La edición especial que celebra los 50 años del mítico álbum 666 de los Aphrodite’s Child apareció hace unos días, dos años después de la efeméride oficial, pero justo en el momento en que, según las últimas noticias, el mundo se empieza a acabar, al menos como lo hemos conocido hasta hoy. De aquí en adelante, no sabemos, porque todo o casi todo lo aprendido comienza a perder significado y nosotros nos quedamos a la deriva condenados a las dictaduras de la irracionalidad. Ni Descartes ni Kant ganaron la batalla, el Armagedón, y la vida misma se encuentra atrapada en las garras de una Inteligencia Artificial, que escoge tu lista de canciones y el sabor de tus bebidas, tus amigos preferidos, tus odios y tus amores, los candidatos correctos por quien debes votar, las ideas que debes pregonar. La utopía perversa de la tecnocracia, con la que tanto nos asustaron las películas de la serie B, máquinas que piensan y gobiernan el planeta con su lógica implacable que reducen a la humanidad a simple error del sistema, a mutaciones biológicas imperfectas que no debieron suceder.
Nos anunciaba esto un álbum como 666. Sí y no. Algo había en su esencia, sin embargo, que hace que su propuesta musical no nos suene desfasada, sino todo lo contrario, medio siglo después. El concepto inicial de la obra, ideada por el cineasta griego-egipcio Costas Ferris y musicalizada por su compatriota el compositor Vangelis Papathanassiou, era un circo que con sus payasos, acróbatas, bailarines y animales representa como una feria mágica y misteriosa el Apocalipsis o el Libro de las Revelaciones de San Juan. Mientras esto sucede, la verdadera batalla entre el bien y el mal, el Armagedón, se está librando en las calles, pero el público enajenado por el entretenimiento no puede diferenciar entre el espectáculo y la realidad. La historia hace referencia a la Dictadura de los Coroneles en Grecia, de la cual ambos autores eran exiliados; a las rebeliones estudiantiles de Mayo de 1968 en Francia, que los dos habían vivido muy de cerca, y al concierto de los Rolling Stones en el Festival de Altamont (Livermore, California), el 6 de diciembre de 1969, durante el cual un joven de 18 años fue asesinado a puñaladas, poniendo así fin a la utopía de amor y paz del movimiento hippie.
Aphrodite’s Child era una grupo de pop griego, exiliado en Francia, compuesto por el tecladista Vangelis Papathanassiou, más tarde célebre por sus bandas sonoras y sus incursiones en la música electrónica; por el bajista y vocalista Demis Roussos, ultra famoso luego en los años 1970 como intérprete de canciones románticas de sabor mediterráneo y dudoso gusto; por el baterista Lucas Sideras y por el exquisito guitarrista Anargyros ‘Silver’ Koulouris, perdidos ambos en el tiempo luego de su paso por el grupo. Autores de canciones de beat amable, como Lluvia y lágrimas (Rain and Tears), que los colocaron en la cima del top ten europeo, nada presagiaba que se verían envueltos en una de las experiencias más extrañas y delirantes del rock progresivo y de vanguardia. Es más, Costas Ferris para su espectáculo, su “oratorio rock” como lo llamaba, no los andaba buscando a ellos, sino a Pink Floyd.
La conexión entre los dos exiliados griegos fue instantánea, sin embargo. El cineasta buscaba un grupo que lo siguiera en sus delirios operísticos pop-art, y el tecladista un libreto lo suficientemente abierto que le permitiera la experimentación. A esto se sumó la libertad de producción que el sello Mercury le otorgó al grupo, luego del arrollador éxito de sus primeros álbumes: End Of The World y It’s Five O’Clock. A finales de 1970, Aphrodite’s Child se encerró en una sala de estudio parisina a improvisar durante horas y horas sobre las ideas iniciales de Costas Ferris.
Fueron alrededor de diez meses de una rutina agotadora y casi neurótica, antes de que pudieran verse los primeros resultados: una extraña amalgama de oscura sicodelia, rock progresivo, cantos tradicionales griegos, improvisaciones sonoras, ensayos de teatro de la crueldad y pomposidades resueltamente kitsch. Una mezcolanza, a ratos indigesta, que asustó a los directivos de la compañía disquera, pero que entusiasmó a insólitos escuchas como el pintor Salvador Dalí, quien comentó que, de haber sido músico, 666 sería el disco que hubiera producido.
