La detención, encarcelamiento y ahora prisión domiciliaria del periodista José Rubén Zamora, envuelto en uno de los juicios más retorcidos y absurdos de los últimos años, nos confirman esa idea de que en Guatemala nos quedamos atascados en algún recoveco del siglo XIX. No es que estemos regresando, es que nunca hemos salido. Puede que la decoración haya cambiado y que hayamos sustituido las carretas de bueyes por gigantescos picops de doble cabina, pero en lo esencial este país continúa siendo el mismo de cuando en 1808 metieron a la cárcel a Simón Bergaño y Villegas, por escribir sobre el clítoris, los hermafroditas y otros delirios patrióticos, como la corrupción de las instituciones coloniales.
Basta observar los rostros de quienes condenan al expresidente de elPeriódico, para descubrir en ellos la misma saña, la misma estulticia, la misma zafiedad de quienes apalearon y expulsaron del país al director de La Gazeta de Guatemala, el primer medio periodístico nacional del que dan noticia los historiadores.
Según Horacio Cabezas Carcache, en su imprescindible historia del periodismo nacional, La Gazeta había nacido en 1729 y ofrecía información sobre “celebraciones religiosas, asuntos eclesiásticos y graduaciones universitarias”. Aún así, fue clausurado en 1737, nadie explica por qué, aunque supongo que fue cuando empezó a inmiscuirse en cuestiones menos pintorescas.
Fue revivida por Ignacio Beteta, seis décadas después, en 1794, en plena efervescencia de las ideas ilustradas en esta parte del mundo, “con el fin de promover la civilización, la prosperidad y la agricultura en el Reino de Guatemala”. Cerró por falta de financiamiento a los dos años y en 1797 la retomó la Sociedad Económica de Amigos del País para promover, entre otras cosas, “la abolición de los monopolios, la libertad de comercio, la reforma agraria, la diversificación de la economía y, en especial, la modernización cultural de ladinos e indígenas”. Es decir, Ilustración pura y dura, que al final produjo un corto circuito con las autoridades de la Audiencia, que en 1798 clausuraron el medio “para presionar a sus dirigentes a suspender la publicación de artículos que promovían la libertad de comercio”. Regresó tímidamente meses después, evitando hablar sobre problemas económicos y sociales y dándole mayor espacio a las “noticias científicas”, hasta que apareció el poeta Villegas y le dio por opinar sobre el clítoris y sobre los delirios patrióticos nacionales y terminó preso y apaleado. Tiempo después, bajo el Gobierno de José Bustamante y Guerra, el periódico resucitó con el nombre de Gazeta del Gobierno de Guatemala. Fin de la aventura.
“Parece que fue ayer”, opinaría don Armando Manzanero, porque, si seguimos de cerca el juicio a José Rubén, no hay mucha diferencia en lo esencial -los matices cambian, por supuesto-, con el acoso y persecución contra la prensa escrita que emprendieron las autoridades oficiales, ya desde el siglo XVIII, y que la accidentada y tormentosa historia de La Gazeta testifica.
Justo en el mismo momento en que encarcelaron a Simón Bergaño, un joven casi menor de edad salía huyendo a lomo de mula de la Nueva Guatemala de la Asunción. Logró llegar hasta Oaxaca, México, y así salvar el pellejo comprometido en un lío de faldas. Era don Antonio José de Irisarri que de esta manera iniciaba su legendario periplo de “cristiano errante” por medio mundo. Su credo era conservador, pero se involucró con independentistas de todas partes. País a donde llegaba, fundaba un periódico a favor de la emancipación, que días o meses después era clausurado y el tenía que continuar su interminable huida. En Chile se le reconoce la creación del periodismo nacional y, siendo guatemalteco, llegó a ser presidente del país sudamericano. Por pocos días, bien es cierto, porque tras una victoria de los realistas fue deportado a Argentina, donde por algún tiempo se dedicó a estudiar y a fundar periódicos, hasta que tuvo que salir huyendo hacia Londres.
A su regreso a Guatemala, luego de la Independencia patria y de fracasar en todas las empresas que había emprendido en Inglaterra, Irisarri fundó por supuesto un periódico: El guatemalteco, y en plena guerra civil centroamericana se unió a la causa conservadora. Sus artículos eran rabiosamente reaccionarios, pero su estilo exquisito e impecable, sabía impregnarle vida e inteligencia a la letra impresa, algo que estaba ausente en la mayoría de publicaciones que circulaban en la época, retóricas y aburridas. Su inmenso talento periodístico, más que su participación militar en la contienda entre liberales y conservadores, fue la causa de que Morazán lo hiciera prisionero y lo enviara a pie y atado de brazos a una cárcel en San Salvador, en donde compartió celda con José Batres Montúfar y Miguel García Granados.
Cuando García Granados, luego de la Revolución de 1871, expulsó del país a don José Milla y Vidaurre, a causa de sus escritos periodísticos, el autor de los Cuadros de costumbres fue a dar a Nueva York. Ahí se dedicó a leer periódicos y revistas y comprendió una lección fundamental: el periodismo independiente solo puede ser fruto de la democracia y esta solo puede sostenerse en la libertad de criterio y de expresión.
Milla no la miraba fácil, ni para el periodismo ni para la democracia, y temía que la lucha por el derecho a la expresión, provocara la reacción de fuerzas oscuras y turbulentas para impedirlo. El juicio a José Rubén Zamora, siglo y medio después, lamentablemente le da la razón.
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