No hay peor ciego que el que no pueda ver, el avance de la ciudad de Guatemala es enorme y demostración viva de lo que se llama transformación para adaptarse al crecimiento urbano. Obviamente, estamos experimentando el período de ebullición, de complicaciones y molestias, como cuando en casa vemos que ya somos muchos y hay que construir un segundo piso, más baños, todo en el mismo terreno disponible. Por un tiempo habrá que soportar las zanjas a medio corredor, las interrupciones obligadas, pero todo cambia cuando la obra se completa, se limpia el polvo y empezamos a vivir en mejores condiciones.
Todo el año se ha escuchado quejas por las obras que realiza la ciudad y por lo que no se hace en el país. Parece una contradicción. El lamento en la ciudad es por hacer, porque se cambian semáforos y postes, porque se abre zanjas para ir desapareciendo los alambres que tapan el cielo, porque se mejoran las banquetas para el disfrute peatonal, porque se construye puentes y viaductos, porque se impulsa los nuevos medios de transporte para ir aliviando el tráfico mientras las personas aprenden a vivir en una ciudad de gran tamaño, porque entran nuevos buses, y todo lo que se ve a diario en la gran ciudad dinámica; luego, uno se pregunta, ¿qué quieren entonces los ciudadanos?, que no se haga nada, tal y como se juzga al gobierno de la primavera.
Los opositores del alcalde Quiñónez se han especializado desde la campaña política del 2023, en atacar todo lo que hace, a través de amparos para meter zancadilla y retrasar las obras de beneficio colectivo, como puentes y pasarelas, o como sucedió con el Aerómetro, por ejemplo, que estuvo cuatro años congelado en el Congreso, pero al fin va. Se paga anuncios anónimos en las redes para desacreditar al funcionario al mando, o dan la cara los que escupiendo sapos y culebras quieren convertirse en populares, porque no pueden ganar confianza de manera proactiva, y no saben ni a lo que se quieren meter. Criticar es fácil, como insultar, sabiendo que de quedar algún día de alcaldes tendrían que continuar el plan trazado, o se arriesgan a repetir el desánimo que hoy muchos sienten hacia el gobierno central que prometió un gran “cambio”, pero ya cedió un cuarto del tiempo que vale oro.
La ciudad no ha dejado de estar activa ni en los días de feriado. En cada zona de la ciudad vemos gente laboriosa haciendo lo suyo. Los edificios se levantan por cientos, tenemos una capital próspera y moderna, con la economía activa después de la pandemia, porque hay empleo, se compra vehículos como pan, y las familias acuden en masa a los centros comerciales, así como gastan en quema de pólvora en grandes cantidades en la época navideña.
A la juventud le gusta la nueva forma de vida en edificios, pero a los adultos conservadores les inquieta la nueva realidad, porque quisieran seguir viviendo nostálgicos en una aldea, lo que ya no es posible.
Lo que vemos enseña que se requiere para los puestos públicos gente formal, de confianza, que sepan trabajar y demuestren resultados como sucede en la ciudad. Hay que elegir con lógica a nuestras autoridades, y no emotivamente como quien elige un champú para el cabello. Con hacer sin parar, ya es ganancia.
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