La dignidad de las artes

Luis Aceituno     septiembre 6, 2024

Última actualización: septiembre 5, 2024 9:03 pm
Luis Aceituno

Siempre que entro al antiguo edificio de Correos, que hoy alberga a la Escuela Municipal de Arte, respiro de otra manera. Me vuelve el alma al cuerpo, como se decía antes. Me reconcilio con la ciudad y su gente, con las nuevas y viejas generaciones, conmigo mismo. Miro niñas y niños desplazándose por los corredores con sus tutús de ballet o cargando las fundas de sus instrumentos musicales, gente de todas las edades y condiciones sociales dibujando en las aulas, moldeando sus esculturas, concibiendo proyectos estéticos que quieren romper con todo lo establecido; oigo a lo lejos las notas de algo que bien podría ser la Primavera de Vivaldi o algún estándar de Duke Ellington; saludo a las señoras que en los patios esperan a sus hijos cargando loncheras y mochilas. Me da por ponerme sentimental o francamente cursi y me digo que Guatemala tendría que ser algo parecido, que la armonía, la conciliación, la creación de otras realidades aún puede ser posible.

Doy clases ahí y, como podrá entenderse, me gusta mucho la Escuela. Siento que es un privilegio estar en ese lugar y poder impregnarme de toda esa energía, de toda esa creatividad, de toda esa alegría, porque es un recinto muy alegre y esto es demasiado raro en un país en donde se respira la tristeza por todos lados. Yo, personalmente, necesito absorber este espíritu cada semana para poder funcionar. Así que agradezco, en verdad, que me permitan compartir lo poco que sé y sentir que, desde la humildad del magisterio, puedo aportar algo para que todos vivamos mejor. Agradezco a mis alumnos que hayan convertido mi clase en un lugar de encuentro y diálogo, a partir de la literatura, a partir de las ganas de escribir, de contarse, de expresarse.

Poder animar y facilitar un espacio en donde las personas mayores puedan intercambiar ideas con jóvenes adolescentes, sin ningún tipo de prejuicio; o un reconocido intelectual, ex rector de universidad, pueda discutir apasionadamente sobre el estilo literario con un muchacho o muchacha que apenas está saliendo del bachillerato; o una reconocida artista plástica pueda dialogar sobre cuentos y novelas con alguien que inicia su camino en las artes visuales, es para mí una experiencia que difícilmente puedo vivir en otro lado.

Mi relación con la Escuela Municipal de Arte viene de larga data, desde los tiempos en que el Edificio de Correos fue el epicentro desde donde surgió ese renacimiento cultural que vivió la ciudad luego de la firma de los Acuerdos de Paz. Me acuerdo de Regina José “volando” por debajo del Arco de la 12 calle, amarrada de una cuerda, tirando desde las alturas las hojas escritas con sus poemas; Me acuerdo de los pasos de cebra pintados en verdad de cebra y de otro tipo de manifestaciones, excéntricas si se quiere, pero que le otorgaron a la ciudad un nuevo espíritu, esa sensación de que estábamos entrando en una nueva era.

Recién estrenada la Escuela, hace 20 años, me acerqué a Lucrecia Cofiño, su directora, para proponerle una exposición de portadas de vinilos. Algo que en la época sonaba muy extraño, pues aquí nadie pensaba que eso podía ser arte y que, además, tenía una tradición, una historia. Lucrecia acogió la idea con mucho más entusiasmo del que yo esperaba y puso todo de su parte para que se convirtiera en algo en verdad importante. Hoy, viendo las fotos de la muestra, casi se me saltan las lágrimas y me digo que fue una exposición extraordinaria, con un montaje impecable, abierta a todo tipo de público, de manera gratuita. Arte popular para todas y todos, que además fue la punta de lanza de esa fiebre del vinilo que se vive hoy en día.

Todo lo que cuento viene a propósito de la decisión del ministro de Comunicaciones de recuperar el edificio de Correos, para instalar ahí las oficinas de su cartera. Sus razones tendrá. Él ha intentado explicar algunas por los medios de comunicación, que yo no he logrado comprender del todo. Quizás porque no soy abogado, ni especialista en el tema, así que mi opinión al respecto no es del todo autorizada, como se dice.

Lo que comprendo es que el edifico de Correos es un bien patrimonial perteneciente al Estado de Guatemala. Es decir, no es propiedad ni de la Municipalidad ni del Ministerio de Comunicaciones. En algún momento, no recuerdo la fecha, se firmó un convenio entre el Gobierno y la Municipalidad, para convertir el edificio en un lugar público dedicado a las artes. Una parte cedía el lugar y la otra se encargaba de la estrategia y el montaje, y fue así que terminó instalándose el Centro Cultural y la Escuela Municipal de Arte, que con los años se convirtió en uno de los pocos proyectos exitosos surgidos de la Negociaciones de Paz en los años 90. No voy a repetir cifras, pero por ahí han pasado miles y miles de niños, jóvenes y adultos, para recibir cursos de pintura, danza, música, ajedrez… Muchos de ellos se han graduado con honores, otros brillan con su arte en Guatemala y fuera de ella.

Durante estos años, el edificio de Correos, se ha convertido no solo en un recinto de las artes, sino en un espacio público en donde la gente puede acceder libre y gratuitamente a los bienes culturales. Esto ha dignificado el edificio y ha trasformado el patrimonio histórico de la Nación en un bien común.

Es esta dignidad que se respira en un sitio dedicado a las artes, la que el ministro de Comunicaciones quiere otorgarle, según sus declaraciones, a las oficinas de los ministerios y por eso quiere recuperar para su cartera las instalaciones de la escuela. Aquí es donde me pierdo y no se si quiere decir que, para lograr esta dignificación ministerial, es necesario expulsar de “su escuela” (porque el edificio es, independientemente de lo que todos pensemos, un patrimonio público) a más o menos cinco mil niños, jóvenes y adultos.

Esa dignidad que busca el ministro para su cartera y con la que yo no podría estar en desacuerdo, no es algo que venga contenida per se en el edificio mismo, sino algo que ha construido la gente que lo ha habitado, trátese de alumnos, maestros, trabajadores administrativos, con su creatividad y su deseo de conocimientos. Una dignidad que se ha construido a cada trazo sobre los lienzos, a cada palabra, a cada gesto, a cada paso, a cada nota musical. Una dignidad nacional (ahora que estamos en el mes patrio), que solo puede otorgar el arte y la cultura, aunque se piense que las carreteras son más importantes.    

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