El cuadro Angelus Novus del pintor suizo Paul Klee está inspirado en el libro religioso judío del Talmud, que lo presenta como una criatura celestial creada para que cante alabanzas a Dios. Pero Klee lo muestra como un ser que se eleva al cielo para acercarse a Dios mirando aterrado hacia abajo los escombros y las ruinas que los hombres han provocado con sus actos a lo largo de la historia en la tierra. El gran pensador alemán de origen judío Walter Benjamin quedó conmovido con este cuadro de Klee, cuando lo vio en Munich en 1920, en una exposición que el artista organizó, y lo compró. Le puso el nombre de este lienzo a la revista de crítica artística y literaria que fundó poco después y lo llevó consigo hasta 1940, cuando se lo entregó a su amigo George Bataille, autor de libros imprescindibles sobre el erotismo, antes de salir de París huyendo de los nazis rumbo a la frontera con España, país que esperaba atravesar rápidamente para llegar a Portugal y de ahí embarcarse hacia los Estados Unidos, donde lo esperaba su amigo el filósofo y fundador de la Escuela de Frankfurt Teodoro Adorno. Sin embargo, como las autoridades españolas le negaron el ingreso al país, decidió en un acto supremo de desesperación quitarse la vida, en la pequeña población fronteriza de Port-Bou, consumiendo pastillas de morfina que llevaba consigo, como lo escribió en una nota que le dejó a su compañera de viaje, la fotógrafa Henny Gurland: “En una situación sin salida no tengo más opción que ponerle fin”.
Benjamin se enamoró de este lienzo no tanto porque se identificara con el contenido místico-religioso que encierra, y que Klee pretende poner de presente, sino porque encontró en él la mejor y más elocuente ilustración sensible, la más valiosa imagen artística, de su concepción general de la historia que en esos años ya había comenzado a forjar en su mente, y que expuso tiempo después, poco antes de morir, en sus Tesis sobre filosofía de la historia. Concepción que consiste en que los hombres al hacer la historia la hacen dejando atrás, desconociendo u olvidando, las innumerables ruinas materiales y daños humanos que realizaron sus antepasados, las incontables víctimas que provocaron las acciones injustas de unos hombres sobre otros, las interminables guerras en que se destruyeron entre sí, etc… Es decir, que los hombres al hacer la historia no miran hacia atrás para rescatar a las víctimas de esas acciones injustas, sino solo miran hacia el futuro con la ilusión o la convicción de encontrar en él la posibilidad de una vida mejor, libre de las injusticias, carencias y sufrimientos que viven en el presente. Postura que es más fuerte en los hombres modernos debido a que los extraordinarios avances científicos y técnicos que se han logrado los han atrapado en la idea del progreso, en la idea de que el futuro es la dimensión central del tiempo en el que todas sus aspiraciones más humanas se realizaran. Dice Benjamin en sus Tesis: “Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él se muestra a un ángel que parece a punto de alejarse de algo que le tiene paralizado. Sus ojos miran fijamente, tiene la boca abierta y las alas extendidas; así es como uno se imagina al Ángel de la Historia. Su rostro está vuelto hacia el pasado. Donde nosotros percibimos una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única que amontona ruina sobre ruina y la arroja a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado, pero desde el Paraíso sopla un huracán que se enreda en sus alas, y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja irreteniblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras los escombros se elevan ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso”.
Paul Klee, Angelus Novus
Por esa razón se torna éticamente primordial y necesario para los hombres modernos mirar hacia atrás, hacia el pasado, con la ayuda de los historiadores, en los que se encuentra la innumerable cantidad de actos violentos y destructivos que sus antepasados han realizado, para que al verlos aprendan a no repetir esos actos, para que al ver la realidad de la enorme destrucción que han ocasionado comprendan la necesidad imperativa de no realizarlos de nuevo, de apartarse de esta nefasta herencia legada por sus antepasados. Mirar y recordar los actos violentos y destructivos que unos hombres llevaron a cabo contra otros, o las guerras en las que se aniquilaron mutuamente, es un acto esencial porque no solo les permite constatar y registrar históricamente estos hechos, sino también y sobre todo les ayuda a fortalecer en su consciencia el mandato moral de no repetir esos actos destructivos que dejaron incontables víctimas inocentes.
En la medida, entonces, en que los hombres actuales comprendan en virtud de esta mirada o recuerdo del pasado, el imperativo moral de no repetir los actos violentos y destructivos injustos que sus antepasados realizaron, quedarán en mejores y más valiosas condiciones subjetivas, es decir, éticamente mejor preparados, para construir proyectos de futuro socio-político-económicos que sean también mejores o más justos que los que les precedieron en la historia. Solo si se imponen el deber de renunciar a realizar los actos de violencia injustos que muchos de sus antepasados llevaron a cabo de manera injusta, podrán darse la posibilidad plenamente válida y legítima de actuar o luchar por forjar en el futuro un nuevo orden de vida social y político en el que sus miembros se abstengan de practicar la violencia o de usar los medios de poder usarla contra sus semejantes de manera injusta. De ahí que el verdadero progreso histórico radica en la modernidad en que los hombres decidan de manera firme y consciente, como su mayor aprendizaje, no repetir los actos violentos, en especial los injustos, que sus antepasados realizaron de modo frecuente y constante al hacer la historia. Es ahí donde el futuro se abre como una dimensión del tiempo válida a la que podemos orientar nuestros proyectos y nuestras acciones.
Michel de Montaigne dijo en sus Ensayos: “Nunca estamos en nosotros mismos; estamos siempre más allá. El miedo, el deseo y la esperanza siempre nos lanzan hacia el porvenir y nos apartan del sentimiento y la consideración de lo que es”. Pero podemos interpelar a Montaigne, siguiendo la concepción de la historia que propone Benjamin, diciendo que no estamos en nosotros mismos como seres humanos auténticos cuando le damos la espalda al pasado de la historia, cuando no recordamos, después de aprender de su existencia, a quienes fueron víctimas de actos injustos cometidos por otros. Llegar a estar o estar con nosotros mismos, como una de las aspiraciones o deseos más significativos y profundos que tenemos, solo lo podemos alcanzar y vivir si estamos con nuestro recuerdo con todos aquellos seres humanos que en el pasado sufrieron injusticias de diversa índole. Y si, además, inscribimos ese recuerdo en nuestros planes y proyectos de futuro. Pues estas víctimas son las que mejor representan a la humanidad, las que guardan consigo mismas, y para siempre, el valor y dignidad de lo humano.
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