Hace exactamente cuatro años, los países al sur del Río Bravo enfrentaban una situación similar en torno a las elecciones presidenciales de EE. UU. En esa ocasión, Trump se medía contra Hillary Clinton. Los temas relevantes para México y Centroamérica, los vecinos incómodos del gigante del Norte, eran muy parecidos a los de ahora. En 2016, con un Trump cuyo discurso ya dejaba entrever una política hostil, las expectativas para Guatemala y la región no eran alentadoras. La retórica incluía amenazas de cerrar fronteras, construir muros, deportar inmigrantes y revisar tratados comerciales. La incertidumbre reinaba. Cuatro años después, la historia parece repetirse, solo que con una nueva protagonista: Kamala Harris. Durante la campaña de 2024, Harris ha intentado proyectar un enfoque diferente al de Trump, pero el escenario polarizado de EE. UU. ha reavivado las mismas tensiones y esperanzas en Guatemala.
En ambas ocasiones, ha habido quienes pronosticaron que la llegada de Trump cambiaría radicalmente la relación con Guatemala. Para algunos, Trump fue visto como un salvador que “limpiaría el templo” de las influencias del Departamento de Estado, el “Deep State”, como le llaman, sobre la política nacional y el funcionamiento del gobierno; además un aliado incodicional para encarrilar de nuevo a Guatemala en los principios republicanos tradicionales. Para otros, fue el villano que abandonó a Guatemala a la corrupción y apoyó la consolidación de facciones conservadoras que han puesto en riesgo la democracia guatemalteca con sus acciones. En la perspectiva actual, las opiniones se dividen entre aquellos que esperan que Harris mantenga la política de Biden respecto de Guatemala y quienes esperan que Trump rectifique la excesiva intromisión de ideas progresistas e izquierdistas en Guatemala con el beneplácito de las autoridades estadunidenses.
Kamala Harris, como candidata, ha presentado una plataforma con promesas de justicia social y apoyo económico. Propuestas que contrastan bastante frente a las políticas de Trump, cuya campaña se ha caracterizado por fuertes tintes proteccionistas y orientada primordialmente hacia los intereses internos de EE. UU., dejando a Guatemala en un segundo plano. Sin embargo, la historia enseña que ni Trump ni Harris pueden resolver los problemas estructurales de Guatemala. Aunque la economía de Guatemala depende en gran medida de las remesas y el comercio con EE. UU., los problemas de gobernabilidad, desarrollo y corrupción deben ser enfrentados internamente. Pensar que las soluciones a los desafíos estructurales de Guatemala llegarán de la mano de Trump o Harris es ilusorio
El actual debate político en Estados Unidos, marcado por el conservadurismo autoritario y el progresismo extremo, es el ejemplo de lo que Guatemala no debe copiar de ese país. Debe evitarse a toda costa que lo peor del debate político estadunidense actual definan el destino de Guatemala y, en cambio, buscar un camino que priorice la unidad, estabilidad y gobernabilidad. El nuevo gobierno tiene la tarea de enfocarse en una visión pragmática y realista, capaz de resolver sus propios problemas sin dejarse arrastrar por corrientes ideológicas importadas que solo profundizan las divisiones y provocan conflicto. Asimismo, es crucial que los opositores conservadores entiendan que apoyarse en la figura de Trump para debilitar al gobierno actual solo contribuiría a dificultar la gobernabilidad, exacerbar la polarización social y debilitar la democracia. La verdadera solución radica en fortalecer las capacidades internas del país, propiciar el diálogo, fomentar la unidad y buscar colaboraciones internacionales que complementen, pero no sustituyan, los esfuerzos locales. Solo así se podrá avanzar hacia un futuro donde Guatemala no dependa de los vaivenes políticos de su vecino del norte para enfrentar sus retos.
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