Son los actos acrobáticos más audaces los que logran cautivar a los espectadores. De esta cuenta, aquellos en los que la vida misma está en riesgo generan una especial atracción. En la Roma Clásica existieron personas que se especializaban en caminar y hace acrobacias sobre una cuerda. Se les conocía como funámbulos. Sin embargo, han sido muchos los que en busca de la gloria han caído.
A lo largo de la historia la búsqueda de la paz total sigue siendo una quimera. Logrando a lo sumo breves períodos de entre guerras. Los grandes diplomáticos han tenido que aprender a actuar como acróbatas que caminan sobre una cuerda floja. Esto, con miras a mantener las tensiones del equilibrio mundial. Por eso solo los más hábiles y audaces han pasado a la posteridad.
Las potencias han vivido en una competencia constante por el control de los recursos. Cuando las tensiones por esta hegemonía llegan a niveles insostenibles se crean inestabilidades que llevan al enfrentamiento directo. De allí la importancia capital que conlleva regresar por la vía diplomática al balance. Por eso es común que los triunfadores deban hacer concesiones. De lo contrario se generan humillaciones y resentimientos que tarde o temprano les obligan a volver a las armas.
Un tratado de paz siempre es el hijo de la guerra. Hay negociaciones que logran equilibrar las fuerzas en tensión y otras que consiguen lo contrario. En el siglo XX hay dos claros ejemplos: uno negativo en 1919 y otro positivo en 1945. El Tratado de Versalles que puso punto final a la Primera Guerra Mundial plasmó la intransigencia de los vencedores y oprimió a los vencidos. En buena medida la Segunda Guerra Mundial se incubó en esas negociaciones.
En 1945 se intentó no cometer los mismos errores. Los aliados para ello trataron de no humillar a los vencidos. Se fundó un nuevo orden de equilibrio multilateral, creando las Naciones Unidas y el Consejo de Seguridad. En este último los ganadores se reservaron el derecho a veto, estableciendo así una “oligarquía internacional”. Sin embargo en 1991, con la caída de la URSS ese equilibrio se rompió.
En ese desbalance, Occidente con los Estados Unidos a la cabeza, se encontró sin un contrapeso que pusiera un freno a sus pretensiones globales. La fuerza militar de la OTAN se impuso a la diplomacia multilateral. Esta nueva dinámica inició en 1999, con la operación de la OTAN en Yugoslavia sin el aval de la ONU. Lamentablemente, ese solo fue el primero de varios tristes ejemplos.
El fracaso de este modelo es evidente. Hoy el mundo sufre guerras como no se habían visto desde 1945. Este desequilibrio en las relaciones internacionales ha dejado a los mecanismos jurídicos multilaterales inválidos para resolver los conflictos. Ucrania, Gaza, Alto Karabaj, Yemen son algunas de las dolorosas muestras.
EL 20 de enero asumirá nuevamente la presidencia de los Estados Unidos D. Trump. Durante su campaña indicó que él podría detener la guerra en Ucrania en 24 horas. Este ofrecimiento parece irreal. Sin embargo, abre la esperanza para que esa invasión tenga un final después de casi tres años. Muchos esperanzados le atribuyen, al presidente de la nación más poderosa del planeta la responsabilidad de ser quien finalmente logre estabilizar las fuerzas y regresar el equilibrio. Algunos menos, lo ven como un Augusto capaz de implantar una “Pax Americana”.
El nuevo inquilino de la Casa Blanca tiene varios expedientes que le esperan sobre su escritorio. En Medio Oriente tendrá que resolver la situación en la franja de Gaza y manejar el tema iraní. Con América Latina las relaciones con sus vecinos y socios marcaran la pauta. Sin dejar por un lado la situación venezolana ni sus polémicas intenciones en materia migratoria.
Sus esfuerzos por detener la invasión rusa tendrán que ser titánicos ya que frente a él se encuentra el mismísimo Putin. Ucrania parece que será la gran sacrificada, luego que Occidente le ha aportado infructuosamente más de ciento cincuenta millardos de Euros el escenario es desolador para Zelensky. El resultado de esa invasión es una verdadera carnicería. Las bajas se estiman en casi trescientos mil muertos y más de ochocientos mil heridos en ambos bandos. La salida negociada se impone, pero se ignora cuál será el papel de Europa ni que sacrificios deriven de esas discusiones.
Sin lugar a dudas China es la mayor preocupación de Trump. Las relaciones con el gigante asiático, principal competidor por la hegemonía que tienen los EE. UU., han sido tensas en el pasado. De momento no se vislumbra que la confrontación deje de ser económica, tecnológica y diplomática pero, cualquier error de apreciación puede provocar un cambio en la tónica.
Sumado a esto, Trump tiene otro valladar que dificulta su camino. Bajo su liderazgo su partido obtuvo un rotundo éxito en noviembre pasado, ya que logró ganar la elección presidencial en los colegios electorales, en el voto popular y consiguió la mayoría de ambas cámaras legislativas. Esta posición envidiable le coloca ante el desafío de poder cumplir con las altas expectativas de sus votantes, tarea que siempre es difícil.
Equilibrar las relaciones de fuerza de las principales potencias es urgente para estabilizar las relaciones internacionales. Paradójicamente el vehemente Trump tendrá esa misión generalmente destinada a personas de carácter más mesurado. De tener éxito, pasará a la historia como un grande que contribuyó a la construcción de la paz. Seguramente esa recompensa le es atractiva. Para ello tendrá que caminar como un acróbata en la cuerda floja. El riesgo es que cualquier paso en falso puede ser desastroso.
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