De la histórica ciudad de Antigua proceden tres grandes escritores de generaciones distintas, y que tienen el nombre de Luis, cronológicamente Cardoza, Rivera y Aceituno. El gran Luis Aceituno nos ha dejado para sorpresa y congoja en los círculos periodísticos y literarios. De ahí que resulta oportuno citar el párrafo inicial del prólogo escrito por Luis Eduardo Rivera al libro de relatos Los años sucios de Luis Aceituno:
“¡Antigüeño tenía que ser! Y encima escritor. De entrada, ya tenemos dos agravantes que, combinándolos, pueden convertirse en un peligroso explosivo. Y si a esto le agregamos el humor inflamable, de panzaverde, socarrón, hilarante, caricaturista y auto burlesco todo está dicho. Este es el combustible que alimenta la prosa de Luis Aceituno”.
Periodismo cultural
Luis Aceituno retornó a Guatemala después de varios años de exilio en París. Con él llegaban las últimas noticias del cine europeo, la nueva novela francesa, la dimensión literaria y mucho más.
Se incorporó a las redacciones de Siglo 21, entre otras en el suplemento Magazine 21 de este desaparecido diario. Y dirigió después con gran acierto la Revista dominical del Diario de Centro América. Fue director del programa radial La noche de un día duro.
Fue una especie de súper editor en elPeriódico, clausurado por las fuerzas oscuras de la corrupción que aún asolan Guatemala. A principios de este año se metió a un equipo para resucitar la labor y rescatar el legado periodístico de José Rubén Zamora, dando vida al diario digital eP Investiga donde fungió como editor de la sección Dominical de la cual comenta el escritor y filósofo colombiano Camilo García Giraldo: “Le dio una gran categoría a la página cultural de eP Investiga, y le agradezco mucho que me abriera sus puertas.”
Fue el suplemento El Acordeón su gran aporte al periodismo cultural en el país. Esta publicación surge poco después de los Acuerdos de Paz como suplemento dominical de elPeriódico. Resucitaba así el periodismo cultural sin censura. Un enorme aporte al periodismo cultural del país donde el público lector pudo enterarse de los movimientos artísticos, musicales y fílmicos nacionales e internacionales, tratados y presentados de forma profesional y especializada. También literatura y filosofía.
El Acordeón fue desde su inicio un puente entre la cultura nacional y la dimensión internacional con firmas relevantes de Guatemala como Mario Alberto Carrera, Dante Liano, Ana María Rodas, Víctor Muñoz. Eduardo Halfon, Anabella Giracca, Cindy Barascout, Jaime Moreno, Gloria Hernández, Luis Eduardo Rivera, Méndez Vides, Ana Lucía Mendizábal, Arturo Monterroso, Rogelio Salazar de León y el mismo Luis Aceituno, entre muchos otros. Agradezco que me haya invitado a escribir en ese medio.
Asimismo, del mundo externo e hispanoamericano con firmas como Manuel Vilas, Vargas Llosa, Gioconda Belli, Sergio Ramírez, Javier Ora, Ricardo Piglia, Michel Houellebecq, Enrique Vila-Matas, Alberto Manguel y Juan Villoro.
Con el surgimiento de El Acordeón en 1997 el país se puso al día, en parte al menos, con los parámetros del periodismo cultural por el terreno perdido durante la guerra interna y su devastación cultural, moral y social. Es importante señalar que la cultura ya no se limitó a “una página” de un diario ni ser parte agregada de las secciones de sociales o la de espectáculos y carteleras, es decir la materia cultural alcanzó un espacio propio, amplio y representativo para concretar su identidad como tal. Con El Acordeón había nacido una plataforma definida para la cultura. El periodismo cultural con El Acordeón estuvo desde el principio acorde a los parámetros de otros países del continente como Argentina, México, Chile y aún de la misma España y sus regiones.
Luis Aceituno asumió en 2023 la coordinación editorial de la revista Literaria de la editorial Piedra Santa. Su aporte fue excepcional. Esta publicación con reseñas, entrevistas y contenidos literarios de calidad es ahora una publicación imprescindible para los amantes de la literatura y la cultura.
Por sus aportes al periodismo cultural, Luis Aceituno recibió el Premio Nacional de Periodismo Cultural, otorgado por la Asociación de Periodistas de Guatemala (APG).
