela los pies de barro de un “proyecto político” que se ufana tanto de su misoginia y su odio a los migrantes, como de una patológica dependencia por el engaño y la simulación. Aunque en estos tiempos no puede anticiparse lo que sucederá en dos meses, el posible ascenso de Harris a la presidencia no sería del agrado de los que promueven un retorno del fascismo en Europa.
La sola posibilidad de que se arruinen los planes de lo que algunos llaman la “internacional reaccionaria” mueve a la esperanza. Aun en nuestra época se hace patente que el futuro está abierto y que siempre puede existir un horizonte que evite el totalitarismo de la corrupción. Desde luego, en el actual des(orden) internacional no se puede creer que las palancas de movimiento del mundo se hallan en el sillón presidencial norteamericano, pero tampoco se puede ignorar que desde ahí se puede originar un cambio de época.
En efecto, no se debe olvidar que una gran jornada siempre empieza por un primer paso. La esperanza debe fortalecerse para que adquiramos la fortaleza para cambiar nuestra realidad. Y es que la esperanza no puede equipararse al simple optimismo, aquel que se deriva de la creencia de que los obstáculos para alcanzar la felicidad son de fácil superación. Este tipo de optimismo, de proporciones industriales, se ha convertido en un ilusorio antídoto contra la precariedad de la vida de nuestra época. En un mundo tan confuso, se comprende la inquietud de aquellos que quieren encontrar unas pocas claves para el éxito, unas recetas sencillas para el liderazgo o una actitud mental que traiga la tan anhelada riqueza. Este fenómeno refleja el individualismo competitivo de la actualidad.
Cabe recalcar que la esperanza se guía por valores como la justicia y, en este sentido, se opone al cinismo de la ultraderecha que piensa que tales valores son despreciables ilusiones. Por esta razón, la posibilidad de un paso en el sentido de la justicia despierta el pánico de la corrupción, a la cual ya no le interesa su creciente irracionalidad. Al final, la estupidez también tiene su encanto para tanto elector desubicado.
Por lo dicho, no es muy difícil entender qué sectores están acudiendo al caos y la violencia para lograr sus fines. Y con sus amenazadores gestos hay algo de lo que no nos pueden despojar: la tarea de combatir al fascismo en todas las áreas de la vida. Ese fascismo que echa sus raíces en las acciones de aquellos que tratan de mostrar sus cuotas de poder a los que se encuentran, quizás circunstancialmente, bajo su dominio. Me refiero a ese poder que, como lo decía Michel Foucault, hace “desear aquello mismo que nos domina y nos explota”. No podemos seguir el libreto de vida de los corruptos que pululan en las cloacas del poder y contribuir a lo que Foucault llamaba “la amarga tiranía de nuestras vidas cotidianas”.
Lo que sucede en los Estados Unidos muestra que siempre es posible un paso en la dirección correcta. Es de esperar que este entusiasmo se mantenga en ese país y sea apoyado por acciones vigorosas por parte de su propia ciudadanía, especialmente por los jóvenes que tienen derecho a un futuro menos incierto. No se trata de depender de una solución milagrosa, se trata de encontrar el momento oportuno para salir de la pesadilla ultra reaccionaria.
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