Presencia y ausencia de los lacandones

Nunca fueron completamente cristianizados ni conocían el valor del dinero. Eran libres en la selva petenera donde se refugiaron, la selva que hoy se desforesta para explotar maderas preciosas.

Jaime Barrios Carrillo     abril 28, 2024

Última actualización: abril 27, 2024 7:03 pm

En la entonces llamada Feria Nacional de Guatemala de 1938, que se celebraba en noviembre y comenzaba el día que cumplía años el dictador General Jorge Ubico Castañeda, se mostró como una sensación, más bien como rareza, a cinco lacandones. Habían sido traídos en un avión contra su voluntad desde un recóndito lugar de las selvas del Petén para mostrarlos en el evento. Poquísimas personas habían entonces visto antes un lacandón y se ignoraba mayoritariamente su existencia. De pronto con plumas y flechas y largas cabelleras, luciendo sus simples atuendos blancos, se presentaban ante un público absorto, urbano y de extracción ladina.

Desde el final del siglo diecisiete los lacandones fueron fruto de una mezcla de culturas provenientes de la región de Yucatán y del área guatemalteca de Petén. Los lacandones habían permanecido en sus refugios selváticos por siglos, jamás siendo conquistados ¿Cómo habían logrado evadir a “la civilización” que apenas había tenido esporádicos contactos con ellos?

En 1786 habían sido vistos y entrevistados grupos lacandones por misioneros españoles. Luego vuelven a perderse y de vez en cuando aparecen a medida que el Petén y las selvas yucatecas se van poblando. La demanda del chicle en los Estados Unidos llevó a la profusión de chicleros y colonos en la zona en busca de ese “oro blanco” y líquido, que se convertía luego en la goma de mascar de los norteamericanos. Fernando Mollinedo brinda la siguiente información: “Hasta el Tratado con México de 1882, Chiapas, formó parte del territorio guatemalteco. Pero la toponimia revela que el hábitat de los referidos indígenas abarcaba igualmente regiones del municipio de La Libertad, en el Petén, fueron rebeldes que no se sometieron a las autoridades de Guatemala, permanecieron aislados, independientes y altaneros, considerándose inmunes dentro de las defensas naturales que les ofrecían las abruptas montañas y encrucijadas de los ríos Lacantún, Chixoy y Usumacinta”.

Severo Martínez Peláez señala la posibilidad de que muchos individuos huidos de las encomiendas o “Pueblos de Indios” se habían internado en la selva petenera y en su huida se integraron a grupos lacandones. Afirma el historiador sobre aquellos grupos de prófugos de la Colonia en su emblemática obra La patria del criollo: “…preferían las miserias de la vida primitiva en la selva, y no la pobreza, la explotación y los azotes del régimen de pueblos”.

La “fugitiva e invisible existencia” de los lacandones, como se expresa Robert Johnston, nos da pie a una reflexión irresistible: la existencia de todo un mundo perdido antes de la llegada de los europeos y que emerge a través de manifestaciones de la memoria colectiva y en el plano material con el descubrimiento de las ruinas de ciudades soterradas. Y vuelve la cuestión de la supuesta desaparición de esas culturas llamadas mayas y su posible continuidad en el tiempo. Es decir, las conexiones entre los mayas de hoy y los del más remoto pasado de nuestra historia.

Grabado de Pierre Fritel

Los pocos Códices sobrevivientes a la destrucción de la Conquista todavía nos hablan. Junto a la presencia de jeroglíficos y sistemas grafológicos, como una antigua documentación cronológica tallada en la piedra. El katún grabado en la estela es un testimonio de lejanas raíces. Es la voz o los ecos de un mundo dado por perdido y en ocasiones considerado inexistente y negado.

La idea del académico suizo Martin Lienhard sobre la intromisión de la sociedad grafo céntrica europea en el mundo indígena merece discutirse. Lienhard nos presenta la Conquista, que hoy muchos llamamos Invasión, como un proceso complejo donde el escribano juega un papel decisivo. Además de registrarse los acontecimientos militares y políticos, trasladaba y preservaba por medio de la escritura el control de la corona española sobre las empresas conquistadoras. Comienza lo que Lienhard denomina, repitiendo a Barthes, “el grado cero de la escritura” en aquel mundo recién invadido y dominado con las armas.

Las estructuras teocráticas mayas contemplaban tener personas encargadas de los libros sagrados, los Popol Vuh pintados, o los Códices con jeroglíficos y toda la grafología precolombina, detentaban o más bien representaban el poder. Y la grafología no solo se creó y resguardó por elementos de las élites mayas, sino se insertó monumentalmente acorde al concepto de arquitectura integral donde el arte, la astronomía y otras manifestaciones de la vida espiritual y religiosa de aquellos pueblos se integraban en complejos urbanos. El templo maya está en la cúspide de una pirámide que posee una escalinata grafológica.

La fijación maya a la grafología, anterior al contacto con la civilización europea renacentista, tenía un sentido sagrado entre ellos. Pero con el azote ardiente de la hoguera evangelizadora desapareció mucha escritura y cultura maya, volviéndose invisible y fugitiva del tiempo. Para ir apareciendo en épocas posteriores. Unas veces en forma de monumentos, como las grandiosas ruinas del Tikal que descubrió el coronel Modesto Méndez en el siglo XIX. Otras veces de manera grotesca, con ribetes de miseria humana, como en la Feria Nacional de Guatemala de 1938.

Con la invasión española se fue cimentando un nuevo discurso. Un doble discurso: el vencedor hablando al vencido y el vencido hablando al vencedor. Interculturalidad de partida y creación de nuevas síntesis, que en muchos casos no superaron y no han superado las formas híbridas y superpuestas. Debajo de la escalinata de Santo Tomás Chichicastenango está la pirámide y encima del humo de los copales el Corazón del Cielo que también es el de Jesús. Oraciones, leyendas contra crónicas y probanzas. Literatura de la Conquista. Toda conquista es cruel.

Un hecho trascendental de los lacandones fue que desparecieron de Guatemala. Nunca se sometieron a la autoridad española ni republicana. Actualmente su población se calcula entre 500 a 700 individuos en el Estado de Chiapas, México.

Si en 1938 habían sido traídos cinco de ellos para exhibirlos como animales en una feria de Ubico; tres décadas después la etnia lacandona ya no existía en el país. En las profundidades de la selva del Petén de Guatemala, los lacandones encontraron un refugio lejos de la incursión de la “civilización”. Sin embargo, con el paso del tiempo, su presencia se fue desvaneciendo gradualmente, hasta que prácticamente desaparecieron de la región petenera.

Al observar el destino de los lacandones, podemos reflexionar sobre la necesidad de encontrar un equilibrio sostenible entre el desarrollo humano y la conservación de la diversidad cultural y biológica. Nunca fueron completamente cristianizados ni conocían el valor del dinero. Eran libres en la selva petenera donde se refugiaron, la selva que hoy se desforesta para explotar maderas preciosas y se destruye a grandes pasos debido a devastadores incendios, para substituirla con narco ganado y plantaciones de palma africana ¡Arde la selva petenera!

El último lacandón en Guatemala pudo haber sido un anciano llamado San José García que en estado muy delicado de salud fue internado en el hospital de San Benito, donde falleció en 1964. Acaso los lacandones lo intuían cuando cantaban desde su clandestinidad en la selva:

Escucho tu voz venir de muy lejos./ Casi estoy dormido: / Busco un árbol caído,/ Voy a dormir en el árbol caído./ Mírame haciendo un don, ¡Oh, Padre!/ ¡Que no sea yo hundido en el fuego de la fiebre!

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