El académico
La Academia Guatemalteca de la Lengua lo presenta como licenciado en Periodismo por la Universidad de San Carlos de Guatemala y estudios de Teatro y Cinematografía en la Universidad de París VIII, Vincennes – Saint-Denis, Francia. Con un diplomado en Escritura Creativa durante una residencia en la Escuela de la Sociedad General de Escritores de México en 1992.
Como parte de la tradición protocolaria de ingreso a la Academia Guatemalteca de la Lengua, Luis leyó una conferencia magistral donde trazó no solo un perfil formidable de José Milla y Vidaurre como gran padre de la literatura guatemalteca, un gran abuelo como lo llama Luis Cardoza y Aragón, sino también resaltó sus aportes en la construcción de identidad a través del libro de viajes Un viaje al otro mundo, pasando por otras partes, donde Milla conjugó la crónica periodística con el relato de no ficción y también la ficción.
El trabajo de Luis Aceituno reubica la significación de José Milla y Vidaurre en la historia nacional en general y en la literaria en particular. La presencia atemporal y actual de Milla se hace patente en las líneas de Luis Aceituno que considero parteaguas para profundizar en las relaciones triples entre identidad, historia y literatura. El texto de Luis parte del exilio de Milla y Vidaurre a la caída del régimen conservador de Vicente Cerna. Fue en ese exilio viajero que escribió Un viaje al otro mundo, donde surge el personaje Juan Chapín que acompaña en la travesía a Salomé Jil, alter ego de Milla. Aceituno se pregunta “¿Quién es realmente Juan Chapín?” para contestarnos en seguida: “nace Juan Chapín, nace el hombre americano, nace el guatemalteco, nace la nueva cultura, nacemos nosotros”.
Se trata de un texto esclarecedor. Por ejemplo, el siguiente párrafo:
Lo que vivimos ya nos lo anunciaba don José Milla y Vidaurre, allá por 1873, en su magnífica crónica sobre Nueva York (Un viaje al otro mundo pasando por otras partes). Fue el primero, para hacerle justicia, mucho antes que Darío, Martí o Rodó, que nos advirtió que detrás de ese progreso reluciente, de esa modernidad tecnológica e industrial, se escondía un monstruo horrible que terminaría por devorarnos.
La Academia Guatemalteca Rotaria de Artes y Letras en un comunicado lamentado su fallecimiento traza de manera sucinta y precisa su perfil: “Luis Aceituno, referente del periodismo cultural en Guatemala, dedicó su vida a exaltar la cultura y el arte con pasión y excelencia. Su compromiso con el periodismo de calidad le valió el respeto y admiración de colegas, lectores y especialistas.”
Fue miembro del Consejo Cultural de la Ciudad de Guatemala. Y catedrático notable de Literatura, Periodismo, Música e Historia del Teatro y del Cine en varias universidades, como en su alma mater la Universidad Nacional de San Carlos USAC y en la católica Rafael Landívar; asimismo en el Centro Cultural de España y en la Escuela Centroamericana de Cine Casa Comal. Dirigió talleres de creación literaria y formación cultural. Sin duda, un maestro y un intermediario que tendió puentes entre generaciones separadas por el tiempo. Y entre los escritores del exilio o en el extranjero y la comunidad literaria en el país, como señala el novelista y académico Dante Liano residente y activo en Italia.
Era un lujo tenerlo en algún panel con temas tan diversos como el bicentenario de la Independencia, memoria, diversidad y migraciones y desde luego temas literarios que cubrieran desde temas específicos como la literatura centroamericana actual hasta presentaciones de libros y recitales. Asimismo, fue jurado de los premios Casa de las Américas, de Cuba, del Premio Internacional de Poesía Ernesto Cardenal de Nicaragua y del Premio Nacional de Periodismo de Panamá.
El escritor
Luis Aceituno fue también un cronista consumado. En sus columnas lograba reunir los sentimientos con la información histórica y coyuntural. Era crítico pero ameno. La ironía, muy antigüeña, nunca la llevó al sarcasmo ni a la burla. Nos deleitábamos cada semana con sus columnas publicadas bajo el título genérico de El lado B. Las reunió en un libro notable con el mismo nombre.
Sobre su libro de relatos Los años sucios Zaida García, en una reseña, señala que son trece relatos, independientes entre sí, con singulares personajes, en escenarios diferentes, pero unidos por un mismo drama social confluyendo en las aventuras furtivas, la vida nocturna, el sexo, la conquista fácil, pero también en los peligros y en las drogas, que circula en los más impensables escenarios, incluyendo los retiros espirituales en los templos religiosos.
