Cuando interiorizo y dimensiono lo que está a mi alrededor, identifico que la música ha sido una herramienta poderosa para la expresión humana, a través de la capacidad de agrupar emociones y alterar la percepción de nuestro entorno. La música emerge como un hilo conductor de experiencias y sentimientos. Más allá de ser simplemente un curso de notas, palabras y ritmos, puesto que permite moldear nuestros pensamientos y conectar con lo más profundo de nuestro ser.
La música es capaz de transportarnos a diferentes momentos de nuestras vidas, haciéndonos viajar a recuerdos que pocas veces logramos recordar con facilidad y precisión. Un pequeño fragmento de alguna canción con la que logramos conectar puede hacernos revivir un momento de felicidad, de tristeza o de reflexión. En estos instantes, la música se convierte en un reflejo de nuestra alma, revelando lo que sentimos y pensamos en un lenguaje que trasciende barreras culturales y lingüísticas.
Asimismo, la música tiene el poder de transformar nuestro entorno. Un día donde gana el desánimo, la tristeza o simplemente el clima está gris, la música puede crear lazos de interconexión que iluminen nuestro ser o que nos siga llevando a ese vacío interno del cual queremos salir.
En un mundo donde a menudo nos sentimos solos en nuestras luchas individuales, la música nos recuerda que no estamos solos. Las letras de una canción pueden expresar lo que no somos capaces de verbalizar, creando una conexión entre nuestra interioridad y el mundo exterior. A través de la música, encontramos consuelo y comprensión, sabiendo que otros han sentido lo mismo que nosotros y han encontrado la manera de plasmarlo en unas palabras, versos, notas y ritmo, como lo hacen los escritores y poetas en sus manuscritos llenos de verdad, realidad y sentimiento.
La música también tiene un poder curativo. No es raro que, en momentos de crisis o dolor, recurramos a canciones que muevan el alma y el ser, buscando consuelo, alivio o un tanto de comprensión. Es como si cada nota tuviera la capacidad de sanar una parte de nuestro ser, o abre esas puertas bloqueadas y obstaculizadas de las que no queremos saber, pero que son necesarias abrirlas.
Pero más allá de su impacto individual, la música tiene un poder colectivo. Une a las personas, crea comunidades y fomenta la colectividad. La música no solo es una expresión artística, sino también un acto de resistencia y de afirmación de nuestra humanidad compartida, donde vemos historias que necesitan ser contadas y recordadas, tanto para nuestro ser individual como para el ser colectivo, recordar es volver a vivir lo que te hizo feliz pero también lo que te lleno de dolor.
La música nos invita a la introspección y al autoconocimiento. Nos permite explorar nuestras emociones, cuestionar nuestras creencias y descubrir nuevas perspectivas. En su esencia, la música es una forma de diálogo con nosotros mismos y con el mundo que nos rodea. La música, es una compañera constante que nos ayuda a navegar por los altibajos de la existencia, a sanar nuestras heridas y a conectar con los demás.
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