Es evidente que los señalamientos relacionados con la inacción del ejecutivo arrecian en las últimas semanas. Múltiples factores están asociados para que sea percepción se amplifique con facilidad. Desde el accionar del conjunto de actores cuya hostilidad no es sorpresiva y que en todo momento apuntan a sabotear cuanta acción quiera ser emprendida, hasta la desafección que se ha provocado a lo largo del primer semestre de la administración en los propios correligionarios o personas cercanas al partido oficial.
En esta ocasión abordo uno de los factores, a los cuales se presta limitada atención pública. Me refiero al acoso institucional, que genera, además de temor e intimidación en contra de quienes están al frente de las instituciones públicas e incluso en el personal en general, una reducción en las capacidades operativas ya que constantemente (a diario) se deben atender todo tipo de solicitudes de información planteadas, por ejemplo, por diputados; quienes supuestamente en el marco de la fiscalización, emprenden acciones de presión e incluso extorsivas para ver qué raja sacan (contratación de sus allegados, acceder a proyectos, presumir que detentan algo de poder, entre otras).
Pero también están las acciones de hostigamiento emprendidas por el MP y la Contraloría General de Cuentas, cada una de las cuales se valen, de manera retorcida, de sus supuestas competencias legales, para emprender una cacería permanente. Sé de casos donde, en años anteriores, la última de las instituciones envió uno o dos equipos de auditores, pero solo en el primer semestre de 2024 ha enviado muchos más. ¿Cómo le podemos denominar a este cambio de comportamiento? ¿Obedece a dudas, resquemores o cuestionamientos basados en evidencias? o simplemente ¿son acciones de intimidación y anuncio que atrás viene el lobo feroz?
En las actuales condiciones de fragilidad, el acoso o intimidación constante persigue mayor agrietamiento, hasta lograr el desmantelamiento. Históricamente y más en nuestro país, el recurso de la represión ha estado a la orden del día; y lo que ahora ocurre no es la excepción. Pero no hay nada peor, frente a la cruzada que busca defenestrar, que la cerrazón y limitada capacidad de lectura estratégica, cierta dosis de superioridad (no podemos ayudar a quien no desea ser ayudado), lectura errada con relación a los aliados reales que se cuentan, así como el deficiente manejo comunicacional del gobierno y de varios de quienes integran el gabinete. Esa combinación puede resultar en un escenario fatal.
Las próximas interpelaciones (a los ministros de relaciones exteriores y de gobernación) pueden ser un punto de inflexión. De lograr la oposición al menos uno de los votos de desconfianza, no solo se pondría en dificultades al presidente. Uno (o dos) de los pilares del equipo actual serían afectados. Además, la oposición incrementaría su triunfalismo y sed de más sangre. El 2024 cerraría con números rojos y lo que es peor, las hostilidades contra todo tipo de disonancias se incrementarían. Si a esto le sumamos el incremento de la correlación adversa en las cortes (ya sea que haya o no elección), la ecuación terminaría de completarse.
El acoso, representado de diversas formas, es un recurso para crear importantes afectaciones en el ejercicio del poder. Se manifiesta, en especial, en momentos donde las heridas fueron infringidas, pero se le quiere empeorar hasta su inanición. A los acosadores nada más les importa.
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