Las recientes elecciones en Estados Unidos, han dejado al descubierto la preocupante situación de sus líderes políticos.
Quizá este fenómeno no sea solamente algo que esté sucediendo en aquel país, sino en el mundo entero.
Pero enfócandonos en las recientes elecciones de EE.UU. y sus resultados, invita a un análisis que recoja las diversas opiniones que generan los candidatos: Kamala Harris y Donald Trump.
Los mismos representan polos ideológicos opuestos, pero comparten una característica común: la insuficiencia de sus propuestas y un cuestionable liderazgo, que parece alimentar la polarización, más que el ofrecimiento y ejecución de soluciones reales a los múltiples problemas que enfrenta los Estados Unidos, mismos que querramos o no tienen grandes repercusiones en nuestro país y en los del mundo entero.
¿ Y cómo no, si hablamos de una potencia? Pero una en agonía.
Al analizar las falencias de ambos candidatos, surge una pregunta inevitable: ¿por qué los principales actores de la política estadounidense parecen tan distantes de las necesidades reales de sus ciudadanos?
La actual Vicepresidenta y quien fungió finalmente como la candidata a la presidencia por el partido demócrata, Kamala Harris, llegó a dicha vicepresidencia con una imagen de firmeza y compromiso social.
Sin embargo, a lo largo de su mandato, su desempeño fue bastante cuestionado y constantemente criticado, especialmente por su aparente incapacidad para conectar con amplios sectores de la ciudadanía.
Habiendo promovido una agenda progresista, muchos perciben que su presencia y liderazgo en temas clave, como la inmigración y la justicia social, fueron insuficientes y para algunos, hasta errática.
Harris enfrentó como candidata a la presidencia de aquel país, el reto de representar a una administración que prometió cambios profundos y estructurales, pero que a los ojos de una gran mayoría, no cumplieron las expectativas de esa transformación que se esperaba.
Otro de sus grandes retos a superar, es el ser mujer y de ascendencia mixta. Su madre, originaria de India y su padre, de origen jamaiquino, hacen de Harris tener raíces tanto asiáticas como afrodescendientes, lo que la hace heredera de esa multiculturalidad, lo cual ha sido parte destacada de su identidad y de su carrera en la política estadounidense, como también un factor que le ha jugado en contra.
A pesar de haberse percibido un gran apoyo a su persona, no logró la victoria, principalmente porque se generó un voto de castigo y de frustración en su contra.
El pueblo estadounidense se manifestó molesto por la falta de cumplimiento a las promesas y los extremismos, lo cual ocasionó un rebalse que generó fuertes rechazos.
Por su parte el candidato que ganó las elecciones, Donald Trump y quien antes fuere militante del partido demócrata, se ha volcado no precisamente a ser un digno representante del partido republicano, sino más bien un participante de éste, convirtiéndose en un símbolo de confrontación y ataques, quien sin reservas se burla, mofa y desacredita a las personas por sus orígenes, sus razas, sus nacionalidades, sus géneros y demás características, generando una manifiesta y constante polarización que repercute en la categoría de lo que se podría llamar un agresivo populismo.
Ese estilo confrontativo y su persistente cuestionamiento de los procesos democráticos, así como su constante manifestación a la desconfianza en el sistema electoral, salvo en esta ocasión que le declara la victoria, ha fomentado un clima de miedo y radicalización.
A pesar de su peculiar y controvertida forma de ser y de expresarse, sus múltiples problemas con la justicia y todos los cuestionamientos que provoca su multifacética personalidad, Trump capitalizó el descontento de los ciudadanos de aquel país, provocando la obtención del voto que rechazó un sistema que no pudo cumplir con sus promesas y sin importar todos esos defectos y falencias, que promueven el racismo, el odio y las divisiones profundas que amenazan la estabilidad de la democracia estadounidense, fue el elegido.
Finalmente ambos líderes podrían encarnar una versión desgastada de la política estadounidense y muy posiblemente la mundial, resumida en liderazgos que prometen soluciones rápidas, posiblemente superficiales y sin enfrentar los grandes problemas estructurales del país, versus aquellos que representan la visión de una imagen más humana y comprometida con las diferencias, pero que finalmente resultan ineficaces.
¿Qué ocurrió? ¡Lo de siempre! Sin importar y tomar en cuenta los análisis, juicios claros y los realmente profundos, se anteponen las pasiones que nublan la razón y hacen mover los péndulos radicalmente de lado a lado.
En conclusión, funcionó una vez más la captura del voto que representa el reproche y el descontento de una población que se siente traicionada y la cual actuó conforme a sus más profundas y obscuras pasiones, sin importarle si había o no propuestas constructivas y suficientes. ¡Lo importante era votar en contra!
Hoy se devela el peligro que existe cuando no se atienden las necesidades y las promesas, constatándose un desgaste político que evidencia esa falta de visión y de voluntad para atender los desafíos, las reales y urgentes problemáticas que enfrentan los ciudadanos.
Analizando diversos factores y comentarios, muchos de ellos proviniendo estos de personas que simpatizan con el partido demócrata, el voto fue para la contraparte, pues las estrategias utilizadas durante cuatro años, no brindaron suficientes soluciones, lo que pude percibirse como ofrecimientos en formato de retórica vacía, dando paso al sistema de la confrontación.
La política estadounidense parece atrapada en una espiral descendente, en la que sus líderes ofrecen y producen más promesas que resultados.
La falta de autenticidad y el distanciamiento de las preocupaciones reales de la población, reflejan un sistema político en altos grados de decadencia, necesitado de una renovación de valores y compromisos auténticos.
Es hora de repensar y reconstruir los liderazgos, tanto en Estados Unidos como en el mundo entero, para que estos evolucionen hacia una política que anteponga el bien común, por encima de los intereses individuales o partidistas.
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