Mil días, según la mayoría de los medios de comunicación, han transcurrido desde que el ejército ruso comenzara la invasión a Ucrania el 24 de febrero del 2022. Esta aseveración no es exacta. La pesadilla de la invasión al territorio de ese país comenzó en 2014. Fue entonces que el presidente Putin ordenó la toma de la península de Crimea. Todo esto se dio como respuesta a los eventos de Euromaidan, considerados por Moscú como una operación hostil, patrocinada por la OTAN y la Unión Europea, que atentaba directamente contra su soberanía.
El caos y el desorden fueron características que sucedieron al colapso de la URSS. Sumado a esto, el hecho de que la otrora gran potencia mundial tuviera distribuidas varios miles de ojivas nucleares en poco más de una docena de repúblicas hacía que sus condiciones internas preocuparan a todo el orbe. La seguridad internacional dependía en buena medida de una correcta negociación, en la que se tendría que sacrificar la soberanía de algunos recién nacidos estados en el altar de la estabilidad mundial.
Los detalles de ese baile diplomático han quedado envueltos en una nebulosa, y es poco lo que se sabe al respecto. Lo que sí son claros son sus resultados. Rusia, con Yeltsin a la cabeza, sustituiría políticamente a la URSS. Mantendría, de forma solitaria, el control del arsenal nuclear soviético y, con ello, su estatus de gran potencia militar. Heredaría la silla de miembro permanente, con derecho a veto, en el Consejo de Seguridad de la ONU. Además, se le permitiría jugar el papel de “gran árbitro” en las políticas y relaciones de su antiguo imperio. Pero lo más importante es que se le prometió que la OTAN “no se movería ni una pulgada al Este”. A cambio, debería olvidarse de su rol de influencia en los países de Europa Central y disolver el Pacto de Varsovia.
Pese a las buenas intenciones, la realidad fue otra. La debilidad institucional del Kremlin y el resentimiento que generaba en muchos de sus antiguos “aliados” eran evidentes en la última década del siglo pasado. Primero fueron Polonia, Hungría y la República Checa quienes adhirieron a la OTAN. Les siguieron: los tres estados bálticos, sumándose después Bulgaria, Rumanía, Eslovaquia y Eslovenia.
Sin embargo, las condiciones rusas en 2014 ya no eran las mismas de hacía dos décadas. La personalidad de su presidente era diametralmente opuesta a la de Yeltsin. Más importante aún, el líder ruso soñaba con regresarle a su país lo que él consideraba una “dignidad perdida”. Pensaba que cada centímetro que Occidente avanzaba en el Este europeo era una afrenta a la soberanía de su nación.
De esta cuenta, cuando el parlamento ucraniano aprobó, en noviembre del 2013, el acuerdo de asociación con la Unión Europea, Rusia intervino tajantemente. El resultado en Kiev: la fuga del presidente Yanukóvich, manifestaciones y disturbios con un saldo de más de 200 muertos, la independencia de las regiones de Crimea, de Lugansk y de Donetsk. Tres estados fantoches que Rusia utilizó como pretexto para invadir el territorio ucraniano. Estos terminarían anexionándose a Moscú en 2022. Fue en marzo de 2014 que realmente comenzó la ocupación rusa en Ucrania.
Lo que Putin llamó en 2022 “operación especial” es, en realidad, la segunda fase de esta invasión. Pese a hacer malabares argumentativos, nunca pudo definir cuáles eran sus objetivos. Presumiblemente, el principal era contener la expansión de la OTAN y alejar a lo que él llama Occidente de sus fronteras. Sin embargo, lo que se creía sería un ejercicio rápido, dado el poder militar del gigante euroasiático, se convirtió en una pesadilla interminable.
El ataque ha sido contenido heroicamente por los defensores. El presidente Zelensky y su nación han demostrado valor y determinación, que, junto al apoyo y al armamento otorgado por la OTAN, han impedido la caída de su país. La hazaña ha tenido un costo elevado. El balance humano es desgarrador. Hasta el momento, pese al hermetismo de las autoridades, sus bajas superan los ochenta mil muertos y más de cuatrocientos mil heridos. Por su parte, las de los invasores alcanzan las seiscientas mil, de los cuales casi doscientos mil han perdido la vida.
Esta agresión es, desde todo punto de vista, violatoria del derecho internacional. Las causas que pretenden justificarla se basan en un afán imperialista y violan la soberanía del pueblo ucraniano. Aunque realmente se podría decir lo mismo de muchas de las guerras que se han padecido a lo largo de la historia, que obedecen a sentimientos pasionales, a la irracionalidad de quienes las desatan y, principalmente, a hacer valer la fuerza de un estado frente a otro más débil. De esto, Occidente también tiene muchos tristes ejemplos.
Independientemente de si es justa o no la causa de esta guerra, la realidad demuestra que Rusia tiene pocas probabilidades de ser derrotada. Su poder militar, pero sobre todo el número de hombres que está dispuesta a perder, hace que su derrota sea casi imposible. Sin embargo, la victoria política tampoco es clara. Es por eso que el conflicto tendrá que encontrar una salida negociada.
Putin ha buscado volver a darle a su país el rol y la importancia que tuvo la otrora URSS. La realidad ha demostrado que, por el momento, no lo ha logrado. Al contrario, Rusia, buscando disuadir, ha empujado a más naciones a unirse a la OTAN, quedando, con las recientes adhesiones de Suecia y Finlandia, prácticamente rodeada en el mar Báltico. Además, la invasión ucraniana de Kursk, en agosto, demuestra que sus fronteras no son herméticas, llevando por primera vez en 80 años la guerra dentro de su territorio.
Es evidente que ambas partes saben que la hora de la negociación es inminente. Seguramente, las cancillerías ya preparan sus equipos para ello. Mientras ese momento llega, la masacre sigue su curso. La interminable pesadilla, que millones de ucranianos padecen, no parece tener fin. Ambos ejércitos intensifican sus ataques para, a su criterio, llegar mejor posicionados a la mesa de negociaciones. En el caso ruso, ser una potencia nuclear, le agrega la sombra de la hecatombe. El mundo espera ansioso el papel que jugará el recién electo presidente Trump a partir de enero.
Guatemala de la Asunción, 24 de noviembre del 2024
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