A medida que se acerca la fecha de la elección presidencial en los Estados Unidos (5 de noviembre) a muchos nos gana la certeza de que estamos por vivir un proceso decisivo en la vida mundial. Desde luego, la humanidad ha vivido otros acontecimientos que marcan un cambio de época. Lo que hace diferente al presente, sin embargo, es la cantidad de desafíos que se plantean para la misma supervivencia de la humanidad. Debemos entender este punto.
Para aquellos que han preservado un sentido de la historia en medio de una época tan acelerada, la sensación es de aturdimiento. La irracionalidad que distingue a este movimiento denota una época nihilista, desprovista de horizontes, empeñada en perderse en el abismo. De este modo, sin guardar esperanzas desaforadas, el triunfo de Kamala Harris puede ser el último espacio de luz que queda antes de que la ventana del horizonte se cierre de manera definitiva.
¿Cómo se puede identificar la irracionalidad del movimiento político que apoya a Donald Trump y otros tipos de su misma calaña? Parte de la respuesta la dio Immanuel Kant hace más de dos siglos. Para este pensador, la racionalidad de una máxima de la acción, en este caso un programa político, se evidencia cuando se universaliza. Y la pregunta es obvia: ¿cree el lector que el mundo sobreviviría si la política se desarrolla según las propuestas de un personaje alucinante como Trump?
Todavía hay que preguntarse el sentido de irracionalidad de este evento cuando los recursos morales de la humanidad podrán movilizarse para navegar un futuro lleno de peñascos. El cambio climático, la desigualdad abismal, la deriva tecnológica y el deprimente derramamiento de sangre causado por el autoritarismo son cuatro de los problemas que alcanzan sus particulares expresiones en nuestro país.
A pesar de su irracionalidad, el regreso de Trump es muy posible. De hecho, su mera fuerza política ya es un motivo de perplejidad. ¿Cómo puede ser una opción racional para la presidencia un narcisista que dice cualquier barbaridad sin sonrojarse? Lo peor es que nunca existe un retroceso, un intento de moderación, sino que con cada día que pasa las mentiras se vuelven más delirantes y ofensivas. Y todavía más deprimente es que haya una popularidad de esta naturaleza. Este hecho habla de una locura colectiva.
Los rasgos de demencia abundan. El enloquecido tirano del mundo digital, el billonario Elon Musk, una especie de Nerón digital que sueña con convertir Marte en otra tierra, alegremente sortea un millón de dólares diarios a votantes que firmen una petición en apoyo de su subcomité de acción política. Poco importa que él mismo haya ignorado en su momento las leyes migratorias del poderoso país.
A todo esto, hay que añadir la probabilidad de que este movimiento enloquecido no acepte la eventual victoria de Harris. Basta recordar los desórdenes del 6 de enero de 2021 en el Capitolio. Y, ante todo, no hay que olvidar el poderoso combustible que para una sociedad frustrada son el miedo y el odio, especialmente cuando se está dispuesto a creer cualquier conspiración que les engañe acerca de la raíz de sus males.
Ya no soy tan ingenuo como para pensar que Kamala Harris hará los cambios que el mundo necesita. Sin embargo, es hasta inmoral igualar a los dos candidatos, aun cuando se sospeche ahora de todo. Hasta los realistas deberían plantearse las necesarias diferenciaciones. En este sentido, no deja de ser cierto que la victoria de Harris y un consecuente buen ejercicio de gobierno significaría un retroceso para el autoritarismo de la actualidad.
Recuperar la idea del bien común, el valor de la verdad y la solidaridad podría ser un logro que quizás signifique un tiempo adecuado para pensar en los problemas que se perfilan cada vez más amenazadores en el futuro inmediato de la humanidad. Desde luego, no se trata de tener ilusiones desaforadas: solo se trata de despertar de la pesadilla autoritaria que agita al mundo actual.
No es difícil imaginar que el triunfo de Trump incremente el descaro de las hordas corruptas en Guatemala. Quizás entonces se tenga que lamentar que el actual gobierno no haya actuado con la presteza debida. Y quizás, para muchos, solo quede llorar sobre la leche derramada. Si ese fuese el caso no es difícil prever una campaña que nos haga caer en un abismo que ya ni siquiera es imaginable. Hasta el inefable Curruchiche se pavonea, en una fotografía digna de ser enmarcada, con la gorra y la playera del movimiento MAGA, Make America great again. Ya sabemos qué “pensamientos” pululan en los seres inframorales de los que este individuo es paradigma y expresión.
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