Uqbar es una región ubicada indecisamente en el oriente, cuyos confines y fronteras están delimitados por montañas y ríos que no remiten a ninguna parte.
Más de alguien ya se habrá dado por enterado de que las referencias anteriores aluden a un cuento de Jorge Luis Borges que lleva por nombre “Tlön Uqbar Orbis Tertius” que, según declaraciones del propio autor, se originó por las revelaciones debidas a la conjunción de un espejo y una enciclopedia.
En realidad, es una cita de Adolfo Bioy Casares, amigo del narrador, la que ha desencadenado la curiosidad sobre Uqbar y, en consecuencia, la correspondiente búsqueda, la cual va dejando algunos datos hallados y desperdigados por un espacio de tiempo de poco más de trescientos años.
Se sabe que, durante el oscuro periodo barroco, una sociedad secreta se ha dado a la tarea de inventar un país; después de un largo periodo de silencio y algunos emprendimientos estériles, la sociedad secreta reaparece lejos de donde se ha originado, allí, un hombre con poder se entusiasma con el proyecto original y propone llevarlo a más: no inventar sólo un país, sino un planeta; luego de un espacio de tiempo de cerca de un siglo aparece la enciclopedia que contiene y respalda el acariciado proyecto y, además, se establece que todo ha sido escrito en la lengua de Tlön.
Entre recuerdos, pesquisas y hallazgos llevados a cabo por Borges y su amigo Bioy, poco a poco, se va aclarando lo que se puede, todo envuelto en coincidencias y conjeturas, acerca de la región que es Uqbar, el planeta que es Tlön y las diversas revisiones proyectadas del mundo imaginario que reciben el nombre de Orbis Tertius.
Los hechos de la trama que acaba de ser consignada, de forma breve, son el material narrativo ordenado por Borges, echando mano de sus procedimiento acostumbrados: afirmaciones imposibles de confirmar, invención de atributos y atribuciones, mezcolanza de textos falsos y verídicos y la inclusión de alguien que, sin ser un personaje, no puede faltar en la trama: su amigo Adolfo Bioy Casares; así, el relato sucede dentro del marco de lo que hubiera podido suceder y lo que es imposible del todo, como quien quiere romper, de una vez por todas, con la verosimilitud, entendida con la ingenuidad de la historia y los historiadores y, hasta de la ciencia y los científicos.
Pero, lo importante no es que Borges cuando escribe esté jugando, sino que, lo más importante es que cuando Borges escribe está jugando en serio, lo cual, quizá se pueda aclarar a partir de las preguntas siguientes: ¿qué significa que una sociedad secreta, tomándose todo el tiempo que sea necesario, invente un mundo imaginario…? ¿qué sustenta a tal proyecto…? La respuesta, más allá de muchas elucubraciones y en pocas palabras es: el gran poder del lenguaje para producir la realidad; para nada, es casual que todo se origine a partir de la conjunción de un espejo y una enciclopedia, dos de los artefactos que más fascinan a Borges.
Aunque suene extraño, para Borges, los lenguajes imaginarios son los verdaderos dispositivos lógicos de la realidad, lo cual, por disparatado que parezca, no es nada nuevo, porque eso mismo fueron los lenguajes imaginarios para hombres como Homero, Dante y Cervantes y, claramente, Borges sería el primero en reconocer que nada ha comenzado con él o, para decirlo, acaso como él mismo lo diría: el destino que más apreció y amó ha sido el de lector.
Los lenguajes imaginarios, del tipo del de Tlön, no buscan ordenar el caos del mundo ni transferir las experiencias de la vida a las reglas del pensamiento, sino que buscan contener, consentir y acariciar el irrenunciable desorden que azota el corazón de los hombres, desde que el mundo es mundo.
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