El psicópata como espejo

Reproduzco a continuación el artículo que escribí sobre Donald Trump en 2017, ya que nos enfrentamos de nuevo a este emperador que, en el fondo, no es sino el producto psicológico de la crisis cada vez más aguda de un orden social, económico y militar que se niega a renunciar a la pulsión totalitaria para dominar y controlar un mundo que acepta cada vez menos ser tratado como apetecible mercancía y servil colonia.

Raúl de la Horra

febrero 8, 2025 - Actualizado febrero 7, 2025
Raúl de la Horra

No se necesita ser adivino para imaginar que si Donald Trump continúa actuando impulsivamente y tomando decisiones alocadas, es probable que hasta sus socios y amigos lo tirarán un día por la ventana, declarándolo incompetente o loco. Lo interesante del caso es que el tal Trump no está loco ni enfermo, sino que representa ni más ni menos el producto humano más sofisticado y emblemático que la sociedad gringa, en su versión circense, empezó a fabricar a partir del triunfo de la segunda guerra mundial, una de cuyas ideólogas (de esa sociedad), Ayn Rand, la papisa del individualismo, lo describió admirablemente en sus libros al ensalzar los valores del éxito material y de la megalomanía, frente al espíritu de cooperación y de solidaridad humanas que, según ella, son absolutamente secundarios o prescindibles, e incluso nocivos.

Un buen humorista y colega de este periódico –Gonzalo Asturias Montenegro- me tiró el guante para que hablara sobre las chifladuras del tal Trump, y creo que la ocasión se presta más bien para reflexionar no solo sobre la sociedad que permitió y favoreció el triunfo de ese personaje como jefe de Estado de una gran nación, sino sobre el modelo de sociedad que ella nos ha impuesto a la fuerza como única alternativa. Psiquiatras, psicólogos y gente aficionada al esoterismo científico sospechan que el señor Trump es nada menos que un psicópata (o sociópata, que es lo mismo) narcisista e irredento, y en ese sentido se trataría de un “enfermo mental”, lo que explicaría sus muecas de chimpancé (parecidas a la que hace el excelente actor Jack Nicholson), sus “locuras” y su conducta errática e impredecible.

Pero sepan ustedes que la psicopatía no es una enfermedad mental (porque no hay pensamiento irracional, ni delirios, ni disociaciones, ni alucinaciones, ni depresiones profundas, ni miedos, ni perturbaciones de la conducta), sino apenas un trastorno afectivo de la personalidad o una “forma de ser”, un estilo de vida bastante común que, según uno de los máximos especialistas en la materia, el Dr. Robert D. Hare, profesor de la Universidad de British Columbia (Vancouver, Canadá), se percibe cuando los individuos son locuaces, arrogantes, insensibles, dominantes, fingidores, superficiales, no especialmente inteligentes, egocéntricos, narcisistas, falsos. Manipuladores, impulsivos, histriónicos, inestables, oportunistas e irresponsables, que se aprovechan de los demás y carecen de empatía en las relaciones interpersonales, así como de sentimientos de culpa.

¿Sintió un pinchazo? ¿Se sintió usted aludido? Y es que todos tenemos en alguna medida alguno de estos rasgos o actitudes. El problema es cuántos y en qué grado. ¿Sospecha que estos rasgos describen a personas del entorno, sobre todo las que se mueven en las esferas políticas, empresariales o amorosas? Pues no le faltará razón, porque vea, le cuento, estamos rodeados de psicópatas (sobre todo de los llamados “integrados” o sub-clínicos, que son los que no han cometido crímenes todavía), y tanto más numerosos, cuando que el modelo ético que domina nuestra sociedad es el de “¡sálvese quien pueda!”, o “¡primero yo y después yo!”

Lo cierto es que la sociedad gringa, con su modelo de “civilización” impuesto al mundo a través del modo de vida, modo de trabajo, modo de producción, modos de entretenimiento y un concepto consumista de cultura, es en realidad una gran “organización o fábrica psicopática” que fomenta el individualismo y el narcisismo a ultranza para hacer de las personas seres acríticos, egoístas y excelentes consumidores. Lo importante aquí no es el bien común, sino el “yo me siento bien, y el resto, me la pela”. ¿Qué se puede esperar? En estas sociedades, el psicópata no es una anormalidad, sino que personifica un prototipo de triunfador moderno, un héroe con superpoderes, un ideal. El sueño americano, en suma.

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