Panchorizo y su misión de inspirar

El artista multidisciplinario, que este año celebra 25 años en los escenarios, llevará al teatro la Cúpula la historia de Garrik, el personaje del poema Reír llorando, de Juan de Dios Peza.

Ana Lucía Mendizábal

febrero 23, 2025 - Actualizado febrero 23, 2025

Panchorizo como Garrik. Foto: Allan Denis

Hace unos 15 años, Francisco Toralla, conocido en el mundo artístico como Panchorizo, se encontró con el poema Reír llorando, de Juan de Dios Peza (México, 1852-1910). Quedó impactado con el personaje de Garrik, un sensacional payaso que hacía feliz a todo el que lo viera sobre el escenario, pero que estaba sumido en una gran tristeza.

“Me resonó, porque uno en la carrera de payaso despierta en la gente esa idea romántica. Ven la nariz, la lágrima y esa tristeza… Creo que este es el poema que mejor ha sabido hablar de ese tema”, afirma. Él, que se ha dedicado desde hace 25 años al teatro clown y las artes circenses, sintió una conexión. “Al conocer el poema, pensé, como dicen los patojos: ‘soy yo’. Me identifico muchísimo”, agrega el artista.

Desde entonces, Panchorizo, quien ha llevado al escenario sus propias versiones de historias protagonizados por personajes emblemáticos como Salvador Dalí, El Quijote de la Mancha y Shakespeare, tuvo la idea de representar a Garrik. Y así, lo hará los domingos de marzo, a las 4 de la tarde, en el teatro La Cúpula.

Si bien, en el poema de Peza, Garrik vive un verdadero drama, la propuesta narrativa y estética de Panchorizo se adapta al público familiar, especialmente a los niños. Para lograrlo, según cuenta el artista, ofrece un espectáculo de teatro clown, participativo y al final se ofrece una salida positiva al personaje.  

“Técnicamente es un payaso en depresión, que no encuentra la manera de subirse el ánimo. Llega con el doctor y le dice: “Sufro un mal tan espantoso, como esta palidez del rostro mío”. El médico cuestiona al personaje acerca de sus actividades, su entorno y su vida. Cada pregunta da pie a una historia escenificada. Así, Panchorizo, que juega tanto el papel del doctor como el del paciente, despliega la magia circense en la que bailes, malabares y juegos contribuyen a relatar episodios que son coprotagonizados por la misma audiencia.

A través de vestuarios, gesticulaciones y actuación, Panchorizo se transforma en el payaso triste. Fotos: Allan Denis

Los retos y la originalidad

“Cada uno o dos años monto un espectáculo y siempre es como un cubo de Rubik que debo armar”, admite el creativo, que lleva ya ha producido 15 de este tipo de montajes, dirigidos, especialmente a los niños, entre ellos, Los Sueños de Dalí, Chopan, y El Bigote de El Quijote. Uno de sus principales desafíos es que, desde hace más de 10 años, estas puestas en escena son unipersonales, es decir, que el único actor en escena es él. Sin embargo, en las historias debe haber siempre un antagonista. En esta ocasión, indica, ese adversario es la tristeza.

“La idea es transportar al público a escenarios diferentes. Con mi experiencia he aprendido a hacerlo sin tener una pantalla Led allá atrás como escenografía como se hace ahora. Lo mío es bien artesanal. Con una música y un cambio de luces podemos transportar al público”, refiere.

El artista señala que, para él, lo importante es motivar a los niños a hacer deporte, practicar alguna rama del arte o simplemente apasionarse con algo. “Trato de contarle a los chicos lo que jugábamos antes.  Desde bailar trompo, tocar trompeta, jugar con los platos chinos o el hula hop… Al final de esos 60 o 70 minutos, los peques ya no se aguantan en la silla y lo que quieren es ir a jugar”, subraya. Comenta que no pretende declararle la guerra a la tecnología, sino hacer un llamado a descubrir “que hay un mundo super emocionante y super lindo al jugar con otros niños y en el arte”.

El despertar de la pasión

Panchorizo, quien se identifica como un artista autodidacta, afirma que siempre supo que quería estar en el escenario.  “Desde la preprimaria uno sabe si le gusta estar entre los escritorios recibiendo la clase o allá, dando la clase, haciendo el show”, explica.  Expresa que, en el caso del género del teatro infantil, “hay mucho de profe y como decía Einstein, ‘el ejemplo es la única y la mejor herramienta para educar’”, enfatiza.

Está consciente de la suerte que tuvo de tener como padres a dos profesores universitarios y que su madre propició el aprecio por las artes. “Mi mamá hizo lo posible por sensibilizarnos: ponernos música clásica, llevarnos al teatro clases, que tomáramos de guitarra, cursos de pintura…”.

