Filgua 2024: Recuperar el amor por los libros

Jorge Mario Rodríguez

julio 3, 2024 - Actualizado julio 2, 2024
Jorge Mario Rodríguez

Uno de los rasgos más inquietantes de esta época es la creciente incapacidad civilizacional de reflexionar acerca de los grandes problemas que enfrentamos como humanidad. En el preciso momento en que se necesita pensar modelos alternativos que desvíen al mundo del camino del colapso ambiental, las capacidades intelectuales y morales de la humanidad entran en declive —lo cual constituye otra catástrofe. Ya nadie puede negar las consecuencias trágicas de esa pandemia digital que está desfigurando las capacidades cognitivas y espirituales del ser humano.

La literatura que expone los efectos desastrosos de las nuevas tecnologías aumenta de manera acelerada, haciendo que la necesidad de regulación del Big Tech ya sea inaplazable. Uno de los últimos exponentes de esta literatura es el libro de Jonathan Haidt, The Anxious Generation (2024). La intervención de Haidt ha abierto un saludable debate respecto a los efectos lamentables que los teléfonos inteligentes están ocasionando en el bienestar mental de las nuevas generaciones. Haidt basa sus críticas en el notorio incremento de casos de depresión, ansiedad y otros problemas en las nuevas generaciones.

El libro de Haidt no es sorpresivo. Desde hace un buen número de años se han ido documentando los efectos devastadores de las nuevas tecnologías y sus aplicaciones, las cuales afectan no solo a los individuos, sino también a las sociedades. La distracción masiva que vive la humanidad se evidencia en la erupción de anomalías, desde el arrastre de personalidades destructivas como Donald Trump o Javier Milei, hasta la popularidad de personajes delirantes como Elon Musk.

Estos efectos se han hecho evidentes hasta para los titanes de la tecnología. En uno de sus libros más celebrados, Adam Alter recuerda que el legendario Steve Jobs reveló a finales de 2010 que sus hijos tenían un acceso limitado a la tecnología y que, de hecho, no tenían acceso al IPad. Las devastadoras denuncias presentadas por una antigua trabajadora de Facebook, Frances Haugen, hizo que dicha compañía cambiara su nombre a Meta.

Tiene razón Svetlan Brinkmann cuando dice que vivimos en un mundo que no conduce a pensar. ¿Y cómo vamos a pensar si nuestra manera de relacionarnos a través de las redes sociales difícilmente nos introduce en el campo de la discusión con ideas diferentes?

Desde mi perspectiva, existe una estrategia para contrarrestar esta deriva estupidizante: volver a los libros. Se necesita recuperar la capacidad de concentración, la paciente tarea de comprender un problema al que no se puede acceder de manera superficial. Leer requiere ejercitar una serie de habilidades que, en este momento, se van difuminando debido a la cuadriculación algorítmica de la vida contemporánea.

La creciente conciencia de los efectos nocivos de las redes sociales me ha llevado de nuevo a revalorar las lecturas de la vida. De vez en cuando, me gusta regresar a una adolescencia un tanto solitaria, pero llena de momentos que hicieron volar mi imaginación. Puedo sentir las desilusiones de Platón cuando narra sus tristes experiencias en Siracusa. Aun puedo sentir los gritos del hijo del san Agustín, Adeodato, cuando la madre del santo, santa Mónica, acababa de fallecer. Gusto de imaginar a Maquiavelo vistiendo sus mejores ropas para dialogar con los grandes pensadores de la historia. Yendo más atrás, me recuerdo en el patio de la escuela haciendo cuentas del tiempo para ver si todavía me era posible conocer, aunque fueran ancianos, a los protagonistas del libro Corazón de Edmundo De Amicis. Todavía resuena en mi mente el último capítulo de Los problemas de la filosofía del inmenso inglés Bertrand Russell, el cual me condujo a estudiar filosofía. ¿No es hermoso leer a G. K. Chesterton para descubrir cómo la justicia social tiene que ver con el orgullo de una pequeña niña luciendo su cabellera limpia en una ventana?

Estas memorias vienen a mi mente cuando recuerdo el grato compromiso anual de escribir una pequeña colaboración para promover la Filgua. Este evento ofrece la oportunidad colectiva de recuperar el placer de la lectura e inculcar en las nuevas generaciones un hábito que libera el espíritu para que este se vuelva más grande, lo suficiente como para abarcar la inmensidad de los objetos de la reflexión y experiencia humanas.

Nunca se debe olvidar que el cambio que la sociedad necesita empieza en las interacciones de la vida cotidiana. Por esta razón, invito a que Filgua se convierta en un acontecimiento colectivo en el que decidimos recuperar la peligrosa pero placentera actividad de pensar. Las nuevas generaciones necesitan un aire menos tóxico para pensar un futuro viable y digno. Y qué mejor que recuperar el aire de la lectura en un ambiente que brinda la oportunidad de compartir con la familia y los amigos.

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