Dalí que había asistido de manera fortuita a un recital de Aphrodite’s Child, fue uno de los primeros escuchas del disco apocalíptico, su entusiasmo fue tal que le propuso al grupo montar un espectáculo en el centro de Barcelona para su presentación oficial.
Su plan era organizar un “happening”, que sería presenciado únicamente por un par de pastores traídos para la ocasión, que luego transmitirían a la gente las alucinantes revelaciones del libro de San Juan. Se colocarían altavoces por las calles de la ciudad que harían sonar 666 durante 24 horas, mientras batallones de soldados con uniformes nazis desfilarían de un lado a otro.
Cientos de cisnes vivos se dispondrían ante la Sagrada Familia de Gaudí, con cartuchos de dinamita cosidos en sus vientres, listos para explotar en cámara lenta mediante efectos especiales. Aviones de la Marina sobrevolarían la catedral, con instrucciones de arrojar sus municiones sobre ella. Pero en lugar de explosivos, “bombardearían” el edificio con gigantescos peluches de elefantes, hipopótamos, ballenas y… arzobispos con paraguas.
Un delirio que espantó a los músicos y, por supuesto, más a los ejecutivos de la disquera. Sin embargo, no fueron precisamente las fantasías dalianas las que llevaron a estos últimos a confiscar el material sonoro durante varios meses, sino los 39 minutos de gemidos orgásmicos, proferidos por la actriz griega Irene Papas, que Vangelis incluyó como parte del material con el sugestivo nombre de Infinito.
Infinito, una extraña composición entre el placer y la lamentación, convirtió a 666 de un álbum conceptual de rock progresivo, como tantos en la época, en un disco maldito, censurado en Italia, Alemania, Bélgica y, por supuesto, en Grecia, que lo consideró una blasfemia.
Exiliada en Francia por la Dictadura de los Coroneles, Irene Papas era ya en ese momento una actriz consagrada y legendaria, una de las grandes intérpretes de la tragedia griega en el mundo, con obras como Antígona, Electra o Las troyanas, llevadas luego al cine por su compatriota Michael Cacoyannis, el mismo de Zorba, el griego, película que colocó a Papas como una de las más cotizadas actrices de la cinematografía mundial.
Durante la grabación de 666, Papas pasó al estudio para saludar a sus jóvenes amigos melenudos, compañeros de destierro. Fue ahí que Vangelis quiso trabajar junto a ella una improvisación a partir de la frase del Apocalipsis “Quien fue y es y ha de venir”, que Ferris había trastocado para convertirla en “Yo era, yo soy, yo he de venir”, que en inglés, idioma de la canción, suena “I was, I am, I am to come, I was”, a la que Papas le confiere en su interpretación una fuerte connotación sexual y termina sonando como “me vine” o “me estoy viniendo”.
Con Infinito, Papas construye junto a Vangelis una pieza maestra, para muchos el primer orgasmo grabado en vivo, aunque dos años antes, Serge Gainsbourg ya había elaborado algo parecido junto a Jane Birkin, en la no menos censurada y maldita en su momento Je t’aime, moi non plus. Sin embargo, la soberbia interpretación de la actriz griega hace sonar esta última como una cancioncita de verano.
Lo de Papas es algo más que una transgresora canción pop, es tragedia griega, es canto ritual y sagrado, es teatro de la crueldad, casi un homenaje a Antonin Artaud. Según recuerda el baterista Lucas Sidera, la actriz pidió estar sola en el estudio, con las luces apagadas y en una sola toma de casi cuarenta minutos, comenzó a repetir la frase como un mantra que se vuelve un susurro, y luego un grito y un lamento hasta que todo estalla en un “orgasmo cósmico”, repleto de placer y de dolor, vomitando guerras, exterminios, dictaduras y aferrándose a la vida desde sus entrañas.
Es por mucho la mejor colaboración entre Papas y Vangelis, que más tarde producirían discos más amables y exitosos como Odas y Rapsodias, pero la disquera se negó a publicar semejante tema, incomprensible para ellos, escandaloso, nada comercial, maldito. Luego de interminables negociaciones, Vangelis logró que le permitieran una edición de tan solo cinco minutos, que es la que se incluye en el disco y la que conocemos. Aún mutilada a su mínima expresión, la composición es de una fuerza asombrosa, una invitación a la vida en tiempos signados por la guerra, la deshumanización, la estupidez y la muerte.
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