Recién regreso de un viaje a India. El quehacer de mi negocio me llevó hasta esas latitudes, a la caótica ciudad de Bangalore, en el estado de Karnataka. A primera vista, el parecido con nuestra ciudad, nuestra gente, nuestras aflicciones, nuestra contrastada sociedad entre otras cosas es ineludible. Sin embargo, con el pasar de los días se empezaron a marcar las distancias y se imponían las diferencias. Para efectos de esta nota intentaré describir esta ciudad y su gente desde la óptica de un turista durante un muy escaso periodo; el análisis profundo quedará para otra ocasión como una asignación pendiente.
Así inició el viaje: el avión despegó a las trece horas del aeropuerto Internacional de Guatemala, La Aurora, –perfecto reflejo de nuestra sociedad–. A menos de un kilómetro de la terminal, cientos de hangares albergan aeronaves privadas que pertenecen a una minoría que, con escasas excepciones, frecuenta las deplorables instalaciones; la pocilga en la que se ha convertido el aeropuerto. Lejos de los paisajes de postal que son de los más bellos del mundo, existe otra Guatemala que nos describe tal cual somos.
El trayecto hacia el aeropuerto me tomó más de una hora, desde la 11 calle de la zona 9. Menos de dos kilómetros en una hora en un tráfico que sin razón se queda inmóvil, en el que pedir vía es un llamado a que los conductores aceleren y nieguen el paso, en el que un bocinazo puede costarle a uno la vida, en el que los conductores son acosados por limosneros y limpiadores de vidrios que mojan el carro sin el permiso del conductor, y en el que a cada segundo un motorista está a punto de chocar, –en los últimos años estos kamikazes se han adueñado de las calles en total anarquía–. La Ciudad de Guatemala se ha convertido en un gigantesco parqueo en donde los asaltantes roban a su antojo, ante la incapacidad de las autoridades.
La infraestructura del aeropuerto está en ruinas y desde hace un tiempo los vendedores de “cachivaches” se han apoderado de sus puertas. Más se asemeja a un mercado de artesanías baratas, que a un importante activo del Estado. Al exdirector de Aeronáutica Civil, Francis Argueta, debiesen de meterlo preso y, además, hacer una investigación de sus antecesores y de las concesiones otorgadas en las últimas décadas desde la tan controversial construcción del que nunca fue lo que debiese haber sido.
La ruta me llevó de Guatemala a Panamá, de Panamá a Ámsterdam y de ahí a Nueva Delhi para terminar en un vuelo doméstico hacia Bangalore. Todos estos aeropuertos cuentan con instalaciones funcionales de primer mundo, en brutal contraste con el nuestro. En el caso de Bangalore, el aeropuerto compite con los mejores del mundo.
La carretera del aeropuerto hasta el hotel mostraba una robusta infraestructura vial. Poco pintorescas y abrumadoramente sobrepobladas, las urbes que se observan desde el camino se asemejan a la arquitectura de remesas del occidente del país. Sin embargo, estas, a diferencia de las nuestras, cuentan con un sistema de transporte diversificado que incluye autobuses, tres trenes suburbanos y metros, tanto de pasajeros como de carga. En lo que parecen ser ciudades pobres, polvorientas, sobrepobladas y poco atractivas, la población cuenta con un sistema sofisticado de transporte público. Mientras que en nuestro país aún sigue despedazándose la “megaobra” del expresidente Jimmy Morales y de su ahora convicto exministro de Comunicaciones, José Luis Benito.
El tráfico en Bangalore es un caos que palpita al ritmo de las millones de bocinas que emiten los vehículos de todo tipo, cuando circulan por las asquerosas calles y avenidas de la ciudad. El tráfico solo se detiene cuando una luz roja de semáforo o un policía de tránsito lo indican. Millones de indios coexisten en un sistema de cooperación y empatía en el que el tiempo de ninguno es más valioso que el del otro. La autoridad se respeta y la policía está al servicio de la población. En esas calles malolientes, en aparente decadencia y en las que no se puede escapar de la pobreza, las personas caminan seguras a toda hora. El contraste entre las clases sociales es abismal, aún más que en países como el nuestro. Sin embargo, es evidente que para las grandes mayorías el Estado sí funciona. Bajo una espesa capa de polvo, existe un sólido sistema nacional de salud y educación; hay parques por todos lados; las carreteras, estaciones de trenes y metros están sucias y oxidadas, pero son funcionales y están al servicio de todos. La gente en general se ve feliz; el país avanza dentro de su peculiar caos.
Guatemala es un país menos poblado, más limpio y mucho más pintoresco que lo que se observa en Bangalore. Como he dicho anteriormente, una imagen de país digna de una postal. Pareciera que el nuestro debiese de ser un camino más sencillo para salir del subdesarrollo, sin embargo, India es una potencia mundial. En ese país existen, bajo la superficie de lo que pareciera ser el inframundo, ingredientes que les permiten avanzar. En Bangalore la pobreza es extrema y generalizada, sin embargo, su crecimiento es indiscutible mientras que en Guatemala nos estancamos. Después de haber compartido con esta maravillosa cultura y su gente, llego a la siguiente conclusión: hasta que rescatemos el Estado, seguiremos siendo nada más que una linda postal.
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