Los malabares, la música y los juegos son fundamentales en la comunicación que Panchorizo logra con las nuevas generaciones. Foto: Allan Denis

Toda esa formación alternativa, comenzó a florecer cuando Pancho tenía 19 años. A esa edad, emprendió un viaje como mochilero a Sudamérica. “En Colombia vi el primer monociclo y fue amor a primera vista. Me dije ‘esto es lo que quiero hacer: entretener’”. A partir de entonces, se intensificó su búsqueda.  “Probé danza, teatro de muñecos, títeres, pero fue con los aparatos de circo que yo me apasioné”, recalca.

En Ecuador pasó una temporada, escupiendo fuego y haciendo malabares a cambio de monedas en los semáforos. Al volver al país, tres años después, tenía ya una clara idea de que eran las artes circenses las que le atraían. Así que comenzó a ofrecer su espectáculo, primero en discotecas y plazas. Posteriormente, se enfocó más en el público infantil. Más adelante, viajó a Europa y transitó por Alemania, Italia y España. Fue precisamente en este último país, específicamente en Barcelona, en donde adoptó su, ahora característico bigote. Cuenta que estaba trabajando en Las Ramblas, cuando en un momento de desesperación, porque no encontraba cómo maquillarse, decidió bromear pintándose el bigote y sus compañeros rieron, pero también le dijeron: “Te pareces a Dalí”.  Y como Salvador Dalí es un ícono de esa ciudad, decidió incorporar el famoso mostacho a su imagen.

En Guatemala, además de presentar los montajes teatrales dirigidos a los niños, también ha participado en distintos eventos privados y fiestas infantiles. Uno de sus escenarios ya habituales ha sido la Feria Internacional del Libro (Filgua), en donde forma parte del elenco que ofrece entretenimiento a los más pequeños.  

Un paréntesis con Arjona

En 2017, Pancho fue convocado para que formara parte de la gira Circo Soledad, de Ricardo Arjona. “Eso fue una sorpresota y sigo sin saber cómo llegué yo a esos escenarios”, confiesa. “Pero mi suerte fue que la inspiración del disco de Arjona estaba alrededor del circo y de su abuelo español que trabajó en uno”, agrega. Al parecer, una de las hermanas de Arjona fue quien le dio la referencia de Panchorizo y lo llamaron de la producción.

“A Ricardo le gustó la idea que hiciera el hombre orquesta, el monociclo, los malabares y el zapateado. Todo eso lo fue administrando en las dos horas de espectáculo. Yo aparecía ahí y fue una maravilla. Él es muy generoso en escenario”. Uno de los momentos que recuerda especialmente, es cuando era bañado por una luz cenital y hacía 40 segundos de zapateado. Acerca de la exigencia de estas apariciones indica que salía y entraba como 10 veces en cada show.   

La experiencia fue enriquecedora. “Aparte de compartir con artistas cinco estrellas, porque son unos musicazos, ver cómo es la industria musical es otro mundo del que yo no sabía nada, y ahora sé un poquito”, expresa.

Recuerda que fue precisamente en medio de esa gira cuando cumplió 40 años. “Entonces me convertí en El Payaso de las cuatro décadas”, comenta con risas. Otro instante que quedó grabado durante ese recorrido de 20 meses por 15 países fue cuando, en Quito Ecuador, pasó frente al semáforo donde trabajó. “Ahí sí mi corazón se volvió de látex para vivir dos vidas en una. Cuando pedía dinero ahí entre los carros y luego, volver 20 años después, a una habitación de lujo, fue bien contrastante”, admite con emoción.

Otro contraste fue regresar a Guatemala, a volver a ser, lo que entre risas describe como “un civil desempleado”. Porque, aclara, que “después de tener un contrato como ese (el que tuvo con Arjona), ya después uno se siente como un desempleado”. En el tiempo que volvió, retomó tanto las funciones privadas como su actividad en la escuela de circo Bat’z que había fundado años atrás. Ahí, precisamente, también cuidaba a su hija Eva Luna que aún estaba pequeña y para quien dice, esa particular escuela fue “su jardín de infancia”. Con la pandemia, diversificó su actividad hacia las redes sociales, en donde presentaba videos protagonizados por distintos personajes.

En la actualidad, Pancho Toralla vive junto a su hija en La Antigua Guatemala. El día de la plática con eP Investiga, ambos volvían de ir a inscribirla en unas clases de guitarra, porque, aunque ha practicado algunas de las artes que ejerce su papá, sus intereses se están diversificando. «Ya veremos con qué nos sorprende», dice.

Pancho admite que su trayectoria puede verse como una montaña rusa. “Mi estima y mi conciencia de artista ha estado muy grande y muy pequeña. Yo comencé en los semáforos escupiendo fuego, estuve con Arjona, actuando para público adulto, pero tengo clara mi misión en la vida: quiero brindar entretenimiento, cultura e inspiración a los niños”, concluye.  

Las funciones de Garrik se presentarán los domingos de marzo, en el Teatro La Cúpula (13 calle y 7a. avenida zona 9). Los boletos están a la venta en www.fanaticks.live

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