Sin lugar a duda el gobierno central, y en especial, la presidencia de la República está en período de crisis; más si para comenzar no comprendan o se cierren a esa realidad (por ejemplo, si según ellos, no pasa nada o no es para tanto).
Una crisis es, por naturaleza, un evento político. Se origina cuando se toman decisiones imprecisas, cuando no se miden las consecuencias (porque no se hacen mediciones de los núcleos involucrados), o se llevan a cabo deslices que, al ser descubiertos, saltan a la palestra pública bajo cuestionamientos, que, si no se contienen a tiempo, crean una espiral de alcances impredecibles.
Las crisis son pan diario de todo gobierno. Por muy robustos que sean las estructuras y los equipos de dirección, siempre hay resquicios o momentos donde las crisis hacen su aparición. Pero la diferencia, esto es la magnitud del incendio, radica en la existencia de mecanismos y estrategias para la contención, para evitar que el río llegue al mar. Una de las herramientas es el manejo adecuado, de la comunicación política; más en un contexto, como el nacional, en donde la paciencia ciudadana no da para mucho y cuando al acecho hay diversidad de actores interesados en aprovechar cualquier resbalón para sacar partido (literalmente) y hacer añicos al gobernante y su equipo.
En política los asuntos no tienen tamaño preestablecido. Es decir, un gasto incurrido con opacidad, por mínimo que sea, fácilmente puede ser equiparado con el aumento del salario de los diputados. De esa “equiparación” se encargan las redes de desinformación, cuyos propósitos son engañar y crear daño reputacional.
Los manuales de comunicación en situaciones de crisis plantean, como puntos de partida (imperativos), la provisión de información precisa y oportuna (sobre la crisis) a la ciudadanía, manejar las percepciones del público sobre lo ocurrido y la manera en que los diversos actores relacionados responden a ella, limitar la duración o reducir el impacto de la crisis y restaurar la confianza y ofrecer perspectivas orientadas al futuro. Desconozco si algo de esto se lleva a cabo, pero las evidencias me hacen pensar que los responsables del asunto mayor idea de esta materia. Espero equivocarme, pero en caso contrario, sería terrible pensar que la administración de la crisis sea el silencio, o dejar pasar el tiempo (porque a la vuelta de la esquina van a surgir otros eventos).
De los bastiones del actual gobierno, ha sobresalido su aura y reputación. Llegaron al poder, en condiciones por demás difíciles, como abanderados de la lucha contra la corrupción (aunque no son los primeros con ese mensaje). Generaron la percepción de ser “personas honestas y buenas”. Aunque esas condiciones son fundamentales, son insuficientes a la hora de gobernar (tomar decisiones en cualquier escenario). Preservar la reputación es esencial, porque no es solo el signo que los distingue, sino el marco que debe guiar lo que resta de su gestión. Puede haber desgastes, pero nunca de su principal activo, la reputación. Si ese factor resulta afectado, en la proporción que sea, será el indicador que la crisis alcanzó una espiral peligrosa, que obliga, si o si, a tomar decisiones prontas, tajantes y sin miramientos para enderezar la ruta de dirección.
Dos tareas esenciales derivan del objetivo anterior: mantener/recuperar la confianza (no olvidar que los ciudadanos buscan transparencia y honestidad de sus líderes) y prevenir que los detractores y las redes de desinformación llenen sus estantes para incrementar los ataques (una estrategia adecuada contribuye a contrarrestar rumores y noticias falsas). De lo contrario, el terreno erosionado y la continuidad de las falencias pueden alimentar las recurrencia y agudización de las crisis.
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