Desde el primer chasquido de un «chst chst» en las calles, hasta las insinuaciones y toqueteos en los buses, la cotidianidad de miles de mujeres se ve marcada por una sombra que persiste: la violencia. Hoy, en el “Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer”, alzo mi voz, no solo por mí, sino por todas las que han sido silenciadas, por aquellas que no tuvieron la oportunidad de levantar su voz en un mundo que en cuanto a la violencia prefiere mirar hacia otro lado.
La violencia contra la mujer trasciende fronteras, culturas y clases sociales. Es un grito ahogado en el pecho de cada mujer, de quienes hemos sentido el peso de las miradas lascivas y los comentarios degradantes. Es un lamento colectivo que resuena en cada rincón. Hoy, quiero hablar: por aquella alumna que no denunció a su maestro o compañero, por aquella niña que soportó el abuso en silencio, y por todas nosotras que hemos sido víctimas de un sistema que a menudo nos ha fallado.
Espacios que deberían ser refugios de aprendizaje, como las aulas, se transforman en escenarios de abuso, donde como mujeres nos encontramos atrapadas en el acoso de un maestro o de un compañero que, bajo la apariencia de amistad, inicia con enviar mensajes y fotos no solicitadas. Sumidas en el miedo y la confusión, elegimos el silencio. ¿A quién podríamos confiarle nuestro sufrimiento? ¿Quién nos daría crédito? Esta es la realidad de muchas, una historia que se repite en distintos contextos, donde el silencio se vuelve la única salida.
Por esas niñas que, a tan corta edad, se ven obligadas a soportar las miradas lascivas de un padre, un padrastro, un hermano o un abuelo, cualquier hombre. Niñas que, en su inocencia, no comprenden por que su cuerpo se convierte en un objeto de deseo para aquellos que deberían protegerlas. El miedo se apodera de ellas; tienen miedo de hablar, de ser desmentidas, de ser culpabilizadas. Esta es una realidad cruel, que se perpetúa en un ciclo de abuso y silencio. Y entonces, la infancia que debería ser un tiempo de risas y juegos se transforma en una pesadilla que las acompaña durante toda la vida.
Al salir a la calle, muchas mujeres nos convertimos en blanco de comentarios. Los silbidos y los gritos obscenos de hombres que consideran que su masculinidad les otorga derechos sobre el cuerpo femenino son una constante en el día a día. Cada paso que damos, cada mirada que recibimos se convierte en un recordatorio de que el espacio público no siempre es seguro. Esta violencia verbal, simbólica, invisibilizada que quizás más sutil que la física, tiene un impacto devastador en la autoestima y la salud mental.
En la actualidad, la violencia se manifiesta no solo en las calles, sino también en el vasto mundo digital. He sido testigo de cómo las redes sociales, que deberían ser refugios de conexión y empoderamiento, se convierten en verdaderos campos de batalla. He recibido mensajes cargados de misoginia, amenazas y coacciones, ataques a mi apariencia, críticas por ser feminista y crueles insinuaciones sobre mi infancia. No se trata solo de palabras; es una invasión a mi espacio personal y emocional. Hoy quiero invitar a la reflexión: incluso en este entorno virtual, las mujeres no estamos a salvo.
La violencia contra la mujer se manifiesta no solo en la vida cotidiana, sino también en los sistemas que deberían protegernos. Muchas mujeres que hemos enfrentado el sistema judicial, nos hemos vistas inmersas en un trato con desdén y desconfianza. La desigualdad en los tribunales de justicia también es una realidad que muchas hemos vivido. Las denuncias menudo son desacreditadas, y las víctimas son revictimizadas en un proceso que debería ser de sanación, justicia y reparación. La falta de apoyo y la cultura de la culpabilización perpetúan el ciclo de violencia.
Al compartir nuestras historias, al hacer visible lo invisible, comenzamos a romper el ciclo del silencio. Cada testimonio cuenta, cada voz se suma a la exigencia de respeto y justicia.
Hoy, alzo la voz no solo por mí, sino por todas las mujeres y niñas que han sido silenciadas en algún momento de sus vidas. Necesitamos que nos escuchen, que nuestras voces sean una prioridad en la agenda pública y que se traduzca en acciones y no solo palabras o papeles.
#NiUnaMenos
#NiUnaMás
Etiquetas:25 de noviembre ciclo de abuso y silencio Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer masculinidad miradas lascivas mundo digital redes sociales sistema judicial Violencia contra la mujer violencia verbal