Para el adecuado funcionamiento de la democracia se necesita que la población esté dispuesta a participar en un diálogo constructivo. Un intercambio público respetuoso de ideas y opiniones, incluso cuando los participantes no estén de acuerdo. Cuando se ve a quienes tienen puntos de vista contrarios como enemigos y no como interlocutores, resulta muy difícil entablar conversaciones productivas. En lugar de buscar puntos en común o comprender las distintas perspectivas, los debates suelen derivar en enfrentamientos. La erosión de la confianza entre los distintos miembros de la sociedad provoca conflicto, dificulta la cooperación y reduce la cohesión social. Un ambiente discursivo en donde abundan más los sesgos cognitivos y el uso de falacias, que la discusión racional sobre los asuntos que preocupan a todos es un obstáculo para el progreso, la paz y la gobernabilidad.
Cuando las emociones sustituyen a la razón dentro del debate sobre los asuntos públicos, resulta muy complicado evaluar de manera serena y racional los argumentos de los demás. Confundir las emociones con los hechos reales limita la posibilidad de evaluar el mérito de los argumentos de otras personas, facilitando que el miedo a lo desconocido se transforme en un deseo irracional de protección o que la identificación con una determinada idea conduzca a la defensa irracional de argumentos de dudosa validez. El razonamiento emocional dificulta la discusión serena, informada y racional de los hechos, dificultando el debate público honesto y constructivo de los temas y polarizando a la sociedad. La fuerte inclinación de dividir la realidad entre “buenos y malos”, dependiendo de qué tanto cada uno se identifique con algún determinado argumento, complica todavía más la posibilidad de alcanzar acuerdos entre desconocidos. El pensamiento dicotómico que reduce todo a «nosotros, los buenos” contra “ellos, los malos» imposibilita reconocer algún elemento positivo en los argumentos de los demás y transforma a cualquier miembro de otro grupo en alguien digno de sospecha. Un sesgo cognitivo que refuerza los prejuicios existentes en la sociedad, simplifica en exceso la complejidad de los problemas e impide la búsqueda conjunta de soluciones a problemas comunes.
Además, si se cree que cada acción o decisión, por insignificante que sea, inevitablemente resultará en una serie de eventos negativos y catastróficos, resulta imposible un debate informado y racional. Según la falacia de la “pendiente resbaladiza”, basta con que se dé un primer paso en una determinada dirección para que la situación termine en la más temida pesadilla catastrófica. Una fórmula simple y poderosa para generar desconfianza, miedo y resistencia al cambio; siempre será más seguro mantener el statu quo que arriesgarse mínimamente a explorar algo nuevo. Por si fuera poco, si a todo esto se suma el uso frecuente de la falacia del “hombre hecho de paja” resulta casi imposible cualquier tipo de diálogo. Esta falacia consiste en distorsionar o simplificar en exceso los argumentos de otras personas con el propósito de refutarlos o desacreditarlos más fácilmente. Una desafortunada práctica discursiva que solamente contribuye a obscurecer o ignorar los hechos reales, perpetuar los malentendidos y fomentar la desinformación.
Finalmente, cuando este tipo de acciones deliberativas toman lugar en las redes sociales, la situación puede tornarse explosiva. Es bien conocido que las redes sociales tienden a provocar un “sesgo de disponibilidad”, es decir, que las personas sobrestiman la probabilidad o la importancia de un acontecimiento en función de la facilidad con que dicho evento les viene a la mente. Los algoritmos que gobiernan las redes sociales provocan una alimentación continua de información similar, reforzando las percepciones y creencias existentes y haciendo que ciertos eventos o temas parezcan más importantes de lo que realmente son; añadiendo contenido emocionalmente cargado que puede quedarse más fácilmente en la memoria de las personas; y formando «cámaras de eco» donde las personas están expuestas principalmente a información y opiniones que refuerzan sus creencias preexistentes. Esto se ve exacerbado en contextos de alta tensión como los bloqueos y manifestaciones, donde las percepciones se polarizan aún más y la posibilidad de un diálogo racional y constructivo se ve seriamente comprometida. Un error sistemático en la forma de pensar que provoca percepciones injustas y desequilibradas respecto de las opiniones de los demás.
Para contrarrestar estos sesgos y falacias, es crucial fomentar una cultura de pensamiento crítico y escepticismo sano. Los ciudadanos deben ser alentados a cuestionar sus propias creencias y a buscar activamente perspectivas contrarias para obtener una visión más completa y objetiva de la realidad política. Un enfoque más equilibrado y basado en pruebas puede ayudar a formar opiniones más informadas y matizadas, promoviendo un diálogo más constructivo y menos polarizado. La superación de los sesgos y falacias en el debate político guatemalteco es un desafío complejo pero necesario. Reconocer estas distorsiones y trabajar activamente para mitigarlas puede conducir a un debate más racional y constructivo, beneficiando así a la sociedad en su conjunto.
Etiquetas:debate democracia falacias Gobernabilidad pensamiento crítico redes sociales