Según la Real Academia Española, en su edición digital 2024, una revolución es un “Cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad nacional”. También define revolución como un “Levantamiento o sublevación popular”. Hace 80 años, nuestro país vivió una de estas profundas transformaciones, un hito histórico que debemos recordar para comprender las fuerzas que moldearon nuestra sociedad. Este evento ejemplifica cómo, a lo largo de la historia, han existido poderosos intereses económicos, políticos, cultures e ideológicos que buscan mantener el statu quo y oponerse al cambio. Sin embargo, la historia también nos enseña que la convicción y la esperanza de un futuro mejor pueden impulsar a las personas a superar cualquier obstáculo.
Durante el mes de octubre, el gobierno utilizo repetidamente la frase “Revolución Viva‘”. Esto no implica que la revolución haya cesado o dejado de ser relevante, sino que ha sufrido años de opresión y desvío de sus principios fundamentales, aquellos que buscaban el bienestar de las mayorías. Los últimos gobiernos se han encargado de restarle valor a la memoria histórica, es momento de retomar los valores revolucionarios y vivirnos, aunque debo decir que ante la grave situación que vivimos se debería prohibir el uso indebido de figuras históricas y mártires para fines políticos que restan a la lucha de aquellos que ofrendaron su vida por sus ideales
No puedo dejar de señalar la ironía de que durante las conmemoraciones de la Revolución de Octubre, donde se exalta la lucha de los mártires que anhelaban una nación más justa, nos encontremos sumergidos en una realidad marcada por la corrupción, la injusticia y la desigualdad. Si bien el gobierno ha realizado actos conmemorativos, es innegable que existe una profunda contradicción entre el discurso y la práctica.
Es necesario colocar sobre la palestra la situación de nuestra única universidad estatal del país. Mientras nuestros países vecinos invierten en la creación, restauración y modernización de sus universidades públicas, el gobierno de nuestro país propone, como solución, patrocinar a estudiantes en instituciones privadas o en el extranjero. No es la solución ideal pensar que encontraremos mejores conocimientos fuera de la universidad pública, de donde han egresado los mejores profesionales del país. Es lamentable que ni el gobierno ni las autoridades educativas presten atención a la precaria situación de la Universidad de San Carlos de Guatemala (USAC).
María Chinchilla, Willy Miranda y Oliverio Castañera de León entre otros mártires entregaron sus vidas en la lucha por una universidad pública, gratuita y de calidad, al alcance de todos y todas. Sus sacrificios no pueden ser en vano. Sin embargo, las acciones de gobiernos como el actual, que han restado importancia a la educación superior pública y permitido la usurpación de la rectoría, amenazan con revertir estos avances históricos. Es inaceptable que, años después, no se haya hecho justicia y que los responsables de estos actos sigan impunes de cooptar la universidad del pueblo. Resulta hipócrita escuchar discursos sobre cambio y revolución mientras se perpetúan prácticas que socavan los principios fundamentales de una universidad pública. Es hora de pasar de las palabras a los hechos y exigir acciones concretas para garantizar la autonomía universitaria y el derecho a una educación superior de calidad.
La Usac, nuestra propia universidad, está borrando su historia al destruir murales y monumentos, al permitir la presencia de catedráticos que carecen de ética y valores. Dicho enunciado lo puedo mencionar con mucha seguridad ya que lo he visto de primera mano en el Centro Universitario de Occidente (CUNOC), no dudo que pase en otros centros universitarios o el propio paraninfo. Si el gobierno utiliza la imagen de mártires universitarios debe tener coherencia y al menos exigir que esta casa de estudios este al servicio del pueblo, poco o nada se ha hecho por recuperar la Usac, incluso los estudiantes, egresados, docentes o todos aquellos que han enfrentado a las mafias han sido criminalizados o perseguidos.
La revolución es un acto de lucha, de unión, articulación, organización y, sobre todo, de convicción por aquello que consideramos justo. Sin embargo, la realidad que enfrentamos demuestra que los esfuerzos realizados hasta ahora no han sido suficientes para superar el subdesarrollo que nos aqueja. Es necesario redoblar nuestros esfuerzos para construir un país más justo y equitativo, donde todos tengamos las mismas oportunidades. Debemos mirar hacia adelante y mantener viva la llama de aquella revolución que un día se vivió con mucho fervor.
Esta situación crítica exige que despertemos nuestro espíritu de lucha y resistencia. Debemos hacer nuestras las palabras «consciente y consecuente». Debemos dejar a un lado la fachada revolucionaria, es hora de actuar y construir una universidad que verdaderamente represente nuestros ideales y ofrezca un futuro mejor a las nuevas generaciones. Aún estamos a tiempo de recuperar lo que es nuestro. No nos dejemos vencer.
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