El recordado y polifacético Mario Roberto Morales en un texto sobre La literatura en los años 80, 90 y 2000 resalta que: “En los 90 sobresalen los cuentos de Luis Aceituno, contenidos en su libro Los años sucios (1993), una interesante continuación creativa y actualizada de las estéticas del “posboom” y los juvenilismos.”
Luis Eduardo Rivera en su prólogo a los años sucios afirma “no conozco otro narrador guatemalteco actual tan ameno, que emplee con la misma destreza el humor del caricaturista nato y la oralidad del deslenguada panzaverde. Ya lo dije al comienzo: ¡Antigüeño tenía que ser!”
El amigo
En una sociedad de canibalismo social y cultural como la guatemalteca, donde la gente habla mal de la otra gente, donde no faltan los estigmas, las envidias y el llamado ninguneo, la figura de Luis Aceituno emerge como la excepción de la regla: estimado, reconocido, admirado, imitado, aceptado. En Guatemala parece privar entre los escritores nacionales el aforismo de que un escritor guatemalteco lo puede soportar todo menos el talento y el éxito de otro escritor guatemalteco.
Pero Luis Aceituno no fue solo un escritor sino un gran ser humano. Generoso, ocurrente, ilustradísimo. Lo conocí a mediados de los ochenta en París cuando yo ya vivía en Suecia. Me lo presentó el escritor y filólogo guatemalteco José Mejía, residente por varias décadas en Francia donde ha impartido clases en diferentes instituciones.
Departimos con Luis horas en su diminuto apartamento que compartía con otro muchacho connacional, hijo de un conocido actor de teatro exiliado en Francia. Se notaba entonces la pobreza material, típica del exiliado centroamericano, que contrastaba con la riqueza intelectual y la enjundia retórica de Luis.
Alguna vez planeamos, mejor dicho, soñamos, con publicar una revista de literatura donde escribieran latinoamericanos que residían en Europa. No sabía yo entonces que muchos años después Luis sería mi editor en elPeriódico. Eran los años en que me sentía muy atraído por la vida cultural parisina y hacia frecuentes viajes de Estocolmo a la capital de Francia. En una oportunidad para hacer reportajes sobre las actividades culturales parisinas para un vespertino guatemalteco.
La química entre nosotros resultó inmediata. Nos hicimos amigos desde el primer momento. Y puedo asegurar ahora, lamentablemente con su partida, que hasta el último momento. Con nostalgia reviso los largos chateos con él y recuerdo las intensas y prolongadas llamadas por WhatsApp. Me pregunto ¿cómo es posible que se extinga, que se deje oír esa voz fulgurante y atinadísima? Era no solo instructivo conversar con Luis, sino sumamente placentero.
Mis pensamientos van ahora para su compañera, la connotada escritora Gloria Hernández, y para la familia de Luis. Y desde luego a sus hermanos adoptivos, nuestros amigos comunes, aquella formidable pandilla parisina formada por Raúl de la Horra, Luis Eduardo Rivera, el fallecido David Barahona, Camilo Ospina (+), Roberto Armijo (1937-1997), Arturo Taracena Arriola y José Mejía y su esposa Beatriz. Y en Milano, Italia, Dante Liano. Todos éramos bastante jóvenes y el futuro se percibía inacabable. Vivíamos exiliados en países europeos y tratábamos de adaptarnos, estando al mismo tiempo pendientes de los dramáticos acontecimientos en Guatemala.
A pesar de todo, en aquella época ¿a quién no encantaban los museos, la música, el vino francés, la poesía y las revistas de literatura? Todos en lo mismo de manera individual. Leer, escribir, seguir leyendo y reescribiendo. Obsesionados por la lectura (creo que lo seguimos estando). Y éramos todos amigos del gran artista plástico y escultor Juan Jacobo Rodríguez Padilla (1922-2014), el más grande, en todos los sentidos, de los exiliados.
¿Qué haremos ahora sin Luis Aceituno? Acudo a una canción consoladora de Alberto Cortez:
Cuando un amigo se va
una estrella se ha perdido
la que ilumina el lugar
donde hay un niño dormido.
(Cuando un amigo se va)
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