El otro día me topé en Facebook con una receta de comida argentina intitulada Carne de plátano, consistente en hacer finas tiras con la cáscara (“carne”, llama la cocinera a esas tiras) de un banano, dejándolas reposar diez minutos en un cuenco con agua y vinagre mientras en un sartén se fríe cebolla y otros ingredientes, para luego agregar las cáscaras de plátano al sartén y más tarde agregar un poco de agua, condimentando con otros ingredientes como soja, ajo y tomate hasta que se cueza todo y quede un “recado” (decimos en México y Centroamérica) con el que se pueden rellenar unos panes como bollos que, según la cocinera, resultan un verdadero manjar.
Para los que deseen conocer la receta y leer algunos de los comentarios que expresan los lectores y que yo comentaré aquí, les dejo a continuación el link:
El caso es que esa receta llamó mi atención, puesto que no conocía tal procedimiento que, por lo visto, no era del todo novedoso o sorprendente para una pequeña parte de personas (un diez por ciento más o menos) que ya conocían esa receta y otras similares, pero que, para el resto, un cuarenta por ciento, digamos, resultó ser motivo de asco y de rechazo, para un treinta por ciento se volvió un asunto de curiosidad, y para un veinte por ciento, un motivo de conflicto debido a que no entendían si la receta en cuestión hablaba de bananos, de guineos o de plátanos, y que por qué diablos se la llamaba carne a la cáscara, si no era carne, y comentarios por el estilo.
En suma, a medida que yo iba leyendo los comentarios, fui pasando de un sano interés al asombro, y del asombro a la decepción, y de la decepción, a una serie de tristes constataciones y asociaciones que quisiera compartir con ustedes.
De la curiosidad al asombro. El asombro fue ver la cantidad de reacciones diversas y contradictorias que una simple receta de cocina provocó en una enorme cantidad de mujeres (creo recordar que todas eran mujeres) de habla hispana (asumo que la inmensa mayoría eran de América Latina).
Del asombro a la decepción. Para empezar, mi decepción consistió en descubrir el grado de carencias ortográficas, sintácticas y estilísticas reflejadas en muchos de los comentarios, visiblemente hechos por amas de casa y señoras de clase media poco acostumbradas a la lectura y a la escritura. Y a continuación, mi decepción aumentó al leer la naturaleza de sus quejas notablemente arbitrarias y sin base lógica para evidenciar su rechazo hacia un plato que jamás habían probado. Asomaban allí una serie de estúpidos nacionalismos, regionalismos y clasismos vinculados a un supuesto estatus social, y a un sorprendente analfabetismo gastronómico y cultural.
(Que conste que estas carencias, las sintácticas y las culturales, las he descubierto igualmente en España en los comentarios que suelen hacer los lectores y las lectoras en los periódicos y revistas digitales sobre temas diversos, en particular cuando se trata de temas políticos e históricos. El grado de pobreza, de superficialidad y de vulgaridad que aflora en esos comentarios es impresionante, lo que no deja de sorprender, pues se trata de un país europeo que se supone pertenece al primer mundo).
El paso de la decepción a una serie de constataciones y asociaciones. Constataciones: la falta de cultura en muchos sentidos, hace que las personas que se expresan con tanta audacia y frescura no han adquirido marcos de referencia para saber hacer comparaciones o para indagar y reflexionar con lógica y honestidad. Por ejemplo, no debería ser problema -a no ser que se sea un analfabeta integral-, que a la pulpa de la fruta, a veces, según los países y según las clases sociales, se la llame también “carne”, y “carne” se llame a la piel o a la pulpa cuando se utiliza para reemplazar la función de la carne. Por otra parte, es absolutamente ociosa la polémica de por qué hay regiones en el mundo en las que se denomina plátanos a los bananos y bananos a los plátanos, o guineos a los bananos y viceversa, caramba, por dios santo, si esto altera el orden del universo, entonces es que la humanidad ha evolucionado poco en últimos veinte siglos.
Para concluir, de estas tristes constataciones conecto de manera directa con algunos hechos contemporáneos que, hablando metafóricamente, también podríamos llamar “recetas de la actualidad que se cocina cada día”. En la culinaria de lo cotidiano, constato por igual que hay prácticamente un sesenta por ciento de comentadores o comentadoras que se atreven a rechazar agresivamente una simple receta que no han probado y que no la conocen ni de cerca, pero eso sí, están negativamente predispuestos a causa de representaciones deformadas y prejuicios, a miedos y creencias que nada tienen que ver con la realidad.
Muchas personas, simplemente, se quedan trabadas dando vueltas sobre sí mismas debido a los vocablos que utilizan las recetas o, siguiendo la metáfora, que utilizan los acontecimientos, términos que para ellas son sólidos como piedras, porque han aprendido a sacralizarlos y a concebirlos como si fueran “cosas” tangibles y contrapuestas entre sí como bananos o plátanos, carne o cáscaras, huesos o semillas, y “cosas” tan palpables como libertad o socialismo, democracia o dictadura, elecciones o fraude, derechos o deberes. ¿Se entiende?
Venezuela pues, como un empalagoso plato comestible, lo tenemos que aguantar servido infaltablemente cada día en el desayuno, en el almuerzo y en la cena. Que si dictadura, que si fraude, que si presos, que si Maduro, que si represión, que si Cuba (¡ouups!, esa es otra receta, se me escapó), que si chirmol, que si carne o pellejo, que si banano o democracia, que todo es un asco, que no, que sí, a saber. La inmensa mayoría no sabe lo que es un pinche plato de cocina publicado en las redes sociales, y pretenden ahora saber al dedillo lo que es un país que nunca han PROBADO, ni siquiera les ha interesado conocer su historia y sus cocimientos, sus ingredientes, sus jugos, pero se contentan con repetir sin cuestionar los juicios supuestamente sólidos como vidrios rotos que los antiguos dueños de las bananeras divulgan en las televisiones por la mañana, por la tarde y por la noche acerca de sus antiguas y añoradas colonias. En fin, pura incultura y cinismo. Y pobreza culinaria.
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