El domingo me he enterado por medio de Instagram, o Facebook, ya no recuerdo bien, que ha fallecido el gran Luis Aceituno. Escritor guatemalteco cuya obra nos dejó un legado de reflexiones profundas y relatos desafiantes.
Hace un tiempo escribí sobre el privilegio de compartir este espacio con grandes intelectuales guatemaltecos, entre ellos, Aceituno. Dudo que haya leído mis palabras, dudo que alguna vez me haya leído a mí, y menos aún que me haya recordado. Sin embargo, su ausencia hoy se alza como un recordatorio inevitable de la fragilidad de nuestra existencia.
Hoy nos has dejado solos, Luis. Tu mayor temor se volvió realidad y nos lo has dejado a nosotros y ahora estamos todos, menos tú. No nos quedamos sin tus libros, no nos quedamos sin tus palabras, nos quedamos con todo lo que te pertenece, pero no estás aquí para vernos. Hoy nos toca aprender a convivir con tu ausencia, aunque sabemos que siempre estarás escondido entre tus libros. Ya llegaremos a verte. Te lo prometo.
No me gusta hablar del duelo, ni de pérdidas, ni mucho menos dar pésames; es un territorio muy ambiguo. El duelo, muy parecido a la noche, no es precisamente una ciencia exacta. Es más bien, un largo recorrido emotivo.
Aunque lo usual sea decir que “no hay vida sin pérdida”, cada adiós nos enfrenta al vacío que se abre entre quienes fuimos y quienes nos convertimos en su ausencia. En ese proceso tan macabro, no solo se desmorona el entorno que nos rodea; también se resquebrajan nuestras convicciones, tambalean las bases internas, y el tiempo parece oscilar entre detenerse y precipitarse, dependiendo de la magnitud del vacío. Casi siempre es terriblemente grande.
Perder algo, o en el peor de los casos, perder a alguien, va mucho más allá de un simple hasta luego. Es un acto de adaptación forzada que, con frecuencia, inicia con una negación obstinada.
Sin embargo, no permite atajos ni altibajos emocionales. Tarde o temprano, la verdad se manifiesta con la crudeza de un amanecer que nunca soñamos presenciar. Es en ese instante cuando entenderemos que el duelo no es un adversario a derrotar, sino un proceso que estamos destinados a recorrer.
Recordaré siempre elAcordeón, recordaré siempre cómo fue uno de los primeros pasos para adentrarme en estos rumbos. Y tal vez nunca lo supiste, pero fuiste una gran inspiración. Nos vimos una vez en una presentación de Gustavo Berganza junto a Méndez Vides y Paco, y de ahí no pasamos.Tal vez ya no lo recuerdes, tal vez los demás tampoco lo hagan. Pero por ahí guardo algunas fotos; algún día te las compartiré. Por ahora, no me queda más que decir gracias y adiós, Luis.
El duelo no desaparece; solo se transforma.
Adiós, Luis.
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