El pensamiento indígena frente el desafío ambiental

Jorge Mario Rodríguez     junio 5, 2024

Última actualización: junio 4, 2024 7:08 pm
Jorge Mario Rodríguez

Hace unos años, el caricaturista norteamericano Tom Toro publicó en The New Yorker una viñeta en la que un adulto y tres niños, todos con la ropa a jirones, están sentados alrededor de una fogata. Contra el trasfondo de una ciudad destruida, el adulto, con la corbata desanudada, les dice a los pequeños: “Sí, el planeta fue destruido. Pero por un bello momento, creamos riqueza para nuestros accionistas”. El ahora famoso dibujo presenta una de las tensiones fundamentales de nuestra época: la contraposición entre crecimiento económico y protección ambiental.

En este contexto, los negacionistas encuentran cada vez más problemático argumentar que el cambio actual de los patrones climáticos es parte de un proceso natural. Se puede aceptar que siempre ha habido eventos de clima extremo, pero lo que se necesita explicar, desde tal posición, es por qué estos eventos “improbables” ahora se han tornado tan probables. El negacionismo climático se puede articular solo cuando se rechaza lo evidente. Pero tal tarea es fuente de beneficio económico para los que refutan el calentamiento global y su terrible estela de consecuencias.

Para muchos, la economía verde muestra que es posible compatibilizar estos objetivos. Esta posición, sin embargo, se ha visto cada vez más cuestionada. El uso masivo de vehículos eléctricos, por ejemplo, demanda la explotación de metales que, como suele suceder, siempre afecta con mayor fuerza a los países del Sur Global.  Y aún si la economía verde fuese viable, aun habría que ver si esta es posible en el contexto del capitalismo voraz de nuestra época. En un libro reciente, Brett Christophers argumenta, con evidencia apabullante, que la economía verde tiene problemas para implementar porque hacerlo no reporta el nivel de rentabilidad al que está acostumbrado el capitalismo depredador.

En una época como la presente no es sorprendente que se haya pensado en la tecnología para resolver el problema ambiental. Por ejemplo, se ve con esperanza la extracción de dióxido de carbono de la atmósfera. Sin embargo, cada vez se hace más patente que dicho enfoque tiene impactos con respecto a la escasez del agua y la tierra. Aun así, muchos deseamos que la tecnología encuentre medios de atenuar una problemática tan profunda. Sin embargo, también es conveniente preguntarse acerca de los límites de la tecnología.

Ahora bien, cualquier solución al problema ambiental debe escudriñar la viabilidad de nuestras formas de vida. En ese sentido, el actual modelo consumista es insostenible debido a los límites del planeta. La urgencia del problema se ilustra con el hecho de que cada vez se reconoce con mayor frecuencia que se han sobrepasado ciertos umbrales que proyectan cambios irreversibles. Durante muchos años, por ejemplo, se ha registrado un aumento de la temperatura promedio del planeta

Y aquí se puede traer a la palestra la idea de que el problema radica en las motivaciones fundamentales que mueven la actividad humana. Un problema tan vasto no puede ser resuelto bajo las mismas premisas que nos han llevado a este. Así, si queremos detener el desastre climático, debemos cambiar nuestras actitudes hacia la naturaleza y hacia nuestros congéneres. Enfrentar la problemática ambiental requiere cambiar las actitudes humanas que promueven la destrucción de la naturaleza de la cual formamos parte.

Al argumentar desde el terreno de las actitudes, entramos en el terreno de la ética. Bajo las perspectivas de esta parte de la filosofía se evidencia que destruir el mundo para incrementar el beneficio económico —de un número cada vez más pequeños de personas— es tan irracional como pensar que el crecimiento económico puede ser infinito en un mundo finito. Aun así, el crecimiento económico todavía se ve como un mantra que se menciona sin tomar su verdadero significado.

Surge entonces la pregunta del punto de partida de tal cambio de actitudes. Soy de la opinión de que para lograr este cambio de dirección debe apelarse a las instancias sociales que tienen ese potencial valorativo que pueden cambiar la orientación del mundo. Desde hace algún tiempo algunos filósofos han reconocido el potencial emancipatorio que guardan los pueblos indígenas alrededor del mundo, en especial el respeto a la naturaleza De hecho, algunos resultados científicos, como los de la neurobiología vegetal, apuntan en un sentido compatible con esa valoración del mundo.

Por esta razón pienso que el pensamiento indígena debe recibir mayor atención en nuestro país, no solo como instancia política de movilización social, sino como forma de aproximación al mundo. El sentido comunitario indígena envuelve al mundo y hace comprender que la naturaleza es mucho más que un inventario de recursos que puede explotarse sin mayores contemplaciones. Es tiempo, entonces, de que movilicemos estas ideas fundamentales que yacen en lo más profundo de una sociedad como la nuestra.

Encerrar el pensamiento indígena en una concepción identitaria puede ser válido, pero no es capaz de agotar todas las posibilidades de regeneración que se encierran en la aproximación indígena al mundo. La filosofía indígena, en muchas de sus expresiones alrededor del mundo, suele plantear un acercamiento diferente a ese mundo que hemos destruido sin reconocer que nuestra existencia depende de él. Ha llegado el momento en que promovamos, de manera reflexiva, las formas de vida indígenas en nuestro país. Nunca se debe olvidar que otro mundo es posible.

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