Hace unos días veía un documental acerca del controvertido líder negro Malcolm X, en el cual se sugería que su asesinato involucraba a la policía norteamericana. En dicha producción, Malcolm X mencionaba la profunda crisis política y moral que, en ese momento, enfrentaba la sociedad norteamericana en el tiempo de la lucha por los derechos civiles. La simple asociación de ideas me hizo recordar una conferencia que hace algunos años brindaba el respetado jurista español Elías Díaz, con una larga trayectoria en la defensa de la democracia durante el oscuro tiempo franquista, quien hacía notar con cierta ironía que, desde que recordaba, siempre había vivido en momentos de crisis.
Con todo, la conciencia de que nos encontramos en una eterna crisis no es incompatible con el hecho de que en la actualidad se vive una serie de crisis de orden existencial. La crisis ambiental ya constituye un riesgo para la supervivencia humana. Cada vez se comprende con mayor claridad que la inmersión de la humanidad en la realidad digital constituye una tragedia de enorme magnitud en la medida en que reduce la capacidad pensante del ser humano. ¿Qué sucede con las personas o individuos que actúan de manera irreflexiva?
Es simple: estamos bajo el dominio de un sistema tecnológico totalitario que se configura en estructuras de poder que penetran hasta el mismo núcleo de nuestra personalidad. Uno de los hechos más evidentes de nuestro tiempo es el secuestro, a menudo poco atendido, de la subjetividad de las personas y, más aún, la insuficiente conciencia de este hecho que experimentan las personas. Solo se necesita recordar que cada vez se practica menos el ejercicio de pensar—cuyo ejercicio es el primer mandato de la vida ética de la democracia, como lo hizo ver Sócrates hace más de dos mil años.
Como lo señala Kyle Chayka, nuestro mundo se configura a partir de los algoritmos que rigen el mundo digital en el que estamos sumergidos. El filtro tecnológico influye en nuestras ideas y decisiones lo cual arroja una sociedad que cada vez se muestra más incapaz de pensar. Este factor se integra con ese sentimiento de aislamiento que surge de limitar la vida al “diálogo” mediado por las pantallas. Hannah Arendt ya había advertido en el papel que juega el aislamiento personal en la constitución de un régimen totalitario. La soledad ansiosa que se vive en la época de las redes vociferantes socava los esfuerzos colectivos para encontrar el futuro en democracia.
El ejercicio del pensamiento crítico y la conexión con los demás constituyen condiciones de posibilidad de la democracia. Y aquí viene la tragedia: la conversación del mundo se encuentra en las manos de pocas personas que, detrás de sus corporaciones, no tienen límites al crecimiento de su poder. Vale recordar lo que hace muchos años decía Lord Acton: El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente. Y desde hace tiempo, hemos tomado mayor conciencia de que el mundo digital ejercita el poder en los canales más íntimos de la vida humana.
Nunca conquistaremos la democracia solo luchando en ese mundo en el que, al final, nos encontramos aislados. Y uno de los rasgos que debiera caracterizar al renacimiento de la política, en un tiempo que la necesita de urgencia, es la decisión de ir más allá de las redes. Los pueblos indígenas guatemaltecos lo demostraron el año pasado. Pero, a juzgar por la experiencia de los últimos meses, no hubo una comprensión plena por parte del gobierno actual, el cual, para nuestro pesar, parece ahora haberse enredado en el mundo distorsionado de X o TikTok, cuando lo que se necesita es una transformación de esas condiciones invivibles en la que vive la población. Este problema no solo limita a “estrategias comunicacionales”.
En una sociedad con una conciencia tan disminuida, y aquí incluyo a algunos sectores del actual gobierno, la corruptela fascista de Guatemala despliega sus fuerzas para dar el zarpazo final a la presidencia de Bernardo Arévalo. De nuevo, el pueblo de Guatemala estará de invitado a la muerte de su nueva ilusión democrática. La pregunta es por qué no se actúa con la contundencia debida. Los legalismos no funcionan cuando el sistema legal se ha convertido en un pantano similar al de X.
Pienso que la única solución consiste en que demostremos nuestro compromiso moral en su más básica expresión: pensando y actuando. Los ciudadanos conscientes deben percatarse de lo que se juega y debe salirse del mundo fallido de las redes sociales.
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