La llamada Casa Popenoe, ubicada en la esquina de Primera Avenida y Sexta Calle Oriente de La Antigua Guatemala es quizás la residencia más hermosa y mejor conservada de la época colonial que podemos encontrar y visitar en la ciudad, pieza sobresaliente de arquitectura doméstica colonial. En la actualidad, Casa Popenoe funciona como museo, centro cultural y de investigación de la Universidad Francisco Marroquín, institución que tiene a su cargo su manejo y mantenimiento desde el año 2007, cuando la arqueóloga Marian Popenoe donó la casa restaurada y montada por su padre a dicha institución en nombre de toda su familia.
Las ruinas de la vieja casona solariega del siglo XVIII fueron adquiridas por el botánico y agrónomo Wilson Popenoe y su esposa, la arqueóloga y estudiosa de arte Dorothy Hughes en el año de 1930 a un personaje llamado Cirilo Peralta. La pareja había decidido radicarse en La Antigua y reconstruir la vivienda siguiendo al pie de la letra los vestigios y los cimientos de la última casa construida en aquel solar, allá por el año de 1762, cuando la comerciante mexicana Venancia López la compró parar reformarla, (Ref. Juan José Falla Sánchez) como la podemos ver en la actualidad. Al momento de su compra, ya en el siglo veinte, era conocida como la casa del Capuchino por el ciprés del mismo nombre que adorna el patio central de la vivienda, sembrado alrededor de 1850.
Casa Popenoe está localizada a pocas cuadras de la Plaza Central y del Convento de San Francisco el Grande, y sus nuevos dueños debieron haberse impresionado por la maravillosa vista del Volcán de Agua que, desde el portón de ingreso, podían contemplar en días despajados y de mucha luz.
En el momento de la adquisición del inmueble tomaron muy en cuenta los vestigios arquitectónicos y decorativos que encontraron aún en la casa y los respetaron, incluido el sistema hidráulico y de drenajes. Parte de su afán fue, desde un principio, conservarla como una vivienda de época, con su esencia colonial, rescatando su austera belleza y monumentalidad, en tiempos en que una buena parte del casco urbano de La Antigua estaba aún por los suelos, habitada por un reducido número de familias en situación económica precaria, incapacitados de realizar reparaciones de gran envergadura en sus viviendas por falta de recursos, o porque no se las apreciaban, como sí lo hicieran los primeros extranjeros que se radicaron en la ciudad, conmovidos por la belleza del entorno, el clima, su gente y por el potencial de su arquitectura colonial. Eran días en que el ganado de vacas y caballos pastaba en los techos y atrios de los conventos e iglesias en ruinas, y los antigüeños ganaron el apelativo de “panzas verdes”, ya que comían esencialmente hierbas y hojas verdes que recolectaban en las cercas de los terrenos baldíos, dieta que complementaban con unos cuantos aguacates, zompopos de mayo dorados en las brasas del poyo e injertos y guayabas que crecían salvajes en los patios y sitios de las casas de la ciudad.
Wilson Popenoe llegó a Centro América en 1915, como parte de una comisión de trabajo del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos que tenía como objetivo investigar los diferentes tipos de aguacates de la región. Durante sus trabajos e investigaciones de campo, Popenoe recorrió a lomo de mula los terrenos verdes y sinuosos de las faldas del volcán de Agua hasta llegar a la boca costa, buscando el aguacate más carnoso y dulce, el de mejor calidad, para desarrollarlo y adaptarlo al clima de California, y sembrarlo a gran escala en las planicies de hortalizas de Pomona. Recorrió Centro América y especialmente Honduras en donde vivió con su familia largos periodos de tiempo, incluso mientras construían la casa en La Antigua. En 1925, la United Fruit Company lo contrató como agrónomo general y lo comisionó para levantar fincas agrícolas experimentales en Latino América. En 1941 fundó en Honduras la Escuela Agrícola Panamericana, conocida como Zamorano.
El proceso de construcción y remozamiento de la casa tardó más o menos ocho años, hasta que esta quedó equipada y funcionando, aunque sin baños modernos, ni agua corriente ni sistema de electricidad, emulando las viviendas de la época colonial. Sin embargo, en 1932, Dorothy Popenoe falleció trágicamente y no pudo ver terminada su casa.
Al finalizar la construcción en 1937, Willson F. Popenoe sembró un aguacatal en el patio central, el cual sigue dando frutos, quizás como un homenaje silencioso y discreto para quien pudo visualizar, entre las ruinas y los despojos, la belleza de una ciudad que nunca nos deja de sorprender, además de apostar por los aguacates antigüeños, los en forma de pera, los mejores.
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