El historiador judío y profesor de la universidad de Tel Aviv Shlomo Sand, en su libro La invención del pueblo judío publicado en 2009, sostiene que los verdaderos judíos son los palestinos, que estos son los auténticos descendientes de los antiguos judíos que habitaban esas tierras. Tesis que se confirma por investigaciones genéticas recientes de este pueblo.
En efecto, un estudio de haplotipos de alta resolución demostró que una parte sustancial de los cromosomas Y, tanto de los judíos de Israel (70%) como de los palestinos musulmanes (82%), pertenecía al mismo grupo de cromosomas, estableciendo así que judíos y palestinos comparten una ascendencia genética común. Esta tesis fue, además, compartida por otros historiadores independientes e inclusive en sus años juveniles por líderes sionistas fundadores del Estado judío como Ben Gurion, su primer ministro, y Yitzak Ben Zvi, su segundo presidente. Y esto es así porque, en contravía de lo que comúnmente se ha creído, la mayoría de los judíos permanecieron en su tierra después de que las tropas romanas sofocaron con violencia la sublevación que llevaron a cabo en el año 70 d. C., y destruyeron el templo de Jerusalén.
La diáspora solo la inició una pequeña minoría hacia otras provincias, especialmente europeas, controladas por el imperio romano, entre otras razones porque los romanos no los obligaron a dejar sus tierras, como no lo hicieron con ninguno de los pueblos que sometían a su dominio político. De tal manera que una parte de los judíos continuaron viviendo en esas tierras sin interrupción.
Solo siglos después, con el surgimiento del islam y la hegemonía que adquirió rápidamente entre los diferentes pueblos de la región, estos antiguos judíos, por lo menos una gran parte de ellos, se convirtieron a esta nueva religión, abandonaron sus anteriores creencias religiosas judías. Y como los romanos le habían dado el nombre de Palestina a esta tierra de Judea, estos judíos convertidos al islam se comenzaron a llamar palestinos.
Al contrario de lo que ocurrió con estos antiguos judíos que siguieron viviendo en su tierra de Judea-Palestina, otros pueblos de diferentes latitudes se judaizaron, adquirieron las creencias religiosas judías. Así ocurrió con muchos bereberes del norte de África. Bereberes judaizados que se unieron después a sus hermanos bereberes musulmanes para emprender la conquista militar de la península Ibérica en el siglo VII d. C., a pesar de que, a comienzos del ingreso de los árabes musulmanes en esa región, la famosa reina bereber judía Dahia Kahina se opuso a ellos y los combatió enérgicamente con las armas. Solo después de su derrota y su muerte, una gran parte de los bereberes terminaron integrándose a la religión de los ejércitos triunfadores árabes-musulmanes.
También con el pueblo Jázaro originario del Asia central ocurrió algo similar. Fueron expulsados en de sus tierras en los siglos XII y XIII por los mongoles y obligados a emigrar a las tierras de Polonia, Ucrania y Rusia. Allí entraron en contacto con las pequeñas comunidades judías existentes, se judaizaron y adquirieron sus hábitos culturales. De ahí que muchos de los judíos que han emigrado en los últimos decenios a Palestina provenientes de estos países son en realidad descendientes de este pueblo asiático; es decir, étnicamente no son semitas.
Por esa razón, cada vez que en la actualidad los gobernantes y autoridades del Estado de Israel se apoderan a la fuerza de pedazos de la tierra de los palestinos o asesinan a civiles palestinos indefensos e inermes, como el genocidio que están cometiendo actualmente en Gaza, lo que en realidad han hecho es despojar de sus tierras y matar a descendientes de los antiguos judíos que estos gobernantes dicen ser y representar y en cuyo nombre han construido su Estado a partir de 1948. Esta es sin lugar a dudas una de las mayores ironías trágicas de la historia moderna.
Solo entonces, cuando los gobernantes, dirigentes políticos, y una parte del pueblo judío que habita en su Estado y en el resto del mundo, se quiten de encima el oscuro y perverso velo ideológico sionista que los recubre, podrán ver y reconocer este hecho real fundamental de sus vidas, podrán ver a los palestinos como lo que realmente son: como una parte de sí mismos, a pesar de sus creencias religiosas musulmanas diferentes, en tanto son descendientes de los antiguos judíos que se quedaron a vivir en esas tierras a lo largo de la historia hasta nuestros días. Y al reconocer la realidad de este hecho podrán, por lo tanto, también reconocer sin ninguna dificultad el derecho de los palestinos, reconocido desde hace tiempo por la organización de las Naciones Unidas, de seguir poseyendo y disponiendo de una porción de ese territorio -de toda Cisjordania, de Gaza y de una parte de la ciudad de Jerusalén-, y sobre él construir su propio Estado soberano.
Cuando llegue ese día todos los judíos, los descendientes de los judíos que se quedaron, los palestinos, los descendientes de los que iniciaron la diáspora hace casi 2000 años que han regresado a esa tierra en los últimos cien años y los descendientes de otros pueblos que se judaizaron en el pasado y que han emigrado a ella, podrán vivir juntos en paz en esa tierra que hace más de 3 500 años, según el relato bíblico, Dios le prometió a Abraham para él y todos sus descendientes.
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